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Massa y Milei se deben mucho

Ninguno sería posible sin su oponente. Llegan competitivos porque ofician de instrumento para impedir al otro. La extraña lógica de los socios de Milei y la actitud de Schiaretti en el tramo final

A una semana del 19 de noviembre, los dos candidatos presidenciales, Sergio Massa y Javier Milei, parecen llegar a la etapa final de la elección con chances equivalentes. La moneda está en el aire y puede caer de un lado o de otro. Por eso, el debate que protagonizarán esta noche puede ser, en contra de lo que suele decirse, una instancia definitoria.

Massa y Milei sólo son posibles porque existe el otro. El candidato de Unión por la Patria, ministro de Economía de un país inmerso en una crisis profunda y acelerada, llega competitivo al balotaje, en gran parte, porque enfrente tiene a un candidato desaforado y extremo, irracional y bizarro, que promete no mejorar el país sino hacerlo explotar y que en su campaña no ha parado de insultar y pelearse con casi todo el mundo y ha creado un imaginario de lo que será Argentina en un eventual gobierno suyo que causa más miedo que un presente desesperante. Milei y su sed por privatizar todo y por convertir todo en materia de compra y venta -incluso los niños y los órganos humanos- provoca pánico en un amplio sector de la sociedad, que además ha visto azorada cómo colaboradores suyos, entre ellos la oscura Victoria Villarruel, reivindican la dictadura, tratan a genocidas como a pobres viejitos víctimas de injusticias, están dispuestos a resignar las Malvinas, niegan la crisis ambiental o proponen delirios tales como privatizar los ríos y el mar.

Massa le debe mucho a Milei.

Y Milei le debe su existencia a Massa. O al Gobierno. El libertario encarna una candidatura que, en condiciones normales, jamás habría podido cosechar más de un 2 o 3% de los votos. Postulantes estrambóticos y fascistas hubo casi siempre -el ejemplo extremo es Alejandro Biondini- pero nunca fueron una opción de poder. Si Milei lo es, a pesar de su evidente desequilibrio psiquiátrico y emocional y sus ideas que se desentienden del ser humano, sólo se debe al sentimiento de bronca y desesperación que genera el actual gobierno. Los contextos irracionales suelen desencadenar fenómenos en la misma dirección.

En línea con la configuración que ha adoptado al menos en la última década, el país se ha dividido de cara a la segunda vuelta en dos grandes polos. Dos grandes polos cargados de negatividad:están conformados más que nada para impedir al otro. Por eso, en gran medida, la situación política requiere del sentimiento de fanatismo que se percibe en estos días.

Uno de los grandes protagonistas de la política argentina desde 2015, Juntos por el Cambio, quedó, a partir de sus propios esfuerzos, fuera del balotaje. Patricia Bullrich hizo una elección catastrófica pero, aún así, Mauricio Macri se las arregló para meterse en esa instancia decisiva por la ventana. Y logró condicionar a Milei, a tal punto que le ocasionó una crisis interna de dimensiones significativas.

Los nuevos socios del libertario le agregan una dosis de extrañeza adicional al escenario, como si hubiera hecho falta. Hay tres razonamientos que se escuchan entre votantes de Milei, pero sobre todo entre dirigentes del Pro y la UCR, que abren enormes interrogantes sobre lo que sería un gobierno de Macri-Milei.

El primer planteo, que surge principalmente de dirigentes radicales o de inconstantes verbales e ideológicos como Luis Juez, es que optan por Milei porque el límite es el kirchnerismo. Curiosa escala de valores. Porque, asumiendo todas y cada una de las críticas que se hacen al kirchnerismo, y concediendo incluso que Massa sea kirchnerista, ¿en dónde se ubica la línea del límite si del otro lado hay una fuerza política que no es capaz de verbalizar si cree o no en la democracia, que reivindica acciones aberrantes de la dictadura, que se jacta de practicar boxeo con la cara de Raúl Alfonsín, que propone eliminar la inversión pública en ciencia y tecnología, que dice que cada argentino deberá tener la salud o la educación que pueda pagarse o que llega al extremo inaudito de poner en la agenda pública la venta de bebés o el mercado de órganos? ¿Eliminar el kirchnerismo justifica destruir todo lo demás?

La segunda argumentación, que esgrimen abiertamente diputados del Pro y que está relacionada con la primera, es que las ideas alocadas del león libertario no deben causar temor porque ellos, desde el Congreso, impedirán que se concreten. Ellos mismos, sus flamantes socios, sostienen que oficiarán de bloqueadores y de factor de racionalidad. Lo dicen, incluso, con respecto a temas que son constitutivos del proyecto de Milei como, por ejemplo, la dolarización y la eliminación del Banco Central. Esa afirmación anticipa dos situaciones:una, un conflicto de poder entre socios de consecuencias imprevisibles;la segunda, es que Cambiemos está confesando que evitará abiertamente que La Libertad Avanza cumpla su contrato electoral. ¿Para qué votarlo entonces? ¿Qué sería Milei?¿Sólo un vehículo para que llegue al poder el proyecto que, por mandato popular, quedó tercero?

El tercer razonamiento también llamativo es que la novedad, el cambio implica por sí mismo un movimiento positivo. Se escucha que hacer siempre lo mismo lleva al fracaso actual y que, por lo tanto, no estaría mal probar con Milei. A lo mejor... Vaya uno a saber. Por ahí sale bien. El comediante británico-estadounidense, que ridiculizó al libertario en TV, dio en la tecla desde el humor:hay ideas que no se probaron nunca sencillamente porque son muy malas; como, por ejemplo, poner a un mono a cuidar un jardín de infantes.

El escenario de balotaje y el nivel de exaltación electoral que existe en la sociedad provocaron un reordenamiento del mapa político que todavía se encuentra en formación. Está ocurriendo en Juntos por el Cambio a nivel nacional pero también pasa en otros distritos como, por ejemplo, Córdoba.

La provincia se ha convertido en uno de los centros de atención y en un territorio abiertamente en disputa porque aquí los números que proyectan las encuestas hablan de un 70/30 en favor del libertario. Massa necesita achicar esos dos extremos para que la ventaja no sea decisiva en el tablero nacional. Por eso desembarcó en Córdoba en busca de votos. De paso puso al peronismo, que ya venía movilizado, en una situación de problematización que estuvo motivada en buena medida por las señales de hostilidad de Juan Schiaretti. El gobernador lanzó una catarata de tuits y declaraciones incendiarias contra Massa. Lo volvería a hacer mañana, cuando se conozca el índice de inflación.

¿Por qué tanto ensañamiento de Schiaretti contra Massa? ¿Qué clase de neutralidad es la que cuestiona solamente a uno de los dos candidatos?

En el schiarettismo esgrimen razones territoriales y de poder para justificar la actitud de Schiaretti.

Por un lado, le reprochan a Massa haber desplegado en Córdoba una estrategia que rompió los códigos. Sostienen que no llamó, que no buscó acordar los términos de la visita, que ninguneó públicamente a Schiaretti al hacer foco sólo en Martín Llaryora y que se comportó como un candidato que viene a arrebatar un territorio. “Es nuestro capital y no estamos dispuestos a entregarlo así de fácil”, indicaron.

El segundo elemento es especulativo-electoral. En el schiarettismo señalan que, incluso si Massa ganara a nivel nacional, en Córdoba el 70% de la gente rechazará a la lista oficialista. Por lo tanto, no quieren quedar del lado del 30% ni cederle a Juez, que rápidamente se alineó con Milei, el botín de una victoria aplastante.

“Si nos inclináramos por Massa defraudaríamos a gran parte de nuestros votantes y los lanzaríamos a manos de Juez”, justificaron cerca del gobernador. Aseguraron que no se pronunciarán por el libertario ni le darán su apoyo explícito, una versión que circuló en medios porteños la semana pasada, sino que seguirán como hasta ahora hasta el final.

Esa lógica motivó que hubiera un episodio de tensión con Juan Manuel Llamosas. Cuando Massa estuvo en Río Cuarto, al intendente le sugirieron que no fuera ni a la Sat ni a Bio4 sino que enviara a sus secretarios Marcelo Bressan y Germán Di Bella a un acto y a otro.

Pero Llamosas fue. No sólo al acto por la tarjeta Sube, como estaba previsto, sino también al de Bio4. Y en las fotos salió abrazado con Massa. En el Palacio Municipal sostienen que el intendente no se cortó solo ni sacó los pies del plato sino que actuó en acuerdo con Martín Llaryora. Entre el poder que se va y el que viene, optó por el segundo.

Eso es lo que pasa en el peronismo de superficie. Por lo bajo, los dirigentes y los militantes recibieron la venia para fiscalizar y movilizar por Massa el domingo. Para remarla como se pueda en una provincia hostil.