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Omar Narváez cayó sin atenuantes

El chubutense Omar Narváez no pudo alcanzar la proeza de convertirse en el primer boxeador argentino en ganar tres campeonatos del mundo en sendas categorías, al perder ayer por puntos, en decisión unánime, con el sudafricano Zolani Tete, en una pelea por la corona Gallo de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) en Belfast, Irlanda del Norte.

Las tres tarjetas de los jurados marcaron la abrumadora superioridad de Tete a lo largo del combate: 120-108. El argentino no ganó una sola vuelta.

Tete dominó el centro del ring de principio a fin y no le dio chances a Narváez, que tampoco mostró la garra y la entereza que lo caracterizaron a lo largo de su carrera para buscar la hazaña.

Excampeón mundial de peso mosca y supermosca, una de las estrellas del boxeo argentino del siglo en curso y para muchos incluso uno de los mejores exponentes de todos los tiempos (entre luminarias como Carlos Monzón, Pascual Pérez, Nicolino Locche y Víctor Galíndez), Narváez, el Huracán de Trelew, desperdició la que fue seguramente su última carta grande.

El sudafricano (oriundo de Ciudad del Cabo pero afincado en el Reino Unido desde hace varios años, 12 años menos, 16 centímetros más de altura), confirmó el favoritismo que tenía en la teoría y también en las apuestas, que pagaban 13 a 1 por una victoria del argentino.



Del sueño a la pesadilla



La derrota sufrida por Narváez ante el sudafricano Zolani Tete en la Arena de Belfast, por puntos en fallo unánime, no dio para promover emociones intensas: en todo caso, si algo transmitió, fue la pasmosa languidez y la apatía de quien iba por la noche más luminosa de su larga trayectoria.

Jamás estuvo en la pelea, Narváez, jamás; su presencia en el cuadrilátero fue meramente protocolar, un trámite administrativo sin fe, sin nido, ni amor, que invitó a la desdichada evocación de su pelea con el filipino Nonito Donaire, la de octubre de 2011 en el Madison Square Garden de Nueva York. Pero entonces había dado prioridad a un buen puñado de dólares y pese a un cierto desencanto invitó a contemplar que, después de todo, un honesto trabajador de los rings tenía todo el derecho de protegerse y después hacer borrón y cuenta nueva. Aquella, la pelea con Nonaire, medio que se la tropezó Narváez, pero la que perdió en Belfast de forma abrumadora con el sudafricano Zolani Tete, once de doce rounds, tal vez todos, la buscó el propio Narváez en el afán de inscribir su nombre en una página dorada entre las más doradas en la historia del boxeo argentino.

La recompensa era grande, muy grande, el chubutense lo sabía y así afrontó una preparación física tan a conciencia como la de toda su carrera. 

Un profesional ejemplar, Narváez, y brillante en unos cuantos tramos, pero a la vez prisionero de baches emocionales que aun cuando puedan ser comprensibles desde el punto de vista humano no cancelan las desdorosas señales que dio en Belfast.

Perder, claro que podía perder, hasta el menos entendido en boxeo sabía que asistía al sudafricano un rosario de ventajas: edad, talla, alcance, potencia, presente y localía. 

Pero, ¿perder así, en clave de rotundo y asombroso mentís a su enfática advertencia de que como el que no arriesga no gana él estaba dispuesto a arriesgar todo en pos de la recompensa mayor?

Nada arriesgó Narváez, nada.

Y nada arriesgó, a la vista ha quedado, porque antepuso su instinto de preservación a la sed de gloria. 

Salgamos rápido de la estrategia, de la táctica y de la crónica: los 36 minutos de pelea fueron un solo del corpulento Tete, un peleador ordenado, preciso, frío y seguro de sus fuerzas, que todo lo controló con la tácita aprobación de un Narváez ausente de cuerpo presente, de un Narváez vacío.

Mejor examinado el escenario, encontraremos que la principal víctima de Narváez ha sido Narváez mismo. Fue un amateur brillante, fue un brillante profesional pese a la ausencia del par de nombres rutilantes evitados por sus manejadores cuando estaba en la cresta de la ola y en muy buena posición de vencer a los mejores moscas del planeta.

Dicho esto, es oportuno reponer que así en la vida en general como en el boxeo en particular, los grandes trazos de un hombre se definen tanto por lo que ha sido cuanto por lo que no ha sido.  Y Narváez no ha sido ni al parecer será campeón mundial gallo y tampoco será el que perseveró por una chance más y llegada la hora de ir por la epopeya no se dio por vencido ni aun vencido, se debatió como un guerrero, dio la talla, inspiró aplausos, reconocimiento.

Fue tan buen boxeador, Narváez, tan bueno, que hasta había logrado convencernos de que se tutearía con la gloria.

Nada más lejos: en Belfast, a la gloria Narváez la trató de usted y en tono de susurro, de una punta del ring a la otra. Qué desencanto más hondo.

TEMAS: boxeo narvaez
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