Ayer se cumplió un nuevo aniver-sario de la Toma de la Bastilla (14 de julio de 1789). Los ciudadanos de París demolieron la prisión de la ciudad, símbolo del poder del rey. El acontecimiento es señalado como uno de los primeros hitos de la Revolución Francesa.
Ésta fue llevada adelante por una burguesía pujante, que consiguió el apoyo del campesinado y otros actores de la sociedad. El movi-miento terminó derrocando al rey Luis XVI, que murió decapitado en la guillotina.
Una de las bases sobre las que se asentó la revolución fueron las ideas de la Ilustración. Este movimiento intelectual y artístico horadó los cimientos de la Edad Media, dando paso a una nueva era. El liberalismo -tanto económico como social- fue ganándole espacio al viejo régimen y abrió el camino para la aparición del capitalismo.
Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, es considerado uno de los referentes de la Ilustración. El francés dejó su huella en la formación de los Estados Modernos con sus ideas sobre la división de poderes, la ley y el derecho. Una de sus frases más reconocidas es aquella que dice: "Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa".
El francés no confiaba mucho en la naturaleza humana. Creía en la necesidad de las leyes para evitar que las personas avanzaran sobre los derechos de los demás. La idea de los tres poderes es justamente equilibrar las fuerzas y así controlar cualquier abuso de alguna de las partes.
Para que esta ecuación funcionara, Montesquieu hizo hincapié en la construcción de las leyes y su aplicación. Estás no debían ser impuestas desde arriba, sino que tenían que representar un valor de justicia abalado por la sociedad. No se trata de que estén escritas, sino de que signifiquen algo.
Más allá de sus capacidades, uno de los problemas que tienen los árbitros es el reglamento con el que trabajan. Muchas de las premisas del fútbol no han evolucionado. En su normativa hay filtraciones que permiten avivadas, trampas y cuestiones ilegítimas. Deja demasiados aspectos librados a la interpretación personal, cuestión que genera diferencias de criterio a la hora de cobrar.
La idea de justicia, que tanto pre-ocupó al Barón, también es un de-bate siempre presente en el fútbol. Impartirla es una de las actividades más difíciles y cuestionadas. Los árbitros viven en el ojo del huracán. Resulta complejo entender la estructura psíquica de alguien que disfrute el arbitraje. Es admirable ver a algunos de ellos -sobre todo a los que dirigen en ligas amateurs- soportar estoicamente una catarata de insultos constantes. Ni bien pisan la cancha, las agresiones caen desde todas las tribunas. También es complicado comprender la psiquis de algunas personas que disfrutan de lanzarle improperios cobardes y dañinos a alguien, amparados en el mal llamado "folklore del fútbol".
Más allá de sus capacidades, uno de los problemas que tienen los árbitros es el reglamento con el que trabajan. Muchas de las premisas del fútbol no han evolucionado. En su normativa hay filtraciones que permiten avivadas, trampas y cuestiones ilegítimas. Deja demasiados aspectos librados a la interpretación personal, cuestión que genera diferencias de criterio a la hora de cobrar.
Esas grietas en el reglamento y los errores en su aplicación, generaron la idea de que el fútbol es in-justo. Hay normas escritas cuyo cumplimiento riguroso va en contra del sentido común y el criterio para su aplicación es desigual.
Dentro de este marco, hay quienes empezaron a pensar que si las reglas eran injustas y se aplicaban de manera incorrecta ¿Por qué estaría mal hacer trampa? o ¿Por qué sería incorrecto aprovechar las ventajas que surgen de esa normativa? Así, se fue construyendo alrededor del fútbol la lógica de la avivada o la ventajeada.
Ejemplos de esto hay varios. El reglamento establece que no se puede sujetar al rival. No importa lo intenso que sea el amarre, se debe cobrar una infracción. El problema es que no todos tienen la misma incidencia, algunos son muy leves y no le impiden al juga-dor continuar con su carrera. En un partido debe haber cientos de agarrones. Si el juez es rigorista y los cobra todos, prácticamente no se podría jugar.
Para evitar esta pérdida de ritmo, los árbitros recurren a su criterio para determinar cual agarrón cobrar y cual no. Allí aparecen los problemas. Desde el momento en que una sujeción no se señala como infracción, todos pueden su-jetar y si al árbitro se le ocurre cobrar alguna, inmediatamente surgirá la clásica protesta: "Esta si la cobras y aquella no". No importa si el árbitro sancionó correcta-mente o no, sino que no midió con la misma vara.
Para evitarse problemas, un buen día, a un juez se le ocurrió la idea de la "compensación". Si no cobró un agarrón de un lado, no lo hace del otro. Así, el reglamento se deja de lado. Entonces en vez de enseñarle al jugador que no debe agarrar a su rival, se le enseña a que debe hacerlo, pero cuidándose de que no sea muy alevoso, no vaya a ser cosa que al árbitro se le ocurra cobrarlo. Cómo alguna vez comentó el Cholo Simeone: "Hay que agarrar de los brazos, si lo hacés de la camiseta es más obvio, porque se estira".
Algo similar sucede con el tiempo. Un árbitro no tiene muchos recursos para evitar que un jugador deje pasar los minutos. Primero, porque rara vez alguien es sancionado por hacerlo y segundo porque no hay manera de evitarlo reglamentariamente. Se sabe que lo que adiciona el juez después de los 45´ de cada tiempo nunca permite recuperar lo perdido. La solución parecería más sencilla: parar el reloj. Si al haber un jugador lesionado, el referí de-tuviera el cronometro -como se hace en el rugby- no habría perdidas excesivas y se evitarían las simulaciones. Lo mismo en los saques de arco. Los arqueros no irían a buscar la pelota pidiéndole permiso a un pie para mover el otro.
La idea de detener el tiempo es mirada por el fútbol, con la misma idea que la que hay del VAR. Se dice que desnaturaliza el juego. Ahora ¿Añadir más justicia al juego es desnaturalizarlo? Para muchos la respuesta es sí. Porque de tanto incumplir y ventajear un reglamento que tiene grietas por muchos lados, la injusticia se toma como parte de la disciplina.
No es justo que un equipo pierda porque un árbitro no vio un agarrón en el área o creyó que el mismo había sido leve. Si el vídeo permite demostrar que la sujeción existió hay que utilizarlo. El problema actual con el VAR no es de la tecnología, el inconveniente está en que el reglamento sigue teniendo las mismas fallas y quienes lo aplican cometen los mismos errores.
La idea de detener el tiempo es mirada por el fútbol, con la misma idea que la que hay del VAR. Se dice que desnaturaliza el juego. Ahora ¿Añadir más justicia al juego es desnaturalizarlo? Para muchos la respuesta es sí. Porque de tanto incumplir y ventajear un reglamento que tiene grietas por muchos lados, la injusticia se toma como parte de la disciplina.
En términos de Montesquieu, cobrar un penal por un agarrón en el área no debe ser considerado justo porque lo dice la ley. Para el francés el principio debería ser al revés, la ley dice que está bien sancionar el penal, porque todos consideran que es injusto y antideportivo sujetar a un rival en el área.