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Juntos pero expuestos

Algunas de las principales figuras de Juntos por el Cambio estuvieron en Río Cuarto. El encuentro exacerbó las diferencias. Morales y su idea de sumar a Schiaretti al frente opositor

Juntos por el Cambio, que desembarcó en Río Cuarto con algunas de sus principales figuras nacionales, no pudo ocultar las corrientes contrapuestas que lo atraviesan. Llegó para mostrar una unidad que duró lo que se tarda en tomar una foto; y aseguró que vendría en una actitud de escucha que, en los hechos, se concretó con un solo oído. El otro estaba demasiado ocupado en recorridas personales como para andar dilapidando tiempo.

La llegada de la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio, que está reuniéndose en distintos puntos del país para, en teoría, construir una propuesta de gobierno que vaya configurándose a partir del contacto con la realidad, no sólo expuso las diferencias de esa fuerza opositora sino que las terminó exacerbando. Cambiemos, que gobernó el país durante cuatro años y lleva tres elecciones seguidas con un caudal de votos no inferior al 40 por ciento, se encuentra en un estado de tensión inocultable. Esa tensión existe entre los partidos y también hacia adentro de cada uno de ellos.

Tal vez podría considerarse una situación casi normal en un frente tan heterogéneo y que tiene además tantos dirigentes anotados en la carrera presidencial; pero se produce en un contexto nacional que condiciona a todo el arco político: la inestabilidad en el oficialismo del Frente de Todos dispara para la oposición la exigencia de mostrarse como la contracara. Juntos por el Cambio debería aparecer como una posible reserva de previsibilidad allí donde hay incertidumbre. Esa suele ser, en definitiva, una de las funciones centrales de toda oposición.

Pero está lejos de convertirse en ese reservorio. Principalmente el Pro. La actitud que mostró en Río Cuarto es sintomática. No sólo porque faltaron dos de sus principales figuras -Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta-, sino porque quienes sí arribaron a la ciudad hicieron un vuelo casi rasante. Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal, dos anotadas en la carrera presidencial, no se detuvieron a escuchar lo que los productores e industriales tenían para decirles sino que pusieron rápidamente rumbo a otros destinos.

Estuvieron sólo el tiempo necesario para exponer sus diferencias con el resto de los socios.

Miguel Ángel Pichetto, presidente de Encuentro Republicano Federal y pata peronista de Juntos por el Cambio, no pudo ni quiso ocultar sus reclamos al Pro: “Va a tener que ordenarse. No puede mantener tantos precandidatos”.

Pichetto quiere apurar los plazos de definiciones porque cree que Juntos por el Cambio debe ofrecer certezas y, además, porque está convencido de que el desastre del Frente de Todos arrastra a la política en su conjunto. El auditor general de la Nación citó al pensador francés Pierre Rosanvallon, que sostiene que los malos gobiernos tienen efectos sistémicos: deslegitiman a los oficialismos pero también a las oposiciones.

“El próximo gobierno no puede darse el lujo de fracasar”, repetía Pichetto. Hay ahí una autocrítica solapada: al fracaso de Alberto hay que adosarle también el de Macri.

La actual versión de Juntos por el Cambio contiene una relación de fuerzas diferente a la que existía en sus orígenes: el radicalismo está parado de otra forma, en una posición menos desventajosa con respecto al Pro. Ha ido ganando terreno en las últimas elecciones y ahora, a diferencia de lo que ocurrió en 2015 y 2019, tiene presidenciables.

Horas antes de que Juntos por el Cambio se reuniera en la Rural, algunos de los principales exponentes de la UCR se convocaron en la Casa Radical. Estaban, entre otros, Gerardo Morales, titular del partido a nivel nacional y gobernador de Jujuy, y Gastón Manes, presidente de la Convención Nacional.

Facundo Manes, hermano de Gastón, viene postulando que su esquema debería contemplar un compañero de fórmula peronista. Y Gerardo Morales puso al radicalismo en estado de ebullición cuando blanqueó, sin demasiados eufemismos, que pretende sumar al “peronismo racional” a Juntos por el Cambio. Y destacó las coincidencias con el gobernador Juan Schiaretti.

Quienes apoyan esa opción privilegian el escenario nacional y el hecho de que el mandatario cordobés podría sumar a un sector del peronismo y a un par de gobernadores. Quienes la rechazan se enfocan en la pelea por la provincia y concluyen que Schiaretti pondrá como condición esencial de un acuerdo la preservación del poder para Hacemos por Córdoba.

En el encuentro que se hizo en la Casa Radical la ausencia de Rodrigo de Loredo fue notoria. Sólo envió una nota y al mismo tiempo difundió una foto en la que se lo veía almorzando con María Eugenia Vidal.

El diputado apareció en la actividad de Juntos por el Cambio pero no en la del radicalismo. “A lo mejor esto sirve para concluir que Rodrigo está más cerca del Pro que de nosotros”, deslizó un dirigente radical.

Cuando Morales manifestó su intención de incorporar a un sector del peronismo, quienes le gritaron “con Schiaretti no” fueron representantes de La 30 de Octubre, alineados con De Loredo. “No se quieren aliar con un sector del peronismo a nivel nacional pero resulta que vamos con Juez. ¿Y de dónde viene Juez? ¿De Marte?”, los cuestionaban dirigentes identificados con el esquema de Morales.

El gobernador jujeño sostuvo en Río Cuarto que su pretensión de sumar a peronistas no está enfocada tanto en la instancia de la elección sino en la de gobierno. Concluye, como Manes o el propio Rodríguez Larreta, que la crisis es tan profunda que será imposible encauzarla sin un consenso amplio -y sin una porción del peronismo-.

Ante quienes lo escucharon, Morales detalló los ejes en los que, a su juicio, debería asentarse la próxima gestión de gobierno. Y aseguró que se puede salir sin ajuste; que es viable equilibrar las cuentas no con recortes sino con crecimiento. En ese punto, se diferenció de la política de shock que impulsa y publicita el ala dura de Juntos por el Cambio.

Bullrich, la presidenta del Pro, salió rápidamente, a metros de donde estaba Morales, a expresar su rechazo a la idea de incrementar el porcentual de peronismo en Juntos por el Cambio.

A Luis Juez, por supuesto, que junto con De Loredo ve la posibilidad de arribar al poder provincial el año próximo, tampoco le causa gracia la idea. Su desconfianza hacia las jugadas del radicalismo es directamente proporcional a la que los radicales sienten por él.

Mientras tanto, Schiaretti sigue con su propio juego. El gobernador anunció la construcción de 20 plantas de biodiésel en medio de la escasez de gasoil y, además, se mantuvo al margen, por supuesto, de la jugada de 17 mandatarios provinciales que, aguijoneados por Cristina, le reclamaron a Alberto Fernández que pare la inflación y que haga aparecer el gasoil que está faltando.

En paralelo, Martín Llaryora, intendente de Córdoba, sufrió el primer traspié en el camino a su candidatura. Un escándalo con Ulises Bueno, que pasó un presupuesto de 43 millones de pesos para tocar en un megashow que estaba previsto para ayer, tuvo amplia repercusión y llegó a los medios nacionales.

Según el esquema que está guiando la estrategia peronista, cada uno de los intendentes debe afianzar su proceso de acumulación territorial. Tienen que hacerse más fuertes en sus propias jurisdicciones para tratar de suplir la ausencia de Schiaretti y de José Manuel de la Sota.

Juan Manuel Llamosas planteó en una entrevista con un medio nacional esa necesidad de que el peronismo asiente su estrategia en la territorialidad. Y ratificó que su proyecto pasa por jugar un papel importante en el peronismo que se está construyendo.

El acento en la territorialidad implica, por supuesto, reducir el número de errores no forzados y de conflictividad.

En los últimos días, la derrota de Walter Carranza en el sindicato de empleados municipales puede significar que se altere una de las variables que el llamosismo venía dominando sin dificultades.

El claro triunfo de Jorgelina Fernández abre ahora una incógnita sobre el tipo de relación que se inaugurará entre el gremio y el gobierno de Llamosas: el repudio a Carranza por sus acuerdos salariales es, por extensión, también un cuestionamiento a la gestión municipal por los sueldos que paga.

En el Palacio le restan dramatismo al cambio de mando en el sindicato. Interpretan que, en realidad, no hay un reproche al Ejecutivo sino exclusivamente a algunos desmanejos de Carranza.

El gobierno está obligado a construir un vínculo no beligerante con la nueva conducción del gremio. Un cuadro de conflictividad no contribuiría precisamente a un intento de proyección provincial.