El operativo fue coordinado entre la Policía de Córdoba y la Policía Federal, que lograron confirmar su verdadera identidad luego de una investigación silenciosa. Así cayó uno de los últimos prófugos del caso que expuso con crudeza la violencia enquistada en las tribunas y las luchas de poder detrás de Los Borrachos del Tablón.
Aquel 7 de agosto de 2007, Acro salía de un gimnasio en Villa Urquiza, junto a su amigo Gastón Matera, sin saber que lo esperaban. En la esquina de Cullen y Bauness, los barras Ariel “Colo” Luna y Rubén “Oveja” Pintos, integrantes del grupo Palermo, lo emboscaron. Hubo un primer disparo para frenarlo y un segundo que lo remató en el suelo. Agonizó dos días en el hospital Pirovano antes de morir.
El crimen no fue un hecho aislado, sino el capítulo final de una guerra interna que desangró a la hinchada de River Plate. Desde el regreso del Mundial de Alemania 2006, los jefes Alan Schlenker y Adrián Rousseau habían roto su sociedad y dividido la barra. De un lado, los Schlenker, con apoyo del grupo Palermo; del otro, Rousseau, acompañado por Acro, su hombre de confianza.
La disputa por el control de la tribuna derivó en peleas armadas, emboscadas y una escalada de violencia que culminó con el ataque a Acro. La Justicia determinó que los hermanos Alan y William Schlenker fueron los instigadores, mientras que Luna fue el autor material. Junto a ellos fueron condenados como coautores Pintos, Pablo “Cucaracha” Girón y Piñeiro. Maximiliano “Pluto” Lococo recibió una pena menor, de diez años, como partícipe secundario.
El asesinato de Gonzalo Acro simbolizó el punto de quiebre de la violencia en el fútbol argentino: un crimen planificado, ejecutado por barrabravas con vínculos políticos y apoyo dirigencial, que evidenció hasta dónde podía llegar la pelea por el poder dentro de una tribuna.
Hoy, 18 años después del crimen, la captura de Piñeiro reaviva la historia. Aquella noche oscura en Villa Urquiza dejó un mensaje imborrable: en la guerra por la barra, la lealtad se pagaba con sangre.