Los hinchas argentinos no abandonan, eso sí, su identificación a esta altura cuasi solidaria con la selección y siguen ataviados con camisetas albicelestes, pero ya no hay cánticos ni risas.
Tan solo observaciones turísticas de un lugar digno de ser admirado, pero que no habían admirado hasta ahora, tan obnubilados que estaban con la euforia mundialista y el devenir de su selección.
Lo mismo acontece en los bares o restaurantes, donde se buscan explicaciones en los enviados argentinos, se releen crónicas y estadísticas, se miran los flojísimos números de Lionel Messi en el partido ante los croatas pero se le perdona la vida, algo que no ocurre cuando de Sampaoli se trata.
La bronca de ayer, que generó un bochornoso y condenable episodio en que dos hinchas argentinos golpearon a un par de croatas, dejó paso hoy al abatimiento generalizado. Ya no hay ruidos, ni bombos, ni vuvuzelas importadas de Sudáfrica que puedan identificar a los argentinos más allá de sus vestimentas.
La imagen de una bandera argentina abandonada en el piso del centro de prensa de Nizhny Novgorod fue la imagen más acabada de lo que significó esta derrota con sabor a eliminación anticipada, pero más que eso, a sueños rotos para estos miles de hinchas que hicieron un enorme esfuerzo económico para venirse hasta la lejanísima Rusia a alentar a la selección de Messi y ni una ni otro les devolvieron nada.
"Madura el nocaut" solía vaticinar un popular relator de box fallecido en 2002, Osvaldo Caffarelli. Para el equipo argentino y para sus hinchas, que hoy transitan estas calles como si estuvieran KO de pie.
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