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Ampliación del campo de batalla

El país llega al final de un extenso proceso electoral atípico y extremo. Milei provocó que la discusión no se limitara a la economía sino que incluyera los acuerdos básicos del país

Argentina llega hoy, si no ocurre nada extraño, al final de un proceso electoral extenso y angustioso, que exacerbó los ánimos y tiene al país con los pelos de punta porque sobrevuela la sensación de que este domingo, en el cuarto oscuro, cada votante estará definiendo bastante más que el nombre de un presidente.

La elección es atípica por varias razones -una, la más evidente, es que a la discusión final entró un panelista de TV que alteró el esquema de bicoalicionismo que imperó en los últimos años- pero también extrema. Está planteada en función del no, en términos de impedir que el otro, al que se identifica con el mal, llegue al poder.

Normalmente, el sistema de balotaje tiende a esa configuración porque está en su naturaleza dividir el escenario en dos opciones. Esa característica tiene la virtud de otorgarle legitimidad a un gobierno que está por empezar porque evita que asuma, por ejemplo, con el 25 por ciento de los votos. Pero, a la vez, intensifica las diferencias, más aún en una época que cultiva las posturas irreconciliables.

Pero en Argentina ocurre un fenómeno que trasciende largamente la formalidad: lo que está en disputa hoy, y no ha ocurrido desde la vuelta de la democracia, es qué tipo de sociedad el país está dispuesto a construir, ¿una sociedad en la que gravite el Estado o se le cedan casi todas sus funciones al Mercado? ¿En la que haya educación y salud públicas o en la que cada uno tenga lo que pueda pagar? ¿Un país con moneda y Banco Central o con un sistema monetario atado al de Estados Unidos?

De todo eso y mucho más se discutió en la extensa campaña que acaba hoy. Y la diversidad de la temática planteada ha provocado no sólo que se haya impuesto un escenario profundamente dicotómico sino que cada elector haya determinado los términos de su propia dicotomía:quienes optan por Javier Milei hablan de Libertad o Kirchnerismo, de Libertad o Corrupción y, del otro lado, quienes votan a Massa definen polos como Democracia-Fascismo, Estado-Mercado, Normalidad-Demencia.

Si se considera que Argentina padece una crisis económica profunda, con una inflación en niveles que no se veían hace 30 años, la conclusión más directa apuntaba a que el resultado de la elección iba a definirse principalmente por el bolsillo. Pero, a juzgar por lo que pasó, incluso por el hecho de que Massa no sólo llegue competitivo sino que haya ganado la primera vuelta, es que hubo una diversificación y complejización de la agenda electoral. Una ampliación del campo de batalla, para usar un título de Michel Houellebecq.

¿A qué puede atribuirse ese fenómeno?¿Por qué la economía no ha sido dirimente esta vez si el país padece una crisis aguda?La respuesta está, básicamente, en Javier Milei. Y en el ecosistema que lo rodea.

El libertario fue y vino. Se definió y se desdijo pero la imagen que en una porción importante de la población quedó grabada de él no está determinada por sus últimas semanas de campaña, sino por su corta pero virulenta historia pública y, además, por las propuestas que se incluyeron en su plataforma electoral y que datan de cuando La Libertad Avanza ni soñaba con llegar a las puertas del poder.

Milei y los suyos crecieron por sus excentricidades y su prédica contra el poder político pero a la vez parecieron ir demasiado lejos. Quizás por eso entre las Paso y la primera vuelta se estancaron.

La atipicidad del león libertario no se encuentra en que sea un candidato que arremetió contra lo que él define como “la casta política” (ya ha habido otros y seguramente los habrá). Lo que prendió de ese discurso no fue tanto su originalidad como el contexto. Como dijo el sociólogo JuanCarlos Torre, es el retorno del “que se vayan todos” de 2001 pero con un agregado:“Y que venga cualquiera”.

Lo realmente novedoso -y a la vez peligroso- de Milei es que además avanzó, atacó y prometió demoler un conjunto de instituciones, símbolos, temáticas y dispositivos que componen la identidad profunda del país. Tal vez sea redundante pero sin una enumeración no puede entenderse cabalmente el temor que Milei infunde en un sector amplio de la población, que incluso está dispuesto a olvidar por un rato sus penurias económicas para concentrarse en combatir lo que Milei representa.

El candidato de La Libertad Avanza dijo -y después se desdijo- que debería haber un mercado de órganos; dijo -y después se desdijo- que los niños tendrían que comprarse y venderse en el mercado con normalidad; dice -y algunos de sus socios lo desmienten- que Argentina será un país sin moneda y sin Banco Central; la emprendió contra la salud y la educación públicas y propone que cada uno obtenga lo que pueda pagarse;habló de eliminar la obra pública y que cada ciudad, pueblo o barrio -incluso los más humildes y relegados- se paguen las cloacas o el pavimento con sus propios recursos; dijo que el Conicet no sirve para nada y que debe cerrarse; dijo -y se desdijo- que hay que eliminar todos los subsidios;escribió -y después lo negó- que hay que ir a una profunda reforma jubilatoria que reduzca los números del déficit;exaltó la figura de Margaret Tatcher, símbolo de la guerra de Malvinas, y la comparó con Mbappé por su capacidad de causarle daño al país;habló de que los kelpers deben definir si las islas son argentinas o no;dijo -y se desdijo- que el Papa argentino es el representante del Maligno en la Tierra y no pudo verbalizar en una entrevista si cree o no en la democracia. Su vicepresidenta, Victoria Villarruel, defiende y reivindica públicamente a genocidas condenados por delitos aberrantes cometidos durante la dictadura y hasta plantea que la Esma, museo de la Memoria, debería convertirse en un paseo que disfruten todos, como si el recuerdo de la tragedia que Argentina sufrió hace apenas 40 años fuera sólo una bandera de un grupo de fanatizados.

Hasta ahora, en las cuatro décadas ininterrumpidas de democracia que lleva el país, nunca ninguna fórmula presidencial se había animado a tanto. Y nunca ninguna fórmula -ninguna competitiva por supuesto- había postulado que para solucionar los problemas graves que tiene el país primero hay que hacerlo estallar. Explotarlo por los aires.

Esa es la novedad de Milei: haber avanzado sobre acuerdos que se creían cerrados e inalterables. Argentina se convirtió en un país que volvió a discutir todo. Y pase lo que pase hoy en la elección hay algo que ya cambió: en un escenario partido en dos, hay un sector de la población que está dispuesto a votar a un candidato que es capaz de decir y proponer lo que Milei dijo y propuso. Si después lo hace o no es irrelevante en este punto:lo inquietante es que un porcentaje aún indeterminado de argentinos acepta ese discurso o, al menos, no se horroriza ante él.

A partir de hoy no sólo habrá un presidente electo sino que además se intensificará el proceso de reestructuración del sistema político. Y estará definido, por supuesto, por el resultado.

Parte de la competitividad adquirida por Milei se la debe a Mauricio Macri, líder del Pro y símbolo de la casta política y de los empresarios que medraron a costa del Estado, que se embarcó en una cruzada que dejó a Juntos por el Cambio en estado de agonía. Y lo hizo no sólo porque coincide con Milei sino por una pulsión de supervivencia:el ex jefe de Estado ve cómo el Pro se desintegra en casi todo el territorio -en Córdoba, antiguo bastión del expresidente, quienes eran amarillos se están pasando en estampida al gobierno de Martín Llaryora- y olfatea el peligro para su libertad que, a su juicio, implicaría una presidencia de Massa. Por eso identifica al candidato oficialista con el mal absoluto:porque, según sus propias palabras, equivaldría a una libertad condicional. A Macri le preocupan sus causas judiciales, por ejemplo la de los Parques Eólicos que lo enriquecieron aún más con ayuda del mismo Estado que ahora promete ayudar a desmantelar.

La elección de hoy, lejos de aquella apatía con la que arrancó, movilizó a todos. Personas e instituciones. Y los obligó a pronunciarse. Porque nadie quiso quedarse indiferente ante la magnitud de lo que está en discusión.