Opinión | Javier Milei |

Una pelea contra la sombra

El gobierno de Milei padece una crisis política que no consigue dominar y que devalúa sus principales pilares discursivos y reputacionales. Culpa al kirchnerismo casi por instinto. El frente Provincias Unidas busca ser la opción racional de la política

El gobierno de Javier Milei no sólo sufre una crisis sino algo peor: parece estar a merced de la crisis. No la gestiona, no consigue construir una respuesta convincente ni anticiparse a lo que puede venir. Ya no está, como hasta hace poco, en el centro del ring, dominándolo, sino en un rincón, defendiéndose a ciegas de los golpes que le llueven no sabe bien de dónde. Como esos dibujos animados de los 70’ en los que el personaje peleaba contra su sombra...y perdía.

Casi por instinto, el oficialismo echa mano a un discurso al que vuelve permanentemente: hay una operación en su contra de origen kirchnerista. Pero hay un trasfondo más inquietante para el oficialismo: no sólo no termina de identificar al enemigo que develó los audios de Diego Spagnuolo y el relato de las coimas en Discapacidad sino que además sospecha que lo tiene adentro, entre sus filas ¿Cómo se explica si no el audio en el que Karina Milei, en un despacho de la Casa Rosada, arenga a una persona, o a varias, con una apelación a la unidad? El interlocutor debió ser alguien de La Libertad Avanza, cercano, a quien la poderosa hermana le pide que no entre en internas.

En política, como en cualquier ámbito, debe haber pocas situaciones más incómodas que un enemigo sin rostro, que se escamotea. Para el gobierno de allí se derivan una serie de inconvenientes. Primero, se muestra vulnerable e inoperante: ni su dura ministra Patricia Bullrich, que se la pasa descubriendo terroristas en la Triple Frontera y diseñando protocolos de actuación, pudo impedir que grabaran a la todopoderosa Karina. Además, carece de capacidad anticipatoria: no parece ni remotamente enterado de lo que Spagnuolo es capaz de revelar en el caso de las coimas ni qué contienen los audios de “El Jefe”.

De ahí se desprende una conclusión general que puede afectar su imagen como conductor de un país siempre en crisis como Argentina: su desorientación parece definirlo como un gobierno que no maneja del todo, al menos en el contexto actual, las riendas del poder, que no controla el tablero, que está desorientado.

Si, como aseguró Alejandro Fantino, un animador cercano a Milei, al gobierno “le entró la bala” de las coimas y del 3%, si por lo tanto se debilitó estructuralmente uno de los ejes fundamentales de su discurso y su reputación, el de la lucha contra la corrupción y contra la casta política, entonces la incapacidad para dominar el escenario establece un interrogante adicional sobre otro pilar constitutivo de los libertarios: el del saber hacer. Todo marcha acorde al plan, decía el Presidente hasta hace poco. No parece ser así en la política. Pero tampoco en la economía: “Toto” Caputo, crack mundial para Milei, inventa todos los días una nueva medida para frenar el dólar y llevó las tasas en pesos a niveles desaforados -hasta un 80 por ciento anual- que enfrían más la actividad y complican a las empresas.

La ineficaz gestión de la crisis política y económica provoca además, e inevitablemente, una devaluación: la de la palabra. Principalmente, la del Presidente.

¿Cómo puede salir del laberinto en el que parece atrapado? Es una incógnita. Aunque la posibilidad de salvataje podría encontrarse no tanto en sí mismo como afuera del gobierno: en la gente. La cercanía de las elecciones encierra un peligro, principalmente en Buenos Aires, pero también una oportunidad: si Milei, pese a todo, encuentra en las urnas un alivio y un apoyo, entonces podrá conseguir aire y escapar hacia adelante.

Hasta antes del escándalo de las coimas, la victoria de los libertarios a nivel nacional estaba casi asegurada. No sólo por sí mismo sino por el panorama en la oposición: el kirchnerismo es esa excentricidad en la que el hijo de Cristina se pelea públicamente con Kicillof mientras parece desentenderse de las vicisitudes de Milei. Máximo es un adversario extraño.

Las otras opciones políticas son todavía incipientes y apuntan más a 2027 que a octubre. Sin embargo, el escándalo de las coimas parece haber abierto nuevas expectativas. Al menos, un umbral de incertidumbre.

Provincias Unidas, ese armado que tiene a Juan Schiaretti como candidato más notorio y que aglutina a un grupo de gobernadores entre los que están Martín Llaryora y el santafesino Maximiliano Pullaro, acaba de sumar al mandatario de Corrientes, Gustavo Valdés, que iba a incorporarse recién después de la elección en la que hoy se juega el poder en su provincia. Lo hizo antes; tal vez el zafarrancho mileísta no haya sido ajeno.

En Provincias Unidas aseguran que más gobernadores prometieron firmar el pase aunque lo harán en tiempos distintos.

En medio de la confusión, nadie puede leer todavía con certeza cuál será el impacto final del escándalo de las coimas y las filtraciones ni cómo pararse por lo tanto en el nuevo escenario. Por lo pronto, en el armado de Schiaretti, Llaryora y Pullaro tomaron la decisión de profundizar dos aspectos que vienen remarcando desde el principio: que en economía abrazan un modelo anclado en lo productivo y que en política representan la sensatez, la normalidad. Es decir, aspiran a aparecer ante el electorado como la contracara de Milei, de su estilo plagado de excesos y desbordes y de su esquema económico en el que la especulación financiera vive una fiesta.

Provincias Unidas pretende construirse como una oferta electoral y a la vez como un esquema de poder que surge desde el interior: no sólo están allí gobernadores de provincias económicamente gravitantes sino además apuntan a hacer valer su peso político. Es un experimento inédito pero si un escenario lo favorece como posibilidad de construcción es la crisis que vive el gobierno de Milei.

De la elección de octubre dependerá qué número final tendrá la nueva coalición desde diciembre en el Congreso pero, en los hechos, ya es un núcleo de poder político. Carlos Gutiérrez, diputado riocuartense y hombre de confianza de Schiaretti, viene sosteniendo que los objetivos combinan el corto con el largo plazo: el nucleamiento de los gobernadores aliados desde diciembre en el Congreso y, por otro lado, el afianzamiento de una opción de gobierno para 2027.

Esa configuración, que al principio parecía casi una ficción pero que fue tomando cuerpo, redefine en principio el escenario nacional porque instala a un actor que no existía -eran partes dispersas- pero también implica una reconfiguración hacia adentro. La foto de Schiaretti y Llaryora con intendentes radicales la semana pasada es la expresión de ese cambio. “Tenemos algunas coincidencias básicas pero fundamentales con el radicalismo y hay que hacerlas prevalecer. El que no entienda eso, no comprende por dónde va a ir la política de los próximos años”, dijeron en el PJ provincial.

La nueva convivencia entre sectores y dirigentes que hasta hace cinco minutos eran adversarios genera tensiones. En el peronismo enfrentaron reclamos de dirigentes e intendentes en los últimos días porque no terminan de digerir los movimientos recientes ni verse en actos con banderas radicales.

En el oficialismo provincial aseguran que la incorporación de los antiguos adversarios no es eventual sino que llegó para quedarse, que tendrán que amoldarse desde el jefe de la comuna más chica hasta los intendentes de ciudades como Río Cuarto o Córdoba.

Es una arquitectura, dicen, que contempla comenzar a pelear en serio por el poder nacional pero que implica, necesariamente, compartir el que ya tienen en las provincias y los municipios.