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El Fondo que nos vacuna contra la especulación

"El tema es que si el papel de tomadores seriales de préstamos nos cae bárbaro, al de devolvedores de préstamos todavía nos está costando encontrarle la vuelta".

Mirá vos, tan tranquilos que habíamos terminado la semana pasada después de todas aquellas declaraciones tranquilizadoras sobre las pequeñas oscilaciones en la cotización del dólar: que “la volatilidad no nos tiene que asustar, es parte del aprendizaje del cambio flotante", que “tenemos que acostumbrarnos a estas fluctuaciones”, que “estábamos preparados, no nos agarró desprevenidos”, entre Marquitos y Lilita, entre el Nico y el Toto, hasta Domingo Felipe emergiendo del arcón de los recuerdos más entrañables de nuestros años mozos para decirnos que “no hay motivos para la alarma”, todos los planetas se alinearon para devolvernos la paz mental y la sensación de que todo está bajo control. Y lo del achique de la obra pública, las tasas al 40 por ciento, la liquidación del 10 por ciento de las reservas, eran medidas preventivas, tipo “es un resfrío de morondanga, se te va a ir solo, pero por las dudas te vamos a dar un antibiótico”. Esta semana, sin embargo, hemos terminado de comprobar cómo a la hora de asegurar nuestra tranquilidad los tipos no escatiman nada, y han marchado a pedirle asistencia al FMI, para reforzar el discurso tranquilizador: “Es una leve irritación de la garganta, te doy un antibiótico por si aparece una placa, pero para estar seguros arrancamos ya mismo con la quimioterapia”. Es así, todo lo que hacen Mauricio y el mejor equipo de la historia apunta a calmarnos los nervios.

No a todos, claro. A algunos argentinos -no sé si ustedes conocerán alguno, pero créanme, existen- las apariciones del Fondo en la pantalla provocan más escalofríos que las de un Freddy Kruger, precisamente porque en todas las películas con el villano que merodea por las pesadillas a los protagonistas los liquidaban apenas se quedaban dormidos. Gente prejuiciosa que no entiende ni comprende el complejo mundo de las finanzas internacionales, donde se necesitan prestamistas y tomadores de préstamos. Que venimos a ser nosotros, porque ser el país que queremos ser no es barato: necesitamos plata para que vengan las inversiones, porque si no se les asegura que van a llevarse más plata que la que ponen nadie invierte. Necesitamos plata para vincularnos con el mundo, dólares baratos para expandir nuestros conocimientos, abrir nuestras cabezas, broncear nuestros cuerpos con soles tropicales y traer celulares, tablets y televisores inteligentes para mostrar a nuestros amigos lo inteligentes para los negocios que somos. Necesitamos plata para estimular el ahorro, porque sin dólares frescos, gente como el Nico, el Toto, el Juanjo y tantos más no podrían seguir ahorrando esos ahorros que ya van a traer a la Argentina apenas la Argentina se transforme en el país seguro y confiable en que ellos lo están transformando.

El tema es que si el papel de tomadores seriales de préstamos nos cae bárbaro, al de devolvedores de préstamos todavía nos está costando encontrarle la vuelta. Y ahí aparece la brillante idea de invitar al FMI  a nuestra fiestita. Porque la plata no es todo, se puede conseguir en cualquier parte, después de todo quién no le prestaría 30 mil millones de dólares a un deudor tan experimentado como la Argentina. No señor, no es la plata, son los consejos que el Fondo nos da y nosotros adoptamos agradecidos, esos que tanto bien nos hicieron a lo largo de nuestra historia. Y que por más que “no sea el mismo que en los 90”, nos va a seguir dando, porque la vocación de ayudar a los párvulos en apuros trasciende las épocas y los nombres de quienes la canalizan, y las verdades son verdades por más que la realidad a veces se les retobe con la ridícula pretensión de desmentirlas.

Así que eso que ya sabemos que tenemos que hacer, bien pronto se nos va a indicar que lo hagamos. Privaticemos las empresas públicas, ya estamos al tanto de cómo mejoran los servicios, del peaje en las rutas a la recolección de basura, y sobre todo cómo se abaratan, cuando los presta un monopolio privado en lugar de uno público. Privaticemos el sistema previsional, bajo la inspiración de lo bien que terminó aquella experiencia de los 90, con miles de jubilados agradecidos y saludables moldeados a imagen y semejanza de los avisos de las AFJP de la época. Flexibilicemos el mercado laboral, que nada defiende mejor las fuentes de trabajo que volver más baratos y sencillos los despidos, y la mejor manera de combatir la precarización de los empleos en negro pasa por volver más precarios los empleos en blanco. Excelentes consejos, cuya aplicación no puede menos que dar los excelentes resultados que siempre ha dado, no se entiende por qué sus afortunados receptores tienden a seguirlos únicamente cuando sienten que la soga que llevan atada al cuello aprieta hasta hacerles saltar las lágrimas.

Como sea, bastó el anuncio del inminente acuerdo con el FMI para que la demanda de dólares se frenara en seco y el Banco Central debiera a salir desesperado a comprar billetes verdes para evitar un brusco derrumbe de la cotización que atentaría contra la competitividad de nuestras exportaciones… Ah, ¿no fue así?... ¿El Banco Central siguió liquidando reservas y pagando fortunas para persuadir a los dueños de la plata de la conveniencia de quedarse con sus pesos, sin lograr que los dueños de la plata le hicieran caso? Bueno, parece que en realidad uno de los “consejos” del Fondo sería un tipo de cambio alto, más alto que el actual, y la plata que nos prestaría serviría para pagarles las ganancias a los que compraron y siguen comprando a un precio que igual se va a seguir disparando. Se habría llegado a la versión financiera de aquel memorable consejo de Oscar Wilde: “La única manera de vencer a la tentación es ceder a ella”. En este caso, “la única manera de vencer a la especulación cambiaria es poner el tipo de cambio que los especuladores querían”. Y explicar, junto con el Fondo, que en el fondo ese precio del dólar (25, 30, 35 mangos, andá a saber) es el que siempre habíamos deseado por más que en un principio parecía como que nos estábamos haciendo los estrechos. Casi casi diríamos aquello de que “si la violación es inevitable, relájate y goza”, si no fuera porque en estas épocas se ha vuelto políticamente incorrecto y porque con un pretendiente como el Fondo, como nos enseña una vasta y enriquecedora experiencia, por muy relajados que estemos igual nos va a doler.

Jorge F. Legarda.  Redacción Puntal

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