Hay una foto del año ‘40 en el Palace Hotel que, de alguna manera, es el acta de nacimiento del ajedrez en la ciudad.
En un primer plano y con los brazos cruzados en la espalda, un hombre de saco piensa con gravedad. Al frente y agazapado en una pequeña mesa de bar junto al tablero, un muchacho delgado pareciera tomar nota de la jugada. Al costado, varias mesas se pierden hacia el fondo de la imagen, cada una custodiada por un ajedrecista cada vez más borroso.
A esta foto me la enseñó don Benjamín Calabrés hace cuatro años, cuando lo entrevisté en su casa de barrio Lamadrid por su labor ajedrecística; esa que lo consagró campeón de la ciudad en 1945. Por cierto que don Benja no es otro que aquel muchacho flaco de la partida; mientras que el jugador de anchas espaldas y expresión grave no es otro que el sueco Gideón Stahlberg, gran maestro internacional y jugador olímpico de su país.
En aquella entrevista (que conservo como un documento precioso de otros tiempos) Benja me dijo que había empezado a jugar el juego-ciencia en el año ´38 con 14 años recién cumplidos. “Pero me lo tomé con más intensidad a partir del Torneo de las Naciones que se hizo en Buenos Aires al año siguiente. Eso fue lo que entusiasmó el ajedrez en Villa María y en el país” agregaba. Y por eso me parece necesario referir algunos datos de aquel evento.
La guerra del ‘39 en los tableros del mundo
Aquel Torneo de las Naciones del `39 (en realidad, la octava olimpíada de ajedrez del mundo) había convocado a los equipos más fuertes del planeta: Unión Soviética, Polonia, Alemania, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia. Y las piezas negras y blancas habían empezado a combatir en el mes de agosto, en pleno invierno. Pero sucedió que, mientras el torneo se desarrollaba en las mesas de Buenos Aires, otro combate tenía lugar en los tableros del Viejo Mundo: Hitler invadía Polonia y comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Esto obligó a varios jugadores olímpicos a quedarse en el país hasta el final de la contienda como el propio Stahlberg. Otros, en cambio, optaron por sacar su residencia y hacerse ciudadanos argentinos. Tal fue el caso del polaco Miguel Najdorf y del alemán Erik Eliskases. (El alemán Herman Pilnik ya estaba viviendo en el país). Y el modo que tenían de ganarse la vida era, precisamente, dando simultáneas y jugando torneos por todo el país. De ahí que la foto de Benja tenga tanto valor. Sencillamente porque se trata de una “foto de la guerra”, aunque no muestre la guerra en sí. O mejor dicho, por tratarse de una foto de las políticas de Hitler cuyo “efecto dominó” llegó hasta el mismísimo Palace Hotel una noche del año 40. Y lo hizo frente a polvorientos tableros donde se desarrollaba esa otra guerra, la de la ficción y la fantasía. Mientras que en el Viejo Mundo los amigos y familiares de aquellos ajedrecistas eran como peones de carne y hueso, huyendo o muriendo. Había empezado esa larga noche del corazón.
La Generación Plateada
Sin embargo, la gran noticia para el ajedrez nacional tuvo que ver, precisamente, con la nacionalización de Najdorf y Eliskases. Estos jugadores unidos a Pilnik y a los primeros grandes talentos nacionales como Oscar Panno, Julio Bolbochán y Raúl Sanguinetti, pusieron por primera vez el ajedrez argentino en primerísimo plano: tres medallas de plata consecutivas. Fueron en las olimpíadas de ajedrez de Dubrovnik (Yugoslavia) 1950; Helsinski (Finlandia) 1952 y Amsterdam (Holanda) 1954. Y también los bronces de Münich (Alemania) 1958 y Varna (Bulgaria) 1962.
Los coletazos de aquella “generación plateada” y sus luminarias llegarían incluso hasta los años ´90, con un anciano Miguel Najdorf capitaneando el equipo y la impronta de los nuevos talentos nacionales. Uno de ellos, el cordobés Guillermo Soppe. “En Yerevan, Armenia, logramos salir en el puesto 13 en las olimpíadas del ´96. Era una posición fabulosa, nunca más conseguida por el ajedrez argentino. Hoy realmente estamos muy lejos de ese puesto” comentó el maestro internacional en su paso por Villa María la semana pasada. Pero este episodio constituye el siguiente capítulo de esta crónica.
El hambre de África; esa guerra mundial del siglo XXI
El pasado miércoles al mediodía y ante una comitiva de chicos de varias escuelas públicas, la Biblioteca Municipal y Popular Mariano Moreno recibió a la ajedrecista ugandesa Phiona Mutesi. La vida de Phiona es casi un cuento. Y de hecho mereció una película de Disney, “La reina de Katwe”.
Criada en los suburbios más pobres de Kampala, la capital de su país, Phiona empezó a jugar en un centro para chicos de la calle, donde le daban de comer a cambio de que aprendiera a jugar al ajedrez. Phiona fue la primera campeona juvenil mujer de su país a los 17 años y representó a Uganda en las olimpíadas de Noruega en 2014. Sin embargo, su mensaje más potente amén del ajedrecístico es el de su vida misma. Y de eso vino a hablar a la ciudad en el marco de un programa de Ajedrez Educativo lanzado por la Universidad Nacional de Córdoba. Los chicos la recibieron tras presenciar el film “La reina de Katwe” como si fuese la reina de Saba. Y así, tras contar en primera persona sus vagabundeos por Kalampa, el hambre y la falta de posibilidades hasta dar con el “Coach” Robert Katende, que el salvó la vida (“ese día entendí que el ajedrez me abriría todas las puertas del mundo y me sacaría de la miseria”) Phiona dio una simultánea. Fue contra los jugadores de la Escuela Municipal de Ajedrez y junto al maestro Guillermo Soppe, de la Federación Cordobesa. Maravillosamente, 78 años después alguien que había escapado de otro horror (esta vez al hambre del África, esa “guerra mundial” del siglo XXI)) estaba jugando contra una pluralidad de tableros en esta ciudad.
Me pregunté, entonces, quiénes serían los Benjamín Calabrés del futuro; cuál de todos esos nenes recordará dentro de 78 años el día en que “La Reina de Katwe” vino a la ciudad, le dio la mano y jugó contra él una partida que empezaba en un tablero y continuaba en la vida misma. Cuál de todos estos nenes abrazará el ajedrez como un camino de vida o de salvación, cuál habrá entendido a partir del pasado miércoles que el ajedrez lo sacará de la pobreza o los distintos modos de miseria para siempre, abriéndole todas las puertas del mundo.
Me pregunto cuál de todos esos chicos empezó el miércoles a jugar esa partida que no tiene fin; esa que continúa en este reino mucho después del jaque mate.
Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María.
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A esta foto me la enseñó don Benjamín Calabrés hace cuatro años, cuando lo entrevisté en su casa de barrio Lamadrid por su labor ajedrecística; esa que lo consagró campeón de la ciudad en 1945. Por cierto que don Benja no es otro que aquel muchacho flaco de la partida; mientras que el jugador de anchas espaldas y expresión grave no es otro que el sueco Gideón Stahlberg, gran maestro internacional y jugador olímpico de su país.
En aquella entrevista (que conservo como un documento precioso de otros tiempos) Benja me dijo que había empezado a jugar el juego-ciencia en el año ´38 con 14 años recién cumplidos. “Pero me lo tomé con más intensidad a partir del Torneo de las Naciones que se hizo en Buenos Aires al año siguiente. Eso fue lo que entusiasmó el ajedrez en Villa María y en el país” agregaba. Y por eso me parece necesario referir algunos datos de aquel evento.
La guerra del ‘39 en los tableros del mundo
Aquel Torneo de las Naciones del `39 (en realidad, la octava olimpíada de ajedrez del mundo) había convocado a los equipos más fuertes del planeta: Unión Soviética, Polonia, Alemania, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia. Y las piezas negras y blancas habían empezado a combatir en el mes de agosto, en pleno invierno. Pero sucedió que, mientras el torneo se desarrollaba en las mesas de Buenos Aires, otro combate tenía lugar en los tableros del Viejo Mundo: Hitler invadía Polonia y comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Esto obligó a varios jugadores olímpicos a quedarse en el país hasta el final de la contienda como el propio Stahlberg. Otros, en cambio, optaron por sacar su residencia y hacerse ciudadanos argentinos. Tal fue el caso del polaco Miguel Najdorf y del alemán Erik Eliskases. (El alemán Herman Pilnik ya estaba viviendo en el país). Y el modo que tenían de ganarse la vida era, precisamente, dando simultáneas y jugando torneos por todo el país. De ahí que la foto de Benja tenga tanto valor. Sencillamente porque se trata de una “foto de la guerra”, aunque no muestre la guerra en sí. O mejor dicho, por tratarse de una foto de las políticas de Hitler cuyo “efecto dominó” llegó hasta el mismísimo Palace Hotel una noche del año 40. Y lo hizo frente a polvorientos tableros donde se desarrollaba esa otra guerra, la de la ficción y la fantasía. Mientras que en el Viejo Mundo los amigos y familiares de aquellos ajedrecistas eran como peones de carne y hueso, huyendo o muriendo. Había empezado esa larga noche del corazón.
La Generación Plateada
Sin embargo, la gran noticia para el ajedrez nacional tuvo que ver, precisamente, con la nacionalización de Najdorf y Eliskases. Estos jugadores unidos a Pilnik y a los primeros grandes talentos nacionales como Oscar Panno, Julio Bolbochán y Raúl Sanguinetti, pusieron por primera vez el ajedrez argentino en primerísimo plano: tres medallas de plata consecutivas. Fueron en las olimpíadas de ajedrez de Dubrovnik (Yugoslavia) 1950; Helsinski (Finlandia) 1952 y Amsterdam (Holanda) 1954. Y también los bronces de Münich (Alemania) 1958 y Varna (Bulgaria) 1962.
Los coletazos de aquella “generación plateada” y sus luminarias llegarían incluso hasta los años ´90, con un anciano Miguel Najdorf capitaneando el equipo y la impronta de los nuevos talentos nacionales. Uno de ellos, el cordobés Guillermo Soppe. “En Yerevan, Armenia, logramos salir en el puesto 13 en las olimpíadas del ´96. Era una posición fabulosa, nunca más conseguida por el ajedrez argentino. Hoy realmente estamos muy lejos de ese puesto” comentó el maestro internacional en su paso por Villa María la semana pasada. Pero este episodio constituye el siguiente capítulo de esta crónica.
El hambre de África; esa guerra mundial del siglo XXI
El pasado miércoles al mediodía y ante una comitiva de chicos de varias escuelas públicas, la Biblioteca Municipal y Popular Mariano Moreno recibió a la ajedrecista ugandesa Phiona Mutesi. La vida de Phiona es casi un cuento. Y de hecho mereció una película de Disney, “La reina de Katwe”.
Criada en los suburbios más pobres de Kampala, la capital de su país, Phiona empezó a jugar en un centro para chicos de la calle, donde le daban de comer a cambio de que aprendiera a jugar al ajedrez. Phiona fue la primera campeona juvenil mujer de su país a los 17 años y representó a Uganda en las olimpíadas de Noruega en 2014. Sin embargo, su mensaje más potente amén del ajedrecístico es el de su vida misma. Y de eso vino a hablar a la ciudad en el marco de un programa de Ajedrez Educativo lanzado por la Universidad Nacional de Córdoba. Los chicos la recibieron tras presenciar el film “La reina de Katwe” como si fuese la reina de Saba. Y así, tras contar en primera persona sus vagabundeos por Kalampa, el hambre y la falta de posibilidades hasta dar con el “Coach” Robert Katende, que el salvó la vida (“ese día entendí que el ajedrez me abriría todas las puertas del mundo y me sacaría de la miseria”) Phiona dio una simultánea. Fue contra los jugadores de la Escuela Municipal de Ajedrez y junto al maestro Guillermo Soppe, de la Federación Cordobesa. Maravillosamente, 78 años después alguien que había escapado de otro horror (esta vez al hambre del África, esa “guerra mundial” del siglo XXI)) estaba jugando contra una pluralidad de tableros en esta ciudad.
Me pregunté, entonces, quiénes serían los Benjamín Calabrés del futuro; cuál de todos esos nenes recordará dentro de 78 años el día en que “La Reina de Katwe” vino a la ciudad, le dio la mano y jugó contra él una partida que empezaba en un tablero y continuaba en la vida misma. Cuál de todos estos nenes abrazará el ajedrez como un camino de vida o de salvación, cuál habrá entendido a partir del pasado miércoles que el ajedrez lo sacará de la pobreza o los distintos modos de miseria para siempre, abriéndole todas las puertas del mundo.
Me pregunto cuál de todos esos chicos empezó el miércoles a jugar esa partida que no tiene fin; esa que continúa en este reino mucho después del jaque mate.
Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María.