Opinión | alberto |

Para mantenernos entretenidos durante el aislamiento

Aunque la ciencia parece no haber tomado aún debida nota, creemos haber descubierto que, entre las cosas que el coronavirus te puede quitar, junto con la respiración, el olfato y el aprecio por el ocio creativo, está la posibilidad de pensar en otra cosa. El bicho es tan absorbente que en este mismo momento podrían estar incubándose, sin que en nuestra monotemática obsesión seamos capaces de advertirlo, las más terribles calamidades: acaso las placas tectónicas de alguna zona sísmica estén aumentando la presión con vistas a un devastador terremoto, acaso alguno de los asteroides que periódicamente se aproximan a la Tierra esté más cerca que nunca de dar en el blanco, acaso (Dios nos libre y guarde) Ricardo Arjona esté preparando un nuevo disco, y nosotros tan tranquilos disfrutando de la maravillosa oportunidad de reconectarnos con nuestras parejas y con nosotros mismos. Esta misma semana, sin ir más lejos, descubrimos que el temita ese de la deuda externa, parece, no desapareció por la pandemia, que los acreedores siguen queriendo cobrar lo que nosotros no queremos pagar, y que eso de que después de la crisis sanitaria hay que barajar y dar de nuevo no significa que en la cuestión financiera no nos vuelvan a tocar tres cuatros de copas. Afortunadamente, el Gobierno está en el tema y debemos confiar en que la solución está en marcha: no vamos a meternos en detalles, pero hay motivos para aguardar el futuro con optimismo, como que estamos en default pero solamente “virtual”, es decir, como de mentiritas, y sobre todo, que el FMI “comparte nuestra visión”, díganme si hay mejor garantía que esa de que nada puede salir mal.

Pero es indudable que el mayor aporte para promover la distensión entre una sociedad angustiada no fue tanto el anuncio del canje sino el que había realizado Alberto más temprano el mismo día, con su play list especialmente elaborada para un programa de radio que escuchaba para no aburrirse tanto mientras preparaba los detalles de la presentación con el ministro Guzmán. Como recomendación para escuchar en cuarentena, nada mejor que la selección de nuestro primer melómano experto, que lejos de caer en obviedades como el gardeliano “Mano a mano” -que manda cargar cualquier deuda a “la cuenta del otario”- o la no tan popular ranchera “Que Dios te lo pague”, no se privó de enviar un mensaje subliminal a los acreedores. “Over the rainbow”, la canción de “El mago de Oz”, habla del anhelo de encontrar un lugar donde no haya espacio para el mal y el egoísmo, donde todos los sueños se hagan realidad, en especial el sueño de encontrar una caja fuerte llena de oro al final del arco iris; “Sweet memories”, en tanto, remite al dulce recuerdo de cuando con Néstor teníamos los dólares de la soja para tirárselos por la cabeza a quienes pretendían imponernos condiciones, y “Oh, Susana” nos quemó un poco los libros, porque qué hace un revolucionario eligiendo una canción tradicional del Imperio, pero se ve que Alberto estaba en onda amigable y quiso tenderles la mano para que vean que en el movimiento nac & pop hay pluralismo y puertas abiertas para algo más que “Hasta siempre comandante” y “Cuando tenga la tierra”.

En rigor, esa amplitud de miras había quedado de manifiesto días atrás, cuando ante el requerimiento de un usuario de Twitter de juegos de mesa para entretener a los chicos, el Presidente citó entre sus sugerencias “El estanciero”. ¿No le daría cosa apelar a un conocido artilugio para introducir en las tiernas cabezas de nuestros argentinitos las claves de un modelo de acumulación capitalista? Sí, claro, pero entrañablemente nuestro, nada de “Monopoly”. Y de última, nada hay más propio de nuestros modos de hacer política que juntarla con pala, dejar el tendal y en el peor de los casos perder un turno en la cárcel para después retomar el juego con energía renovada. “Enseñale a tus hijos a jugar al truco”, fue otro de los consejos de Alberto en aquella oportunidad, y en este caso no hacen falta mayores explicaciones. No hay juego más apropiado para nuestra idiosincrasia y si no, díganme si lo del jueves, con esa onda “Es lo que hay y si no les gusta se van a joder” no fue como echar la falta con tres cartas de diferentes palos.

Pero volviendo a la música, que es lo de Alberto, es sabido que se trata de un fan de Litto Nebbia y que en otras oportunidades ha recomendado canciones de Fito o de Charly. Seguramente a alguno, a la luz de la imagen de los presentadores del jueves, propios y ajenos, le habrá dado vuelta aquello de “cuando no recordamos lo que nos pasa/ nos puede suceder la misma cosa”, y mucho más eso de “yo te conozco de antes/ de antes de ayer”. También, con la fantasmagórica e intimidante figura de unos buitres al acecho, podríamos ir haciéndonos a la idea de que por ahí mejor vamos encendiendo “los candiles que los brujos piensan en volver”.

Quizá porque este revival de clásicos del rock nacional no da para estimular la resiliencia ni la buena onda la recomendación del viernes no fue musical, sino una pudorosa alusión a los consejos del Ministerio de Salud sobre la conveniencia de llevar la virtualidad reinante en estos tiempos de pandemia al terreno del sexo. Tipo si ya dejaste los asados con amigos, los abrazos fraternales, los pogos rockeros y los franeleos en el transporte público, qué te cuesta una cosita más. Aquí le erró Alberto, nos parece. Debería al menos haber acompañado el doloroso pedido con la sugerencia de alguna banda sonora apropiada. “Contigo en la distancia” es la primera que se nos ocurre, pero yendo mucho más al hueso nos atrevemos a proponer un clásico de un militante nac & pop como Ignacio Copani, ese que al final de una de sus obras más excelsas, “Cuánta mina que tengo”, terminaba su ajetreado fin de semana con su novia de siempre, la renombrada Manuela. Con la aclaración, por supuesto, de que el riguroso cumplimiento del aislamiento social preventivo en este rubro no exime en ninguna circunstancia de la perentoria obligación de lavarse las manos antes y después de llevar adelante la actividad.

En cambio, a lo mejor para escaparle a las modas de la época, Alberto no ha recomendado para matizar la cuarentena, al menos que nosotros nos hayamos enterado, series para ver en streaming. Puestos a especular sobre el porqué de la omisión, las hipótesis son varias. Hablar de “La casa de papel”, probablemente la más recomendada de los últimos años, habría sido poco astuto estratégicamente, teniendo en cuenta que los recuerdos que traería un asalto a la fábrica de hacer billetes a un soldado del movimiento nac & pop no serían precisamente dulces. Una muy mentada por estos días, “Poco ortodoxa”, quizá sería tomada como un cuestionamiento al verticalismo tan necesario en tiempos en que alinearse detrás de la autoridad es un mandato inexcusable. Y por el contrario, “No hables con extraños” atentaría contra la apertura, el diálogo y la pretensión de terminar con la grieta que representa la convocatoria a gobernadores de la oposición para hacer de laderos en el planteamiento a los acreedores. Sin embargo, podemos remontarnos a algunos meses atrás, cuando Alberto declaró que no le gustaba “House of cards” y que en cambio, en la onda de desentrañar los vericuetos del poder, sí amaba “Veep”. Aparte del extraordinario gesto de independencia que significó denostar como poco realista un programa del que su amiga Cristina ha declarado ser fan, como para que no digan que es Albertítere, vale recordar que en las dos series la trama muestra a vicepresidentes y/o vicepresidentas que les serruchan el piso a los presidentes en ejercicio hasta terminar sacándolos carpiendo y ocupando su lugar, eso sí, sin dejar en ningún momento de jurar su lealtad eterna y absoluta ni de poner cara de circunstancias lamentando el infortunio del rajado. Casualidad, por supuesto, pero yo en lugar de Alberto también trataría de no volver a tocar el tema.

Jorge F. Legarda

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