El 29 de junio es una conmemoración en homenaje a San Pedro, primer papa de la Iglesia Católica, y a San Pablo, el gran apóstol de los Gentiles, que fueron ejecutados alrededor del año 67 por orden de Nerón.
Es bueno reconocer que la famosa y tradicional fogata de San Pedro y San Pablo lograba la unidad de los integrantes del barrio en su participación. Hoy sólo vemos fogatas cuando algunos grupos queman cubiertas en calles o autopistas motivadas por alguna protesta y que como contraparte de las del 29 de junio, en lugar de unir, sólo pretenden desmembrar a una sociedad. En este presente de la historia, debemos darnos cuenta de que si sólo se realiza una marcha a modo de protesta, reclamo, no sirve de nada… La oración rompe murallas, rompe guerras, rompe la guerra del aborto… La oración es más poderosa que la marcha.
Qué bueno sería juntarnos en los barrios y orar juntos por lo que no va tan bien en nuestra Patria, en nuestra sociedad, en nuestras familias.
Hay que juntar el rebaño…
“Que todos sean uno para que el mundo crea… Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos» (Jn 17,20-26)
San Pedro y San Pablo vinieron a Roma, la capital del mundo pagano, para anunciar a todos los pueblos la victoria de Dios, y la universalidad del Evangelio.
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Pedro significa piedra. Es decir, es el símbolo del A. Testamento sobre el que se edifica la Iglesia, porque las tablas de la Ley están grabadas sobre piedra y la novedad es la vivencia de esos mandamientos, en el mandamiento del amor.
“Pedro, ¿me amas?”
Pedro aún no había comprendido el gesto de lavarse los pies. “Jesús le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” Jn, 13,7
Pedro es el encargado de guiar al pueblo para que encuentre el camino, el paso a la misericordia, que se da en el corazón del hombre para poder amar hasta el extremo, no sólo con la mente, sino con el corazón; es decir, (perdonar setenta veces siete, amar al enemigo, bendecir al que te maldice) como nos enseñó Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
Para que salgan del corazón palabras de vida eterna y podamos estar en unidad, con la palabra del Señor: “Que todos sean uno para que el mundo crea”.
Muchas veces la predicación se vuelve vacía cuando no se llega al corazón, y se experimenta lo del profeta: “Hemos concebido, tuvimos dolores como si diéramos a luz, pero ¡puro aire!; no hemos traído al país la salvación, y no se ven los pioneros de un mundo nuevo". Isaías 26
Por eso Jesús le dice también: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Nosotros, guiados por el Espíritu Santo, es decir conducidos por el amor, podemos desatar lo que está atado, y, entonces se cumple aquello de: “Todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Esto nos invita a superar el juicio.
En ese amar hasta el extremo, la Iglesia, quien nos reconcilia con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo, en ese camino de “beber el nuevo zumo de la vid”, debe dar el lugar que le corresponde al discípulo a quien Jesús también llamó “amigo”… “Amigo, haz pronto lo que tengas que hacer”. Porque se continúa echando culpas, y con este pecado, siempre se está buscando culpables. Y eso no es amar hasta el extremo.
Debemos abrirnos a los “signos de los tiempos” manteniéndonos fieles a su Palabra.
San Pablo nos enseña que no se puede escuchar la palabra y permanecer en la misma situación.
Día a día nos debe transformar la Vida. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, y vivo en la fe...”
Esta celebración nos hace comprender la fe iluminada que le hace proclamar a Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Hoy es un día para preguntarnos: ¿Quién es Cristo para mí?
Pedro, he rogado por ti, para que tu fe no caiga… tú confirma a tus hermanos, le dice Jesús. Pedro, es el signo visible de la unidad en la fe, en la caridad y en la esperanza de saber que todo es posible para quien se deja amar, como lo hizo Pablo.
Esto es el fundamento de capital importancia, que debe apremiar a toda la Iglesia a hacer la novena a San Pedro y San Pablo, en todo el mundo, y celebrar este día con verdadero gozo cristiano.
La novena a San Pedro y San Pablo vendría a ser como la tecla exacta para lograr la sinfonía deseada, y llegar a vivir en clave de Fe y Caridad.
La novena es importante, porque Jesús la instituyó, dejando a su Madre en compañía a los discípulos, que estuvieron nueve días a la espera del Pentecostés!
Porque la Iglesia debe recibir el nuevo Pentecostés, porque “sobre ti edificaré mi Iglesia”, es de todos los días… Se necesita esa fuerza para salir de la Ley, y vivir en el Amor, como nos enseña San Pablo.
San Pablo, a través de su conversión, comprendió que Cristo vivía en cada cristiano. Por esto su predicación, su ser apóstol, formar comunidades y predicar la excelencia del amor hasta el extremo.
Y nos marcó un camino, un programa de vida con expresiones concretas en 1º Corintios 13.
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor no soy nada.
“Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
“El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
La festividad de San Pedro y de San Pablo es para proclamar: “Yo creo Señor que tú eres el Dios viviente”. Esto que creyó Pedro hace 2.000 años, es el anuncio de Cristo resucitado, vivo para siempre. Por eso debemos pedir la asistencia del Espíritu constantemente y el Nuevo Pentecostés en la Iglesia para que esta confesión de Pedro sea una realidad en todas las cosas. Porque no es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios.
Este tiempo es nuestro tiempo. Es tiempo de “reconciliar todas las cosas en Cristo”. Para que Él sea todo en todos, y, “todas las cosas” finalmente llegarán a ser Cristo para la Iglesia.
Cristo vino para todos, buenos y malos. Gracias al Espíritu Santo, quien mueve los corazones, la misma historia de la Iglesia nos demuestra este caminar iluminando los signos de los tiempos y anunciando la presencia vivificante de la caridad de Cristo en medio de los hombres.
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Qué bueno sería juntarnos en los barrios y orar juntos por lo que no va tan bien en nuestra Patria, en nuestra sociedad, en nuestras familias.
Hay que juntar el rebaño…
“Que todos sean uno para que el mundo crea… Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos» (Jn 17,20-26)
San Pedro y San Pablo vinieron a Roma, la capital del mundo pagano, para anunciar a todos los pueblos la victoria de Dios, y la universalidad del Evangelio.
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Pedro significa piedra. Es decir, es el símbolo del A. Testamento sobre el que se edifica la Iglesia, porque las tablas de la Ley están grabadas sobre piedra y la novedad es la vivencia de esos mandamientos, en el mandamiento del amor.
“Pedro, ¿me amas?”
Pedro aún no había comprendido el gesto de lavarse los pies. “Jesús le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” Jn, 13,7
Pedro es el encargado de guiar al pueblo para que encuentre el camino, el paso a la misericordia, que se da en el corazón del hombre para poder amar hasta el extremo, no sólo con la mente, sino con el corazón; es decir, (perdonar setenta veces siete, amar al enemigo, bendecir al que te maldice) como nos enseñó Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
Para que salgan del corazón palabras de vida eterna y podamos estar en unidad, con la palabra del Señor: “Que todos sean uno para que el mundo crea”.
Muchas veces la predicación se vuelve vacía cuando no se llega al corazón, y se experimenta lo del profeta: “Hemos concebido, tuvimos dolores como si diéramos a luz, pero ¡puro aire!; no hemos traído al país la salvación, y no se ven los pioneros de un mundo nuevo". Isaías 26
Por eso Jesús le dice también: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Nosotros, guiados por el Espíritu Santo, es decir conducidos por el amor, podemos desatar lo que está atado, y, entonces se cumple aquello de: “Todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Esto nos invita a superar el juicio.
En ese amar hasta el extremo, la Iglesia, quien nos reconcilia con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo, en ese camino de “beber el nuevo zumo de la vid”, debe dar el lugar que le corresponde al discípulo a quien Jesús también llamó “amigo”… “Amigo, haz pronto lo que tengas que hacer”. Porque se continúa echando culpas, y con este pecado, siempre se está buscando culpables. Y eso no es amar hasta el extremo.
Debemos abrirnos a los “signos de los tiempos” manteniéndonos fieles a su Palabra.
San Pablo nos enseña que no se puede escuchar la palabra y permanecer en la misma situación.
Día a día nos debe transformar la Vida. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, y vivo en la fe...”
Esta celebración nos hace comprender la fe iluminada que le hace proclamar a Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Hoy es un día para preguntarnos: ¿Quién es Cristo para mí?
Pedro, he rogado por ti, para que tu fe no caiga… tú confirma a tus hermanos, le dice Jesús. Pedro, es el signo visible de la unidad en la fe, en la caridad y en la esperanza de saber que todo es posible para quien se deja amar, como lo hizo Pablo.
Esto es el fundamento de capital importancia, que debe apremiar a toda la Iglesia a hacer la novena a San Pedro y San Pablo, en todo el mundo, y celebrar este día con verdadero gozo cristiano.
La novena a San Pedro y San Pablo vendría a ser como la tecla exacta para lograr la sinfonía deseada, y llegar a vivir en clave de Fe y Caridad.
La novena es importante, porque Jesús la instituyó, dejando a su Madre en compañía a los discípulos, que estuvieron nueve días a la espera del Pentecostés!
Porque la Iglesia debe recibir el nuevo Pentecostés, porque “sobre ti edificaré mi Iglesia”, es de todos los días… Se necesita esa fuerza para salir de la Ley, y vivir en el Amor, como nos enseña San Pablo.
San Pablo, a través de su conversión, comprendió que Cristo vivía en cada cristiano. Por esto su predicación, su ser apóstol, formar comunidades y predicar la excelencia del amor hasta el extremo.
Y nos marcó un camino, un programa de vida con expresiones concretas en 1º Corintios 13.
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor no soy nada.
“Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
“El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
La festividad de San Pedro y de San Pablo es para proclamar: “Yo creo Señor que tú eres el Dios viviente”. Esto que creyó Pedro hace 2.000 años, es el anuncio de Cristo resucitado, vivo para siempre. Por eso debemos pedir la asistencia del Espíritu constantemente y el Nuevo Pentecostés en la Iglesia para que esta confesión de Pedro sea una realidad en todas las cosas. Porque no es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios.
Este tiempo es nuestro tiempo. Es tiempo de “reconciliar todas las cosas en Cristo”. Para que Él sea todo en todos, y, “todas las cosas” finalmente llegarán a ser Cristo para la Iglesia.
Cristo vino para todos, buenos y malos. Gracias al Espíritu Santo, quien mueve los corazones, la misma historia de la Iglesia nos demuestra este caminar iluminando los signos de los tiempos y anunciando la presencia vivificante de la caridad de Cristo en medio de los hombres.