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“Muchos decían ´cambiá de perro´, pero Juan era mi vida y ahora es mi orgullo”

El mejor buscador de personas vivas del país es un labrador de Ballesteros adiestrado por un bombero amateur. Esta es la historia de un binomio indisoluble entre hombre-animal, cerebro-olfato y dos inmensos corazones

El último día del año pasado, un hombre se había perdido en las cercanías de Ballesteros Sud. La persona que lo esperaba a cenar avisó a los bomberos de Ballesteros y la expedición zarpó al instante. Pocas horas después, el hombre era encontrado en un maizal. ¿El responsable? Un perro dorado que lo rastreó en la inmensidad hasta dar con él. 

La noticia no salió en diario alguno. Tampoco nadie supo que, un mes atrás, ese mismo perro  había sido condecorado de manera oficial en la ciudad de La Plata como “el mejor buscador de personas vivas del país” por el Ministerio de Seguridad de la Nación, en un examen oficial que le habían tomado junto a su adiestrador, el bombero Emiliano Conti.

Ambos, perro y amo (el “binomio”, como se dice en los cuarteles) son de Ballesteros. Y Emiliano me recibe en su casa para contarme la historia.

Como un hijo muy esperado

-¿Cómo llega Juan a tu vida?

-Fue rarísimo. Yo siempre tuve perros porque los rescataba, y en un momento incluso llegué a trabajar en la protectora “Ester Gallardo”. Debe ser porque de chico había querido ser bombero pero mi mamá no me dejaba, me decía que iba a dejar la escuela. Y entonces, como no podía rescatar personas, me dediqué a rescatar perros. 

-Hasta que entraste al cuartel...

-Sí. Fue en  2011. Me llamaron porque muchos chicos del secundario se estaban yendo a estudiar y se estaban quedando sin bomberos en el pueblo. Al poco tiempo, en el 2014, el jefe Fernando Romero me pidió que adiestrara un perro. Se había puesto de moda el tema de la búsqueda y el rescate pero yo le dije que no.

-¿Por qué?

-Porque conozco muy bien el tiempo que te lleva un perro. Ya demasiado tenía con los rescatados. Además, tenía mi nene chiquito y estaba terminando el curso de bombero. Pero Fernando no me dio opción. “No sé de dónde vas a sacar el tiempo pero vos sos la persona adecuada y al perro lo necesitamos. Quedate tranquilo que te vamos a ayudar en todo. Además, ya tenemos la camada lista para que vos elijas”. Y ahí lo conocí a Juan, que me cambió la vida. Como un hijo muy esperado.

-¿Y cómo fue ese encuentro?

-La gente de búsqueda me dijo que tenía que seleccionarlo con el “Test de Campbell”, que evalúa el temperamento. Así que fuimos a la casa de Hebe Echegaray, la señora que nos donaba el perro. Y cuando nos hizo pasar, vi que todos eran cachorritos negros menos uno, que era dorado. Y Hebe nos dice “elijan cualquiera menos ese, porque mi marido se lo va a dar a las nenas”. Y yo le dije que entonces al dorado lo pasáramos a otra pieza así no se mezclaba. Pero cuando empezamos el test, el dorado se había escapado. ¡Quería jugar con nosotros! Hebe lo volvió a encerrar con llave pero al rato se había metido por la ventana. ¡Y eso que era muy chiquitito! Apenas tenía un mes y medio, pero te diría  fue él quien me eligió a mí… 

-¿Y qué hiciste?

-Le dije a Hebe que nos costaba decidir, pero ella entendió todo. “Ya sé, el que más te sirve es el amarillito ¿no?” Yo le confesé que sí, que según el test era el más apto de lejos, pero no quería generarles problemas. Y ella me dijo “llevátelo entonces. Yo después le explico a mi marido. Si es para los bomberos y para ayudar a la gente, ustedes tienen la prioridad”. Me conmovió mucho su actitud... 

-¿Y ahí nomás le pusiste Juan?

-No. Como el perro no tenía nombre yo le decía “Juan sin nombre” a la espera de que se me ocurriera alguno. Pero un día mi hija chiquita me dio la primera gran lección de perros. Me dijo: “Pero si le decís todo el día Juan ponéle Juan, ¿no te das cuenta que él ya sabe que se llama así?”. Y tenía razón…

-¿Y ahí lo empezaste a preparar?

-Sí. El primer encuentro fue en Balnearia. Y mirá lo que son las cosas. La vieja escuela dice que el perro tiene que tener un año para entrenar pero eso ya no va más. Es la vieja escuela. Así que lo llevé con dos meses y medio. Después lo empecé a traer a Villa María y andaba muy bien...

Los trabajos y los días

-¿Y qué te dijeron los bomberos de Villa María?

-Nos decían “muchachos, no se piensen que van a llegar muy lejos con este perro porque el primero es siempre de prueba. Se llama perro-escuela. Tómenlo como un aprendizaje. Además, es un perro regalado para doméstico, no es un de línea como el pastor belga  Malinois... Pero a la vuelta del viaje le dije al jefe: “Si ustedes me apoyan, yo pongo todo de mí para sacarlo adelante al animal”. Era mucho dinero para viajes y cursos pero nunca me dejaron solo.

-¿Y cómo fue esa formación?

-Al principio fueron sesiones muy sacrificadas. Yo no me podía ir muy lejos porque todas mis capacitaciones para bombero eran en la Regional Número Dos, es decir en la zona. Así que un fin de semana iba a Bell Ville o a Morrison y el fin de semana siguiente se lo dedicaba entero a Juan. Pero no me alcanzaba con esos cursos en Villa María.  Juan es un perro muy inquieto y no se cansaba nunca. Aprendía rapidísimo y siempre pedía más. Podía caminar 30 kilómetros al día al lado de mi bici y cuando llegaba a casa quería seguir jugando. Así que les pedí a los bomberos para hacer un curso de educación canina en Córdoba.

-¿Y te lo aceptaron?

-Sí. El curso era caro pero el combustible era más caro todavía. Así que ellos me pagaron la nafta. El curso era en la Federación de Bomberos Voluntarios de Córdoba, que es la única que tiene una escuela de formación de perros en la provincia. Y el instructor me dijo “con ese perro vas a aprender mucho porque es muy inquieto”. Y no sólo me hacía renegar. Me hacía pasar mucha vergüenza porque yo no tenía control sobre él. Era muy bueno encontrando gente pero no me hacía caso. No te puedo explicar las veces que se me escapaba acá en el pueblo. Después me llamaban de la escuela. Estaba jugando con los chicos en el recreo porque le encantan los chicos...

-¿Cómo hiciste para controlarlo?

-Fue durísimo. A nosotros como bomberos siempre nos importó que el perro busque pero no el control, pero si un día lo llevás para que te examinen del Registro Nacional de Búsqueda, ahí te evalúan todo. Y la obediencia es fundamental. Se tiene que sentar si le decís “sit”, caminar pegado a vos si le decís “juntos” o ir a la izquierda o a la derecha o saber quedarse quiero. Yo no tenía idea cómo iba a conseguir que Juan hiciera todo eso...

Cero en conducta

-Pero al final lo conseguiste...

-Sí. Por esos días había un curso en Mendoza a cargo de un adiestrador uruguayo, Favio Pinto, que fue campeón mundial y hasta preparó perros para el ejército de los Estados Unidos. Cuando llegué, no te puedo explicar la vergüenza que pasé... Lo tuve todo el día a los tirones. Si no fuera por los compañeros que habían ido conmigo, ese día lo cargaba y me volvía. Te juro que me hizo llorar... Pero al otro día tuve otra prueba y todo cambió.

-¿Por qué?

-Porque Juan se había acostumbrado ya a los olores del lugar y estaba más tranquilo. Buscó y anduvo bárbaro. Y Favio me dijo “es muy bueno, pero vos no podés estar luchando con él cada vez que haya una búsqueda. Podés laburarlo y podés llegar, pero todavía estás  lejos”. Yo le dije que quería llegar. Así que trabajé un año entero en la obediencia. Hasta que volví a verlo a Pinto en Córdoba. 

-¿Y qué te dijo?

- Cuando lo vio a Juan no lo podía creer. “Emi, veo otro perro y veo otro guía -me dijo- Se nota que realmente laburaste”. Yo le dije “si no te hago caso a vos que fuiste campeón mundial ¿a quién le voy a hacer caso?” Ese día Pinto nos preguntó quién se iba a presentar para rendir y obtener la certificación nacional. Yo le dije que no; pero el coordinador de los perros de la Regional, Oscar Tepli, de Villa María, le dijo “se van a presentar Emiliano y Juan. Él no tiene poder de decisión. Lo mando yo y va a aprobar”. Sólo tenía seis meses así que nos pusimos en marcha. 

-¿Y cómo te preparaste?

-Fui varias veces a Buenos Aires, justamente a la escuela de Favio. Con Juan laburábamos viernes, sábado y domingo doce horas sin parar y volvíamos a Ballesteros fundidos...

-Hasta que llegó el día señalado...

-Sí. Fue en noviembre del año pasado en La Plata; el examen oficial del Ministerio de Seguridad de la Nación. Yo tenía mucho miedo porque si Juan me desobedecía, automáticamente quedábamos descalificados. Pero rendimos la primera etapa bien, que era la que más miedo me daba: obediencia, socialización, pista y luego la búsqueda en sí,  en el campo o en estructura colapsada... 

Búsqueda implacable

-¿Cómo era la segunda etapa?

 -Era lo que se llama Búsqueda Uno, que es encontrar a una persona perdida en el medio del campo o en lo que se dice “grande área”, dos hectáreas aproximadamente. Tenía 25 minutos y Juan la encontró en menos de 3. Tiene un estado físico y un olfato impresionantes. “¿Seguro que lo encontró?” me decía el profesor. “Sí, seguro”. “¿Seguro que terminó la búsqueda?” me preguntaba. “Sí, terminó” le dije. Habíamos pasado la prueba. Y te juro que es difícil porque en los simulacros hay otro montón de actores; gente gritándote o insultándote, familiares de la víctima que te pegan y te dicen que el perro no sirve para nada y cosas así. Además, ya me lo habían dicho tantas veces, que quizás estaba acostumbrado (risas).

-¿Y después?

-Después pasamos a Búsqueda Dos, donde se trata de encontrar a dos personas en una estructura colapsada. En este caso, era adentro de un edificio lleno de escombros y chapas, donde no se ve. Esa búsqueda no tiene nada que ver con la primera. Hay un montón de peligros donde el perro no puede pasar, y otros lugares donde lo tenés que dejarlo solo y sin correa y guiarlo con la voz. Y ahí entendés por qué se trabaja tanto la obediencia. Para que el perro corra el menor riesgo posible. Así que en la prueba tuvimos que hablar con un juez, presentar la estrategia a seguir y empezar la búsqueda. 

-¿Cuál fue tu estrategia?

-Le dije al juez que me gustaba que Juan buscara libre, porque así era su carácter.  Que en todo caso yo lo direccionaría con la voz. Teníamos 25 minutos para encontrar a dos personas entre los escombros. Y a la primera, Juan la encontró en 25 segundos. A la segunda, dos minutos más tarde. “¿Estás seguro?”, me dijo el profe. “Seguro”. “¿Estás seguro de que no hay más víctimas?”  “No hay más víctimas, profesor. Si mi perro lo dice, estoy seguro”. Entonces el instructor paró el simulacro, me dio la mano y me dijo “te requete contra mil felicito, Emi. Tu perro fue el más rápido de la Nación y de la historia. Nunca ninguno había encontrado dos víctimas en menos de 3 minutos bajo los escombros”.

Emi hace una pausa porque repentinamente se ha emocionado. “¿Lo querés conocer a Juan?”, me pregunta para romper su propio hielo. Le contesto que para eso vine. Y abriendo el garage, el labrador dorado me apoya sus patas en los hombros y me lame la cara.

Binomio como un dos de corazones

“Debe creer que soy un chico del primario”, le digo a Emi. “Capaz que sí porque quiere jugar con vos”, me dice. Y luego acaricia la cabeza de Juan. Y me dice:

“Hoy sólo somos 9 binomios certificados de búsquedas de personas en todo el país. Y sólo 3 somos de bomberos voluntarios, de los 44 mil bomberos que hay en el país. Somos un muchacho de Cruz Alta, otro de Las Toninas en Buenos Aires y yo, de Ballesteros. Somos dos cordobeses. Yo me río porque cuando iba a Buenos Aires, todos los perros eran pastores belgas Malenois con chalecos y collares carísimos. Parecían militares. Esos perros cuestan 60 mil pesos cada uno. Y el mío, pobrecito, apenas si tenía un collar hecho por la fábrica de cadenas del pueblo Rasán y los juguetes que le hacía yo o las pelotitas usadas que me regalaba la Nina, la chica de la cancha de paddle. No era de la mejor raza ni un perro de línea de trabajo pero tenía el certificado. Me acordé que muchos me decían ´cambiá de perro, dejáte de renegar con ese “ladrador”... Pero Juan era mi vida y ahora, además, es mi orgullo... ¿No es así, Juan?”

Y el animal vuelve a lamer la mano de su amo, de su amigo, de su hermano. De ese hombre que comparte con él la misma vocación y la misma razón de existir: rescatar a las personas con vida de las catástrofes o en los campos. Como un dos de corazones.



Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María

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