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La ESI como herramienta para prevenir embarazos no planificados

Cada año, en Argentina 90.000 adolescentes menores de 19 años tienen un hijo o hija. De ellas, 7 de cada 10 no lo han deseado ni planificado. Entre las menores de 15 años, 8 de cada 10 embarazos fueron consecuencia de abuso y violencia sexual. Prevenir estas violencias y favorecer la decisión informada de cada persona para que puedan desarrollar su proyecto de vida son parte de los objetivos que busca la Educación Sexual Integral desde que fue sancionada ley, allá por el año 2006.

A este contexto general -que lleva décadas reproduciéndose- se suma este año la pandemia de la Covid-19 y las medidas de aislamiento social preventivo y obligatorio (Aspo). Todo ello ha sumado desafíos en el acceso a los derechos sexuales y reproductivos en general y, en particular, el acceso de adolescentes que han visto su movilidad autónoma restringida bajo la mirada omnipresente de sus familiares. La necesidad de sostener el aislamiento generó dificultades y temor de concurrir a los servicios de salud que no tuvieran relación con la Covid-19. El acceso a métodos anticonceptivos no ha sido una excepción.

Por otro lado, la suspensión de las clases de manera presencial y su conversión en espacios virtuales domiciliarios producto de la situación epidemiológica, resulta también en una pérdida de intimidad e independencia de la mirada familiar, tanto para niñas, niños y adolescentes como para el cuerpo docente. La posibilidad de ofrecer espacios de Educación Sexual Integral y consejerías personalizadas se ve especialmente obstaculizada al depender de entornos virtuales que no garantizan privacidad ni confidencialidad. Imaginemos el espacio de una vivienda familiar en la que una adolescente comparte el dispositivo con el que atiende sus clases, con sus hermanos pequeños y los adultos que lo utilizan para trabajar. Imaginemos que es una computadora de escritorio, situada en el living del hogar, a la vista y escucha de todos los miembros de la familia. La posibilidad de que entren a revisar las tareas, o queden expuestas involuntariamente, es alta, y vulnera cualquier atisbo de intimidad que pudiera abrirse en un entorno áulico presencial.

Por todo ello, es necesario, más que nunca, potenciar el trabajo en Educación Sexual Integral abarcando a toda la comunidad educativa. Abrir canales de comunicación alternativos con las y los estudiantes, conocer sus contextos particulares, sus temores y necesidades. Generar espacios de debate que incluyan a directivos, docentes, no docentes y, por supuesto, a estudiantes y sus familias, para pensar en conjunto y desarrollar estrategias que, al menos, faciliten el diálogo y nos permitan escucharnos y sostenernos en un contexto inédito para la humanidad. Valorar el cuidado de la salud integral, y a los agentes que la protegen, incluyendo la sexualidad como una dimensión más del ser humano, sabiendo que para que logremos reducir las tasas de embarazo no intencional en la adolescencia los efectores de educación y salud son una parte fundamental de la propuesta.