Río Cuarto | Angiolini | Arias | Romero

Perpetua a Angiolini por asesinar al exnovio y ocultarlo en un pozo

En 2017, la mujer de Arias dopó al camionero Juan Carlos Romero (44) hasta dejarlo indefenso. Había recurrido a un curandero para intentar retenerlo. Después de matarlo, lo mantuvo diez días escondido en el patio de su casa

¡Yo no hice nada, no me juzguen por algo que no hice! ¡Me quiero ir junto a mi madre! ¡Yo no lo hice... no lo hice...no lo hice!

Custodiada por un guardiacárcel parado con gesto serio a sus espaldas, Maricel Paula Angiolini les suplicó desde el monitor de un televisor a cada uno de los jurados populares que horas después iban a decidir su suerte en el primer juicio de estas características que se celebra en los Tribunales de Río Cuarto, en tiempos de pandemia.

El llanto de la mujer bajita acusada de un hecho atroz no les cambió el voto que a esa hora, a las tres de la tarde del miércoles, ya tenían decidido: ninguno de los integrantes del tribunal, ni los ocho ciudadanos comunes con derecho a voto, ni los jueces Carlos González Castellanos, Emilio Andruet y Pablo Bianchi tenían dudas de que Angiolini iba a recibir la prisión perpetua.

La Cámara Segunda del Crimen concluyó que la mujer que en Arias se ganaba la vida repartiendo garrafas de gas fue la responsable de haber dopado a su exnovio, el camionero de Casilda Juan Carlos Romero, al que asesinó y luego ocultó en el patio de su casa.

Los investigadores encontraron el cadáver en el pozo de bombeo de agua de la casa de Angiolini, en la calle San Juan 1234, de la localidad cordobesa ubicada a 198 kilómetros de Río Cuarto.

Lo hallaron el 7 de diciembre de 2017. En el interior del pozo había 43 centímetros de agua y estaba tapado con una pesada estructura de hormigón.

Los signos de descomposición del cadáver indicaron que llevaba unos diez días escondido allí. De acuerdo a la prueba reunida, Romero habría sido asesinado el 26 de noviembre de 2017, un día después que Angiolini viajara a buscarlo en su auto hasta la localidad santafecina de Casilda.

A las seis de la tarde, el secretario de la Cámara leyó el veredicto: prisión perpetua para Angiolini por los delitos de privación ilegítima de la libertad y homicidio calificado por el vínculo.

Otra vez, la mujer de 1,50 metro rompió en sollozos, en la pequeña oficina que el Servicio Penitenciario número 6 habilitó para que los detenidos puedan ser juzgados sin necesidad de que los lleven a Tribunales.

Ella nunca reconoció los hechos. Como indicaron sus palabras finales, negó por completo la acusación, pero los testimonios revelaron que Angiolini era una persona que detrás de su aspecto vulnerable ocultaba una faceta dominante y violenta, y no dudaba valerse de mentiras para conseguir sus fines.

En su alegato, el fiscal de Cámara Julio Rivero mencionó que Angiolini frecuentaba a un hombre al que llamaba “Rafa”, un manosanta de Venado Tuerto que -según creía- lo ayudaría a retener junto a su lado a Romero. Con ese fin, le habían hecho “un trabajo” que consistía en unir con un alambre un zapato de Angiolini y un zapato de Romero, entre otras prácticas ocultistas.

Seis meses antes del crimen, Romero ya había sufrido un episodio violento cuando fue retenido contra su voluntad entre 10 y 15 días en la casa de Angiolini. Para eso, la mujer se valió de drogas que le inyectaba y que lo mantenían dopado.

Es el mismo método que, dijo el fiscal, usó a fines de noviembre, cuando logró que Romero regresara con ella.

Hasta el final del juicio se mantuvo un interrogante que nadie supo responder: ¿por qué después de haber vivido una situación tan traumática y haber logrado huir, Romero aceptó volver a la casa de Angiolini?

Un intercambio de mensajes de texto arroja una pista: Angiolini le pedía que volviera a su lado y él le contestó que si volvía a verla era sólo para mantener relaciones con ella.

“Romero le dijo también que iba a ser la última vez que la iba a ver, y no mintió: fue la última vez”, ironizó Rivero en su alegato.

La abogada querellante, Benavídez, se plegó al pedido de perpetua que formuló Rivero y utilizó la mayor parte de su alegato en rescatar la figura de Juan Carlos Romero, a quien describió como un buen padre, un buen hijo y un buen trabajador.

Abrumado por la cantidad de indicios contra Angiolini, el asesor letrado Pedro Demaría buscó remontar la cuesta con un encendido alegato en el que exploró todos y cada uno de los caminos para tratar de morigerar la grave acusación.

Su tarea fue encomiada incluso por el fiscal, pues Demaría aceptó ocuparse de la defensa de Angiolini apenas 5 días antes del comienzo del juicio, luego de que el anterior abogado desistiera de representarla.

Demaría intentó inocular la duda en los jurados populares y les recordó que el principio “in dubio pro reo” los obligaba a absolver en caso de que tuvieran dudas sobre la autoría del crimen.

En su interpretación, si el jurado juzgaba que Angiolini y no otra persona era la autora del crimen, se la debía condenar por homicido preterintencional, es decir, aquel cuyo resultado -aun siendo previsible- va más allá de la intención original de la acusada.

En otras palabras, Demaría sostuvo que Angiolini pretendió adormecer a Romero como una manera de retenerlo a su lado, pero la situación se le fue de las manos.

Ese tramo del alegato apuntó a convencer a los jueces técnicos que son los que deciden la figura penal que consideran más ajustada. La función de los jurados populares, se preocupó en recalcar el fiscal Rivero, es la de decidir si una persona es inocente o culpable, pero no son quienes deciden el monto de la pena.

Más allá de los intentos defensivos, la decisión del tribunal no tuvo fisuras: los 8 jurados populares y los jueces Emilio Andruet y Pablo Bianchi votaron en forma unánime por la culpabilidad.

Era la crónica de una sentencia anunciada prácticamente desde el inicio del juicio.

Angiolini no consiguió que ni sus familiares hablaran en su favor. Hasta el hijo, su exmarido y su hermana dejaron entrever que había sido ella la que cometió el horrendo crimen que dejó en vilo a Arias, y esa postura no pasó desapercibida al jurado.

Minutos después del veredicto, los guardiacárceles acompañaron a Angiolini el breve trecho que separaba la oficina donde siguió todo el juicio y el pabellón de mujeres donde seguirá presa, como lo está desde hace 2 años y 8 meses, pero ahora con la más dura de las condenas.