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Barrio Evita: 250 sueños bajo techo y nuevas plateas cargadas de futuro

Inaugurado en diciembre del 2010, el sector tuvo un crecimiento exponencial y hoy cuenta con todos los servicios. De sus incipientes “250 viviendas” sólo quedan 47 por entregar. Hablaron sus habitantes más antiguos

Como un raro mosaico (y más que un mosaico, un meteorito) que se incrustó entre los barrios Industrial y Las Playas, el barrio Evita es uno de los últimos que se inauguraron en Villa María. Nacido casi por generación espontánea de un enorme baldío desmontado a dos cuadras de plaza Gregoria Matorras, comparte con sus vecinos la melancolía ferroviaria del primero y la cuadratura habitacional del segundo. Sin embargo, y contra toda idea de planificación urbana local, el “Evita” se parece terriblemente a los complejos de casas soviéticas levantadas en la más desolada estepa. Y acaso el nombre de sus calles, referidas a Malvinas y a la soberanía argentina en el Atlántico Sur, la hermanen con las poblaciones siberianas.

Lo que no tiene en común el Evita con sus vecinos es su demografía. Y es que, a diferencia de las antiguas vecindades de Las Playas y el Industrial, el Evita tiene una población absolutamente nueva. Villamarienses venidos del norte, del sur y del oeste, también villanovenses y, por cierto, muchos nativos de otras provincias que, como en una vieja película que hablaba de Rusia, han venido a cumplir sus “Promesas del Este”.

Antonella y sus “cinco monitos”

Una de esas habitantes de otras provincias es Antonella Ojeda. Oriunda de un pueblo chaqueño a 60 kilómetros de Roque Sáenz Peña, ella dice ser “la primera vecina del barrio”. Y su almacén “Los cinco monitos” en la esquina de Corbeta ARA Guerrico y Aviso ARA Sobral, el más antiguo.

“Nos entregaron la llave de la casa el 27 de diciembre del 2010 a las 10 de la mañana, y a las 10 y cuarto ya nos estábamos instalando con la familia -comenta Antonella desde su despensa en la mañana- Con mi esposo alquilábamos una casa en barrio Belgrano que nos salía muy cara. Pero por suerte nos salió esta oportunidad”

-¿Cuándo y por qué llegaron a Villa María?

-Fue a fines del 2006, exactamente el 29 de diciembre. Nos vinimos por cuestiones laborales. Yo allá no tenía trabajo y mi marido hacía changas en el campo. Mi cuñado, que es camionero y siempre pasaba por acá, nos decía que estaba muy bueno, que era un lugar propicio para nosotros y que posiblemente nos fuera bien. Y como además ya estaba mi suegro, decidimos probar suerte. 

-¿Y cómo fueron esos tiempos?

-Llegamos sin nada y vivimos un tiempo de prestados en lo de mi suegro. Yo conseguí trabajo en la franquicia del supermercado Isis, en calle Vélez Sársfield; y mi esposo siguió trabajando en el campo. Eso nos permitió alquilar la casa de barrio Belgrano que te dije. Después empezamos a conocer gente. Y cuando planteamos nuestro problema de vivienda, alguien nos aconsejó que fuéramos a la Municipalidad y nos anotáramos. Y Tuvimos suerte. 

-¿Salieron adjudicados?

-Sí. En el 2010 se hizo el sorteo, que empezó a las 12 del día y terminó a las 6 de la tarde. Yo no pude ir por el trabajo, pero fue mi marido. Y cuando me dio la noticia fue una felicidad. Hoy, doce años después de haber llegado a Villa María y sin nada, tenemos una casa y este almacén. Estamos muy contentos, muy agradecidos a la ciudad y a su gente.

-¿Y cómo era el barrio cuando llegaste?

-Fuimos los primeros; así que estábamos solos y medio desorientados. Pero nos fuimos acostumbrando y adaptando. Al poco tiempo el barrio se empezó a poblar y trabajamos mejor. 

-¿Cómo les va con el almacén?

-Muy bien. Tenemos abierto todo el día, de lunes a lunes de 7 a 23. Tengo una excelente clientela y elaboramos todo tipo de comidas, desde tortillas y ensaladas a sándwiches especiales, triples y hamburguesas, pizzas caseras, pebetes y sándwiches de milanesas. A la comida la saco en el momento, como en los restaurantes. Cuando los albañiles vienen a trabajar con la cuadrilla, no damos abasto. Este es un emprendimiento familiar y me ayudan mis hijos

-¿Qué  cosa creés que le está faltando al barrio?

-Faltaría un espacio verde para que jueguen los chicos; y también que haya más control policial. Si bien lo hay, no alcanza. A veces ves movimientos de personas que no son de acá y que te hacen sospechar. Acá somos toda gente de trabajo y tenemos que cuidarnos entre todos...

-La última, Antonella, ¿por qué tu almacén se llama “Los cinco monitos”?

-Solamente porque tengo 5 hijos (risas) y todos me ayudan. Ahora está Lucas. Pero al mediodía, cuando vengan los albañiles de la obra y me ponga a cocinar, me reemplaza Luly, que ahora duerme...

Un dos tres cuatro cinco y Lucas abraza a su madre. Click.

Cascos amarillos

Las “250 viviendas”, como le dicen al barrio, podría llamarse “las 203”, ya que aún restan 47 por entregar. Pero a juzgar por los cascos amarillos que revocan paredes y alisan  plateas, pronto se llegará a la tan ansiada cifra.

Detrás de un tejido San Martín, los obreros van y vienen con carretillas de tierra, baldes y cucharas, y  vigas de encofrado.

Cristian es un albañil villamariense y así comenta los trabajos que realiza con sus compañeros. 

“Estamos reactivando las 47 casas que faltan. Somos dos cuadrillas y ahora estamos haciendo las plateas y los revoques. Últimamente se ha parado mucho la obra por las lluvias, así que se nos hace difícil decir un día exacto de entrega. Eso también depende de la empresa que nos contrata. Porque si falta la plata, la obra vuelve a pararse. Pero ahora se ha reactivado y hemos empezado el año con todo”.

Y la foto los retrata en plena maniobra contra la roja cerámica soviética de los ladrillos huecos. Esos que abrigarán a 47 familias muy pronto, cuando vengan a vivir con sus sueños bajo techo y a cumplir sus promesas del este sobre plateas mezcladas de hormigón, cargadas de piedras y futuro.



Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María

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