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El retorno a la isla conocida

A nivel nacional, hay una exacerbación de la grieta que se torna más peligrosa porque el contexto lo es. En Córdoba, Schiaretti volvió a un viejo concepto para defender su modelo Covid.

Argentina es un país en estado desesperante. La segunda ola de coronavirus está haciendo estragos y llevó la cifra de contagios hasta la barrera de los 30 mil casos diarios; la inflación se ubicó cerca del 5% durante marzo y acumuló en sólo tres meses casi la mitad de la pauta establecida para todo el año; la pobreza alcanzó ya a 42 de cada 100 personas y cada punto de aumento en la canasta básica hunde todos los días a más familias en esa ignominiosa categoría.

Es una crisis en desmesura, potenciada por la coexistencia persistente de problemas graves. La sociedad está sometida a situaciones traumáticas en lo sanitario, lo económico, lo social y lo laboral. Y en un contexto así, límite, suelen manifestarse también los extremos del ser humano. Algunos de los dirigentes más encumbrados de la política argentina han entendido que es el momento de exponer su versión menos elevada, de mostrar sus incapacidades o su falta de escrúpulos, sus egoísmos y sus especulaciones.

En la que tal vez sea la hora más compleja, hay gobernantes o políticos que parecen haber llegado a la conclusión de que es la ocasión para construir políticamente para sí mismos, aunque a la vez se desentendieron de las consecuencias que podrían desencadenar sus acciones. O sus discursos.

Ya no es una sorpresa pero el gobierno de Alberto Fernández volvió a incurrir, justo cuando se necesita de la conducción política una afinación obsesiva, en una serie de incoherencias que sólo provocan incertidumbre y horadan aún más su credibilidad. Tal vez las restricciones que anunció para CABA y la provincia de Buenos Aires sean las correctas ante el crecimiento pasmoso de los casos, pero es su actuación y los vaivenes de su discurso lo que desconcierta. ¿Qué otra cosa puede generar una gestión que a las 5 de la tarde afirma, en boca de su ministro de Educación, que la presencialidad será resguardada y tres horas después anuncia exactamente lo contrario?

Esa descoordinación de gestión se complementó con otros errores no forzados, cargados de amateurismo. Si el mensaje de Fernández en el que anunció las restricciones estaba grabado, ¿nadie sugirió editarlo porque no era oportuno, ahora que se lo necesita más que nunca, acusar al sistema sanitario, y por lo tanto a sus recursos humanos, de haberse relajado por andar atendiendo otras patologías y no reservarse exclusivamente para el Covid? La frase no sólo provocó rechazo y enojo sino que le dejó a Horacio Rodríguez Larreta una oportunidad inmejorable que, por supuesto, no desaprovechó: al otro día les agradeció a los equipos sanitarios por su titánico esfuerzo.

El gobierno de Fernández fue el de siempre: una gestión de imposibilidades. Sin embargo, tampoco la oposición se estableció como un actor político que interprete la gravedad de la coyuntura. Sus principales actores prefirieron profundizar la grieta antes que mostrarse cautos y racionales. Hasta el propio jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, otras veces enfundado en un ropaje menos ampuloso que el ala dura de Juntos por el Cambio, diseñó una especie de cruzada por la presencialidad que fogonea la desobediencia en un momento en que es necesario precisamente lo contrario.

La presencialidad en las aulas, que por alguna extraña pirueta se ha convertido en una bandera de los ex-Cambiemos, no puede ser un valor absoluto. No al menos en un contexto de pandemia. Es una sobreactuación golpearse el pecho y proclamar la aparición del fascismo del siglo XXI porque los chicos del AMBA tengan clases virtuales por dos semanas.

El paroxismo de la irresponsabilidad política se alcanzó, por supuesto, cuando la inefable Patricia Bullrich participó de un cacerolazo frente a la Quinta de Olivos y convocó a una rebelión civil. ¿Qué impulsa la jefa del Pro?¿Una estrategia bolsonarista, con las consecuencias ya conocidas?

La exacerbación de la grieta, una metodología revisitada hasta el cansancio, esta vez es más peligrosa que nunca porque el contexto en sí mismo lo es.

En ese cuadro de situación, también en Córdoba volvió a aparecer un concepto arraigado y estimulado desde hace décadas: la isla cordobesa.

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Juan Schiaretti ha definido una línea de actuación ante la segunda ola que está claramente más cercana a la de Rodríguez Larreta que a la de Alberto Fernández.

El gobernador acordó con los intendentes un esquema light de restricciones, rechazó endurecer las medidas cuando el Presidente lo pidió, y, discursivamente, determinó como prioridades la salud pero, en pie de igualdad, también la presencialidad escolar y el sostenimiento de la actividad económica. Para defender la asistencia de los chicos a las aulas, el gobierno provincial recurrió a argumentos similares a los de la gestión del Pro.

Sin embargo, Schiaretti encontró en la idea de la isla la posibilidad de no aparecer posicionado en el lado directamente opositor de la grieta. Por eso, habló de autonomía y de la idiosincrasia de “los cordobeses”, como si fueran una entidad uniforme, que los hace no caer en peleas sin sentido sino trabajar por las soluciones. Es un ejercicio discursivo que apunta a convertir un posicionamiento político en un rasgo social y a establecerse como el intérprete de esa concepción unívoca de todos los cordobeses.

Implica, en los hechos, la vuelta de la tercera vía para establecer un lugar por fuera de la grieta. Hay ahí una prefiguración de la estrategia política de cara a las legislativas de este año.

Pero, más allá de los ensayos discursivos, todavía queda lo epidemiológico. Y, en ese punto, Córdoba ha optado por cerrar lo menos posible y correr riesgos. El interrogante es si el sistema sanitario está preparado para combinar una apertura casi total con un crecimiento continuo de los contagios.

La Provincia sostiene que sí, que por el momento la ocupación de camas apenas alcanza el 33 por ciento. Para disponer de más lugares de internación, el gobierno avanzó en acuerdos con las clínicas de Córdoba capital para que a medida que se liberen camas de otras patologías no sean ocupadas, a la espera de pacientes con Covid.

Sin embargo, los sanatorios locales aseguran que ese acuerdo no existe para el sur y que en Río Cuarto la disponibilidad de camas está limitada por la atención de otros cuadros clínicos. El gobierno de Juan Manuel Llamosas postula que el sistema local está reforzado y preparado aunque, por lo bajo, los directivos de las clínicas ponen en duda esa afirmación.

En las últimas horas, legisladores cordobeses del Frente de Todos le reclamaron a Schiaretti que, ante el cuadro sanitario, avance en más restricciones para contener la segunda ola.

A la incertidumbre que genera el coronavirus se agrega el tironeo político por imponer una lectura propia de la situación sanitaria y una receta para abordarla. En ese tironeo hay, además, una pretensión de construcción en un año electoral. No todos parecen ser conscientes de la extrema fragilidad que tiene el suelo sobre el que se producen sus disputas.