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Carta abierta al señor Presidente de la Nación

* Por Griselda Baldata- Diputada nacional (mandato cumplido)

Al día siguiente del 20 de marzo, cuando Alberto Fernández, escoltado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, usara la cadena nacional para comunicar al país el comienzo del aislamiento social preventivo y obligatorio, escribí una Carta Abierta al Señor Presidente que comenzaba de esta manera:

“Estimado Presidente, soy militante política desde mis 18 años. Y ya tengo muchísimos más. He sido concejala de mi pueblo, senadora provincial en dos períodos por el departamento Río Cuarto y diputada de la Nación por Córdoba (sin militar en partidos mayoritarios ni tener recursos económicos, lo cual dificulta mucho llegar a esos lugares si no es a través de una larga y comprometida militancia).

Tengo muchos defectos y pocas virtudes. Y no sé si es lo uno o lo otro, pero me he caracterizado por decir siempre públicamente lo que pienso, sin importarme si eso genera adhesión o rechazo político. Cero especulación cuando opino sobre algo. Me equivoco muchas veces, pero, si de algo me enorgullezco, es de que no pueden cuestionarme por hipócrita o por tener doble discurso.

Le quiero decir, Presidente, que no lo voté y probablemente no lo vote en el futuro, si es que yo tengo futuro o si usted lo tiene. Casi nunca voté proyectos del Partido Justicialista. Pero también quiero decirle que, en este gravísimo proceso en referencia al coronavirus, me siento plenamente representada por usted”.

Ha pasado casi un mes de aquella carta y en el medio ocurrieron cosas. La peor de todas: la terrible certeza de que el Covid-19 es de una agresividad nunca vista, impredecible, y que es la primera pandemia en la historia de la humanidad que paralizó en el mundo entero la producción y el trabajo.

Fábricas cerradas y trabajadores en sus casas, con futuro incierto en su duración, pero con la certeza de que las consecuencias económicas y sociales, además de las sanitarias, dejarán un mundo diferente, desconocido, con aparatos productivos destruidos, trabajadores en la indigencia y la economía global devastada, entrando en un período de recesión que solo las potencias y los países desarrollados podrán sortear, aunque con dificultades. No es el caso de los países emergentes o subdesarrollados, con lastimosos bolsones de pobreza estructural. Y es aquí donde esta pandemia deja al mundo en situación de posguerra en la cual todos los países estuvieron involucrados y sufrirán esa consecuencia.

Volviendo a la gestión de Alberto Fernández, también en este mes pasaron cosas. Algunas muy reprochables. En aquella carta me permití sugerirle con toda humildad al Presidente tomar inmediatas medidas de salvataje para las pymes, los monotributistas y los trabajadores informales (se hizo poco, casi nada al respecto); lo otro, tan importante como la primera medida, es convocar a los más prestigiosos y reconocidos economistas argentinos y tenerlos en consulta permanente (y si los busca fuera de la política, mejor, la miserabilidad de ella resulta repugnante y más aún en tiempos del Covid-19).

Así como lo hizo con éxito respecto de los epidemiólogos, lo debe hacer de urgencia con los economistas. Lo que se viene es impredecible en sus grados, pero certero en sus resultados. Vamos a tener una economía literalmente destruida. Y aquí el Gobierno no podrá salir solo.

Hágalo urgente señor Presidente, de lo contrario usted se podrá o no arrepentir, pero seguro su pueblo se lo va a reprochar.

Pasos en falso

Luego vino el viernes negro de los jubilados. El Presidente no puede estar fijando las fechas y dando números para los miles y miles de jubilados que se movilizaron. Establecer las estrategias y la logística para esa ocasión debía ser tarea del Banco Central y de la Anses. Funcionarios que ostentan altos cargos, mucho currículo pero poca calle. Solo el sentido común daba cuenta de que eso sería una locura. Le reprocho a Fernández no haber hecho público su enojo y hacer mea culpa respecto de lo ocurrido.

Lo mismo ocurrió con los sobreprecios que pagaron el Ministerio de Desarrollo Social y el Pami. Si bien hubo despidos de varios responsables, era imprescindible que el Presidente lo hubiera hecho público y de manera inmediata. Una cadena nacional para enviar un mensaje contundente a los funcionarios de todos los niveles la hubiéramos aplaudido a rabiar. En una guerra, el soldado desertor o traidor paga con la muerte, aquí debe ser el despido y la investigación penal. Lo mantuvo a Daniel Arroyo en el cargo, apruebo eso. Conozco al ministro desde hace tiempo, lo sé honesto y capacitado para ese cargo.

Pertenezco a ese raro colectivo que es “La Política”. Única herramienta que tiene un país para gestionar y administrar. La Política no es ni buena ni mala. Es necesaria. Quienes la gestionan son responsables, idóneos y comprometidos o corruptos, incapaces y ladrones. La miserabilidad que encontramos muchas veces en ella es tan decepcionante como peligrosa. Si quienes somos dirigentes no nos atrevemos a reconocerlo y repudiarla en ese estadío nos convertimos en parte de una corporación que ni aún en esta situación ha dado muestra de solidaridad alguna.

Ni que hablar de Poder Judicial. La reducción en sus gastos no es significativa en absoluto en términos de lo que necesita un Estado para bajar su déficit, pero frente a miles y miles que hoy no tienen qué comer sería un buen mensaje.

Hay cuestiones de gestión que no me cierran, no me gustan, pero en esta delicada situación y la que vendrá que será aún peor, vuelvo a repetirle, como lo hice hace casi un mes, yo lo banco, señor Presidente, y espero que todo lo que pueda usted hacer esté dirigido a que muchos más pensemos así.