Como un barco que se hace a la mar de un país incierto, así zarpó el Bonfiglioli hace medio siglo, desde las desoladas costas de la ciudad. Y aquel transatlántico iba cargado con joyas de un valor incalculable. Paisajes al óleo de Domingo José Martínez, naturalezas muertas de Marina González de Lucchini, postales urbanas y humanas de Fernando Bonfiglioli y esculturas de Leopoldo Garrone. Y también las que forjaron orfebres de otra parte: Egidio Cerrito, Oscar Meyer, Mauricio Lasansky…
Muchas de esas joyas se perdieron en la turbulencia o fueron saqueadas por piratas de guante blanco y aún cuelgan despiadadas en casas de la ciudad.
El barco zarpó con viento a favor, marcado por los aires del “Mayo Francés”, a pesar de que el país había perdido su mayo el 29 (el “Cordobazo”) y atravesaba otra dictadura. Pocos años después y tras una breve vuelta a la Democracia, la sombra volverá a cubrir el cielo del país a babor y a estribor. Y el Navío Bonfiglioli, que había andado como un barco ebrio por precarios lugares, encallará en los altos de la Terminal de colectivos. Allí dormirá un sueño de una década, arrumbado y herrumbrado. Pero en el ´83 salió otra vez el sol y una nueva comisión volvió a soltar amarras. El museo tenía un destino: la vieja casona municipal de calle Mendoza. Y hacia allá se dirigió, a través de un río de plátanos. En el ´88 se cruzó al Palace y en el ´95, cuando con todo lo que pudo salvar del naufragio, recaló en puerto seguro: su actual esquina en San Martín y Sarmiento.
Allí pasó la mitad de su vida y se comenzó a restaurar el viejo navío. No para volverlo a la mar sino para dejarlo en ese apacible Monte Ararat. Como un arca que ya hizo su trabajo de tempestades y que se ha vuelto faro y cobijo para los artistas de la ciudad. Para que emane de sus vitrales el brillo de sus orfebrerías. Para erigirse en casa de arte y sitio de encuentro. Y, sobre todo, para volverse símbolo de resistencia. Y que todos sepan que ese edificio fundado en la piedra, ya no será desestabilizado por los terremotos ni los brujos que siempre piensan en volver. Para que todos sepan que ese barco ya atravesó el océano más embravecido de la historia y pudo sobrevivir. Lo prueban esas paredes que hoy exhiben a Garrone y Bonfiglioli, a Domínguez y Lucchini como hace 50 años. Aquellas joyas al óleo que no tienen valor en dinero sino en aire. En ese viento de libertad que hoy sigue soplando como en mayo del sesenta y ocho.
Modelo para armar: cinco pedazos de historia
Emociona ver a los cinco juntos, apreciando los cuadros de la colección permanente. Porque ellos son buena parte de la historia del museo. Dolly Pagani, Raúl Oliva, Fabiana Romano, Hugo Las Heras y Analía Godoy, la actual directora.
Empiezo esta entrevista por orden cronológico, para que cada uno me cuente cómo recibió el museo y cuáles fueron los desafíos de su propia gestión. Y a la palabra la tiene Dolly, leyenda de las letras y la vida artística de la Villa.
“¿Cómo era la ciudad por aquel entonces? Fue una época brillante porque estaban encendiéndose las primeras luces en el campo de la cultura. En el ´66 se crea la SADE local, que fue el semillero de la cultura, llamando a la gente joven que escribía, pintaba o hacía música. Nació el canal de TV y también el primer grupo de música clásica importante con Bonino, Olmedo, Stocchero y Marzolla. Y en el ´68 vino el museo que fue un hito. Yo estuve en esa comisión de Cultura. Creo que algún coletazo del Mayo Francés y del Di Tella llegaron hasta la ciudad por esos días”...
Raúl Oliva, referente ineludible del ballet local, es el segundo de la lista.
“Yo asumí como director de Cultura en el ´88 durante la intendencia de Veglia. Y lo primero que hicimos fue llevar el museo de la casona a la confitería del Palace Hotel; un lugar precioso donde pusimos los cuadros en valor. Eran épocas críticas donde no había un centavo. Y cuando en el ´95 la compañía de agua se fue de esta esquina, yo me mudé de prepo con todos los cuadros. Se venía de privatizar el ferrocarril y los cuadros convivían con los mostradores de la estación y los fierros. En ese tiempo no había director de museo así que nos dedicábamos a programar eventos de cultura con el Verdi. Siempre quisimos jerarquizar el museo y lo conseguimos con la recuperación del Salón “Domingo José Martínez” o uniéndonos a la Asociación de Amigos del Museo para preservar y catalogar. Ellos nos dieron una mano muy grande y luego la asociación creó el Salón Provincial. Llevamos pintores locales al Palais de Glace y la Casa de Córdoba en Buenos Aires, o a muestras itinerantes por toda la provincia”.
El museo en el siglo 21
Fabiana Romano fue la primera directora del museo. Su mandato fue de 2007 a 2011 en la segunda intendencia de Eduardo Accastello.
“Yo tenía la experiencia de haber trabajado en la Asociación de Amigos junto a Nella Bonfiglioli. Eso me dio un orden y un saber qué hacer aquí. Trabajamos muchísimo con Sebastián Borghi para que el museo fuese un faro de cultura dentro de la cultura de la ciudad. Empezamos con un ordenamiento y restauración de obras y le dimos una continuidad a los salones, siempre valorizando la gente de Villa María pero haciendo inauguraciones simultáneas con artistas de otros lugares. También creamos una sala de arte joven y sacamos el museo en forma de reproducciones a las escuelas y centros de arte. Pusimos el museo en el lugar de significación que le correspondía”.
Hugo Las Heras fue el segundo director en el período 2011-2015 y así define su mandato.
“Cuando entré al museo, la compañera Fabiana lo había dejado muy bien. Ella hizo una exposición muy buena sobre Eva Perón, una de las más impactantes que vi. El intendente Accastello me pidió que el museo se abriera a los barrios. Y entonces inauguramos la sala en Patrimonio. En un año hicimos 44 exposiciones y todo lo que no calzaba acá lo llevábamos allá. Eso llevó mucha gente y amplió el circuito artístico. La exposición de mayor alcance fue en el 2014, cuando expusimos las fotos de Camilo Guevara, el hijo del “Che”. Vinieron a filmarnos de TN. Todo el país estuvo acá y fue inolvidable”.
Analía Godoy es la tercera directora del museo Bonfiglioli. Asumió en 2015 con la intendencia de Martín Gill y fue la encargada del monumental trabajo de investigación que censó todos los salones desde 1946 a 1968, las actividades pictóricas de la ciudad previas a la fundación del museo y que se acaba de imprimir en forma de libro: “Una modernidad polifónica”.
“Encontré un museo sistematizado por la gestión de Fabiana y el trabajo de Seba. Y al igual que ellos, nos propusimos sostener la práctica de la exposición y seguir pensando el museo como un lugar posibilitador de otras obras, más allá de las locales. Por eso es que tenemos exposiciones simultáneas de pintores locales y de otros lugares. Y empezamos a trabajar en investigación, que fue fundamental para reconstruir la historia y escribirla. Este proyecto sigue en marcha y el próximo paso es empezar a rastrear todas las muestras oficiales desde la creación del museo. En esto hemos trabajado mancomunadamente con la Escuela de Bellas Artes. Con esta gestión, el museo tuvo la posibilidad de un gran equipo de trabajo y muchísimas refacciones edilicias”.
“Hoy tenemos un museo vivo y con mucha llegada a los barrios. No queremos ser un sitio que conserve solamente, a pesar de tener 360 obras. Queremos, también, conectarnos con la comunidad. Este año vuelve el Salón Tradicional con la ampliación en el campo del arte del siglo veintiuno. ¿Cómo definiría el museo? Una barca cargada de futuro”.
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El barco zarpó con viento a favor, marcado por los aires del “Mayo Francés”, a pesar de que el país había perdido su mayo el 29 (el “Cordobazo”) y atravesaba otra dictadura. Pocos años después y tras una breve vuelta a la Democracia, la sombra volverá a cubrir el cielo del país a babor y a estribor. Y el Navío Bonfiglioli, que había andado como un barco ebrio por precarios lugares, encallará en los altos de la Terminal de colectivos. Allí dormirá un sueño de una década, arrumbado y herrumbrado. Pero en el ´83 salió otra vez el sol y una nueva comisión volvió a soltar amarras. El museo tenía un destino: la vieja casona municipal de calle Mendoza. Y hacia allá se dirigió, a través de un río de plátanos. En el ´88 se cruzó al Palace y en el ´95, cuando con todo lo que pudo salvar del naufragio, recaló en puerto seguro: su actual esquina en San Martín y Sarmiento.
Allí pasó la mitad de su vida y se comenzó a restaurar el viejo navío. No para volverlo a la mar sino para dejarlo en ese apacible Monte Ararat. Como un arca que ya hizo su trabajo de tempestades y que se ha vuelto faro y cobijo para los artistas de la ciudad. Para que emane de sus vitrales el brillo de sus orfebrerías. Para erigirse en casa de arte y sitio de encuentro. Y, sobre todo, para volverse símbolo de resistencia. Y que todos sepan que ese edificio fundado en la piedra, ya no será desestabilizado por los terremotos ni los brujos que siempre piensan en volver. Para que todos sepan que ese barco ya atravesó el océano más embravecido de la historia y pudo sobrevivir. Lo prueban esas paredes que hoy exhiben a Garrone y Bonfiglioli, a Domínguez y Lucchini como hace 50 años. Aquellas joyas al óleo que no tienen valor en dinero sino en aire. En ese viento de libertad que hoy sigue soplando como en mayo del sesenta y ocho.
Modelo para armar: cinco pedazos de historia
Emociona ver a los cinco juntos, apreciando los cuadros de la colección permanente. Porque ellos son buena parte de la historia del museo. Dolly Pagani, Raúl Oliva, Fabiana Romano, Hugo Las Heras y Analía Godoy, la actual directora.
Empiezo esta entrevista por orden cronológico, para que cada uno me cuente cómo recibió el museo y cuáles fueron los desafíos de su propia gestión. Y a la palabra la tiene Dolly, leyenda de las letras y la vida artística de la Villa.
“¿Cómo era la ciudad por aquel entonces? Fue una época brillante porque estaban encendiéndose las primeras luces en el campo de la cultura. En el ´66 se crea la SADE local, que fue el semillero de la cultura, llamando a la gente joven que escribía, pintaba o hacía música. Nació el canal de TV y también el primer grupo de música clásica importante con Bonino, Olmedo, Stocchero y Marzolla. Y en el ´68 vino el museo que fue un hito. Yo estuve en esa comisión de Cultura. Creo que algún coletazo del Mayo Francés y del Di Tella llegaron hasta la ciudad por esos días”...
Raúl Oliva, referente ineludible del ballet local, es el segundo de la lista.
“Yo asumí como director de Cultura en el ´88 durante la intendencia de Veglia. Y lo primero que hicimos fue llevar el museo de la casona a la confitería del Palace Hotel; un lugar precioso donde pusimos los cuadros en valor. Eran épocas críticas donde no había un centavo. Y cuando en el ´95 la compañía de agua se fue de esta esquina, yo me mudé de prepo con todos los cuadros. Se venía de privatizar el ferrocarril y los cuadros convivían con los mostradores de la estación y los fierros. En ese tiempo no había director de museo así que nos dedicábamos a programar eventos de cultura con el Verdi. Siempre quisimos jerarquizar el museo y lo conseguimos con la recuperación del Salón “Domingo José Martínez” o uniéndonos a la Asociación de Amigos del Museo para preservar y catalogar. Ellos nos dieron una mano muy grande y luego la asociación creó el Salón Provincial. Llevamos pintores locales al Palais de Glace y la Casa de Córdoba en Buenos Aires, o a muestras itinerantes por toda la provincia”.
El museo en el siglo 21
Fabiana Romano fue la primera directora del museo. Su mandato fue de 2007 a 2011 en la segunda intendencia de Eduardo Accastello.
“Yo tenía la experiencia de haber trabajado en la Asociación de Amigos junto a Nella Bonfiglioli. Eso me dio un orden y un saber qué hacer aquí. Trabajamos muchísimo con Sebastián Borghi para que el museo fuese un faro de cultura dentro de la cultura de la ciudad. Empezamos con un ordenamiento y restauración de obras y le dimos una continuidad a los salones, siempre valorizando la gente de Villa María pero haciendo inauguraciones simultáneas con artistas de otros lugares. También creamos una sala de arte joven y sacamos el museo en forma de reproducciones a las escuelas y centros de arte. Pusimos el museo en el lugar de significación que le correspondía”.
Hugo Las Heras fue el segundo director en el período 2011-2015 y así define su mandato.
“Cuando entré al museo, la compañera Fabiana lo había dejado muy bien. Ella hizo una exposición muy buena sobre Eva Perón, una de las más impactantes que vi. El intendente Accastello me pidió que el museo se abriera a los barrios. Y entonces inauguramos la sala en Patrimonio. En un año hicimos 44 exposiciones y todo lo que no calzaba acá lo llevábamos allá. Eso llevó mucha gente y amplió el circuito artístico. La exposición de mayor alcance fue en el 2014, cuando expusimos las fotos de Camilo Guevara, el hijo del “Che”. Vinieron a filmarnos de TN. Todo el país estuvo acá y fue inolvidable”.
Un arma cargada de futuro“Con esta gestión, el museo tuvo la posibilidad de un gran equipo de trabajo y mucha llegada a los barrios”, dijo Analía Godoy, directora.
Analía Godoy es la tercera directora del museo Bonfiglioli. Asumió en 2015 con la intendencia de Martín Gill y fue la encargada del monumental trabajo de investigación que censó todos los salones desde 1946 a 1968, las actividades pictóricas de la ciudad previas a la fundación del museo y que se acaba de imprimir en forma de libro: “Una modernidad polifónica”.
“Encontré un museo sistematizado por la gestión de Fabiana y el trabajo de Seba. Y al igual que ellos, nos propusimos sostener la práctica de la exposición y seguir pensando el museo como un lugar posibilitador de otras obras, más allá de las locales. Por eso es que tenemos exposiciones simultáneas de pintores locales y de otros lugares. Y empezamos a trabajar en investigación, que fue fundamental para reconstruir la historia y escribirla. Este proyecto sigue en marcha y el próximo paso es empezar a rastrear todas las muestras oficiales desde la creación del museo. En esto hemos trabajado mancomunadamente con la Escuela de Bellas Artes. Con esta gestión, el museo tuvo la posibilidad de un gran equipo de trabajo y muchísimas refacciones edilicias”.
“Hoy tenemos un museo vivo y con mucha llegada a los barrios. No queremos ser un sitio que conserve solamente, a pesar de tener 360 obras. Queremos, también, conectarnos con la comunidad. Este año vuelve el Salón Tradicional con la ampliación en el campo del arte del siglo veintiuno. ¿Cómo definiría el museo? Una barca cargada de futuro”.