Como un río de sucia plata fundida escurriéndose hacia un abismo, así bajaba el agua por calle Deán Funes hasta el paredón del cementerio “La Piedad”; convirtiendo una de las principales calles de La Calera en un afluente del Estigia, el río de los griegos que en la mitología separa el mundo de los vivos del mundo de los muertos. Sólo que esta vez ningún barquero cruzaba los pasajeros a la otra orilla. Por el contrario, eran los propios vecinos quienes debían salir con botas de goma o algún vehículo resistente para asistir a sus trabajos o hacer los mandados.
Uno de los intrépidos que le hizo frente al alud fue Hugo Reynoso, quien munido de su ciclomotor patinó varias veces como un piloto del Dákar en una selva oscura.
“Para el mes que viene ya tenemos mojarras -dijo entre amargado y risueño- Yo vivo un poco más atrás y ya no se puede entrar. Cuando llueve estamos tres o cuatro días sin poder salir. Pero yo tenía cosas que hacer y le hice frente a la adversidad”.
Lo de Hugo parece doblemente heroico si se tiene en cuenta que, además, anda con un respirador artificial. Sin embargo, el caso de su vecina, Tere no es mucho mejor. “¿Querés ver cómo me quedó el patio? Asomáte” me dice la mujer. Y entonces veo una pileta de barro fresco, un gran charco cuadrado con dos galgos de patas ennegrecidas saludando con el hocico.
“Anoche el barro llegaba hasta la vereda y hoy tuvimos que salir a escucrrirlo con palos. Viene toda el agua de Tío Pujio y cuando llega acá ya se hizo barro porque arrastra toda la tierra floja. Ya le dije a mi marido que el el año que viene alquilo la casa y nos vamos al centro. Por más que allá sea carísimo. Pero no puede ser que no puedas ni salir para ir al trabajo”.
La casa que se volvió una isla
Una cuadra más atrás y pasando el “refugio para las víctimas de trata”, cuando calle Deán Funes pasa Rucci y se topa contra el cementerio, se levanta la casa de Ramón Ocanto.
Hace 23 años que Ramón vive allí junto a su esposa, sus hijos y Hugo. Sin embargo, esta charla tendrá lugar con el periodista de una orilla y el entrevistado de otra; ya que su vivienda está literalmente anegada, como si su patio fuera la costa barrosa de una isla del trópico.
“Hace unos años, la Municipalidad me pidió permiso para hacer esta zanja y se lo permití. Pero nunca la entubaron y quedó un desagüe a cielo abierto. Y encima me arruinaron el terreno porque siempre se me llena de barro. Acá viven chicos y un hombre con respirador. Yo tuve que cambiar el auto por una chata porque si no, no podíamos salir.La otra noche tuve que ir de emergencia al hospital con la nena. ¿Cómo hubiera hecho con un auto? En las condiciones en que vivimos, tener un auto es un lujo.
-¿Cuáles son tus reclamos?
-Que por lo menos pavimenten la calle Deán Funes, porque es un desastre y no se puede andar. A los vecinos se les llena de barro la casa. El otro punto es el caño de la cloaca. Como el entubamiento está abierto, el agua y el barro se meten cuando llueve y revientan las cámaras sépticas. Tenemos que tapar los inidoros con trapos para que el líquido cloacal no nos inunde el baño. Le pedí mil veces a la Cooperativa 25 de Mayo que lo tapen pero vienen, miran y se van. Como todos los villamarienses, nosotros también necesitamos tener la oportunidad de vivir un poquito mejor”.
Iván Wielikosielek.
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“Para el mes que viene ya tenemos mojarras -dijo entre amargado y risueño- Yo vivo un poco más atrás y ya no se puede entrar. Cuando llueve estamos tres o cuatro días sin poder salir. Pero yo tenía cosas que hacer y le hice frente a la adversidad”.
Lo de Hugo parece doblemente heroico si se tiene en cuenta que, además, anda con un respirador artificial. Sin embargo, el caso de su vecina, Tere no es mucho mejor. “¿Querés ver cómo me quedó el patio? Asomáte” me dice la mujer. Y entonces veo una pileta de barro fresco, un gran charco cuadrado con dos galgos de patas ennegrecidas saludando con el hocico.
“Anoche el barro llegaba hasta la vereda y hoy tuvimos que salir a escucrrirlo con palos. Viene toda el agua de Tío Pujio y cuando llega acá ya se hizo barro porque arrastra toda la tierra floja. Ya le dije a mi marido que el el año que viene alquilo la casa y nos vamos al centro. Por más que allá sea carísimo. Pero no puede ser que no puedas ni salir para ir al trabajo”.
La casa que se volvió una isla
Una cuadra más atrás y pasando el “refugio para las víctimas de trata”, cuando calle Deán Funes pasa Rucci y se topa contra el cementerio, se levanta la casa de Ramón Ocanto.
Hace 23 años que Ramón vive allí junto a su esposa, sus hijos y Hugo. Sin embargo, esta charla tendrá lugar con el periodista de una orilla y el entrevistado de otra; ya que su vivienda está literalmente anegada, como si su patio fuera la costa barrosa de una isla del trópico.
“Hace unos años, la Municipalidad me pidió permiso para hacer esta zanja y se lo permití. Pero nunca la entubaron y quedó un desagüe a cielo abierto. Y encima me arruinaron el terreno porque siempre se me llena de barro. Acá viven chicos y un hombre con respirador. Yo tuve que cambiar el auto por una chata porque si no, no podíamos salir.La otra noche tuve que ir de emergencia al hospital con la nena. ¿Cómo hubiera hecho con un auto? En las condiciones en que vivimos, tener un auto es un lujo.
-¿Cuáles son tus reclamos?
-Que por lo menos pavimenten la calle Deán Funes, porque es un desastre y no se puede andar. A los vecinos se les llena de barro la casa. El otro punto es el caño de la cloaca. Como el entubamiento está abierto, el agua y el barro se meten cuando llueve y revientan las cámaras sépticas. Tenemos que tapar los inidoros con trapos para que el líquido cloacal no nos inunde el baño. Le pedí mil veces a la Cooperativa 25 de Mayo que lo tapen pero vienen, miran y se van. Como todos los villamarienses, nosotros también necesitamos tener la oportunidad de vivir un poquito mejor”.
Iván Wielikosielek.