“La voz de los chicos bolivianos no está en el Parlamento de los Niños”

Hace 16 años que Liliana Costabello lleva adelante el merendero “Un Rayito de Esperanza”. Nacido con la crisis del 2001, el espacio tuvo un alarmante aumento de chicos en los últimos meses, especialmente del vecino país

Las sombras de la tarde se alargan sobre barrio Las Playas. Dos hombres salen del trabajo en bicicleta (son albañiles) y otros vienen caminando por las vías (son auxiliares ferroviarios). Más atrás, una bandada de guardapolvos brilla en al fondo de la calle como una bandada a punto de emigrar hacia una lejana primavera. Pronto serán las seis. Y es precisamente a esa hora, cuando el sol se pone tras los últimos vagones, cuando se abren las puertas del merendero “Rayito de Esperanza”; un nuevo sol en torno al cual girar en la noche.

Liliana Costabello abre las rejas del pasillo como en el 2002, cuando junto a un grupo de vecinos autoconvocados inauguraba una de las instituciones imprescindibles del barrio. Y dieciséis años después, lo hace con el mismo gesto respetuoso y profano. Como si abriera una iglesia o cualquier recinto de lo sagrado donde no se reza pero se practica desinteresadamente la caridad y otros modos de misericordia. Junto con Liliana, la primera en llegar es una mujer boliviana con un bebé al hombro en un saco de colores. “¿Se puede pasar al ropero?”. “Sí, mamá; pero cuando te vayas dejáme todo acomodado como estaba ¿eh?”. “Claro... Con su permiso” dice la mujer y entra en el cuarto. Pocos minutos después llegan las mujeres que van a las cocinas y cuatro chicos bolivianos con una pelota. Luego, una segunda mamá boliviana que pasa al ropero. Y luego una tercera y luego una cuarta. En el patio, hay cada vez más chicos; argentinos y bolivinos. Unos se quedan jugando en una calesitamientras otros hacen los deberes. También empiezan a llegar estudiantes de la universidad, talleristas y trabajadores sociales que hacen sus primeros trabajos “de campo”. Y es en este contexto que empieza esta entrevista; con Liliana en la reja saludando a cada mamá, algunas de las cuales fueron nenas que llegaron en idéntica tarde del 2002 y que ahora se han integrado al merendero; las voluntarias que hervirán la leche para medio centenar de corazones.

Trabajar en territorio

-Se están cumpliendo dieciséis años del merendero. ¿Cuál fue la génesis de este espacio?

-Como muchas de las instituciones barriales, somos un producto directo de la crisis del 2001. En aquel momento teníamos un gran problema de desnutrición en la ciudad. Lo decía una estadística de la Secretaría de Salud del Municipio. Como no había respuesta de las políticas locales, con un grupo de vecinos creamos este espacio. El edificio estaba destinado a la iglesia pero como hubo desacuerdo de las comisiones y la capilla se hizo en otro lado, acá se empezó a enseñar Catequesis. Ese año arrancamos como Copa de Leche. Fue nuestro modo de paliar la situación. 

-¿Tuvieron algún apoyo oficial?

-Desde que nacimos, lo nuestro fue pura autogestión. Tanto en lo profesional como en lo alimenticio. Recibíamos todos los problemas que te puedas imaginar y gente de todos lados, chicos argentinos pero también bolivianos y paraguayos. De hecho, al principio nuestro logo eran las tres banderas. Después, los paraguayos se fueron a Las Acacias y quedaron sólo bolivianos, que hoy constituyen más de la mitad de nuestros chicos. 

-Sin embargo, ustedes son mucho más que un comedor...

-Sí. De hecho nos llamamos “centro comunitario infanto-juvenil”. La idea es trabajar todo el tiempo para la integración y la inclusión. Además de la merienda de lunes a viernes en doble turno, los sábados suele haber alguna actividad o taller. Y cada día, acá adentro, trabajamos algún tema. Lo de las tres banderas, por ejemplo, fue un logo de los chicos el año que trabajamos el derecho social de la infancia a decidir. 

-¿Y este año?

-Ahora estamos trabajando los tipos de infancia que tiene Villa María pero visto desde un barrio humilde y vulnerable. 

-¿De qué hablamos cuando hablamos de vulnerabilidad?

-Automáticamente se piensa en la calle o en no tener para comer. Pero la peor vulnerabilidad, además del hambre, es la falta de acceso a los bienes culturales. La mayoría de los chicos que vienen acá, no conocen el teatro, el cine ni los libros. Y si nosotros no se los acercamos, tampoco leerían. Y en este momento de su vida es muy importante que los acerquen a la literatura. 

-¿Trabajaron algún libro?

-El año pasado les leímos “Rayuela” completo. Era un capítulo por día. Además, los alumnos de “Narración Oral” del Pehuam vienen una vez por semana a leerles cosas. Es un modo de acercar la academia al territorio. Es en lo que más fuertemente tenemos que trabajar, no sólo para los chicos sino para las universidades. 

-¿Cómo es esto?

-Quiero decir que la academia necesita saber qué pasa en el territorio para después saber sobre qué educar a los alumnos. Y parece que lo han entendido. Porque siempre tenemos estudiantes de Trabajo Social y Comunicación del Inescer, de Psicopedagogía de las Rosarinas o de Terapia Ocupacional de la UNVM. Es un grupo de chicos muy comprometidos.

-¿Qué creés que aprendieron con ustedes en este tiempo?

-No lo sé, pero llevarlos por el barrio para ver las condiciones sociales y de vínculo fue para ellos un descubrimiento. Y cuando vuelvan a la academia podrán decir “la teoría está bárbara ¿pero qué hago  donde hay hambre, frío, incomunicación y drogas”? Está bueno que se pregunten todas esas cosas.

-¿Qué es lo que más sorprendió a los pasantes universitarios?

-Muchas cosas. Pero la que más los movilizó es ver la alegría de vivir que los chicos tienen a pesar de su situación. Digamos que a pesar de los problemas, la droga o la violencia, la pobreza tiene cosas positivas. 

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo que no hay plata para que los chicos tengan celulares. En consecuencia, ellos juegan todo el tiempo. Es como si se inventaran cada día más motivos para estar contentos.

-¿Te pasó últimamente?

-Anteayer, precisamente, vinieron del Instituto de Internalcionalización de la UNVM y había estudiantes de Estados Unidos. Sentí que ellos no comprendían este tipo de pobreza económica pero a la vez flasheaban con los vínculos que tenían estos chicos. 

Las Playas de Bolivia

-Habláme un poco de la comunidad boliviana...

-Son muchas las familias que pertenecen a la comunidad, y la mayoría son muy cerradas. Casi herméticas, te diría. Y es complejo trabajar en esas condiciones. Pero después de 16 años acá, los bolivianos son parte de nosotros y nosotros somos parte de ellos. El vínculo ha crecido de manera maravillosa.

-Contáme sobre ese vínculo...

-Al merendero lo manejamos sólo entre mujeres, con un grupo de voluntarias del barrio. Pero en los últimos tiempos, muchas de esas mujeres son de la comunidad boliviana. Y eso está buenísimo. Porque al principio ellas eran más reticentes. Pero generarles confianza fue tirar abajo una barrera mutua. Después de tantos años, ya somos como una marca registrada.

-¿Qué hacen las mujeres bolivianas?

-Básicamente se encargan del ropero comunitario, de seleccionar y arreglar todo lo que llega en donación. La primera tanda de ropas en para los chicos del comedor. Pero lo que va sobrando, queda en el ropero y es para todos. Por eso ves a muchas familias bolivianas que vienen a buscar ropa y está bueno que los podamos ayudar. Hay veces que ves llegar un camión y decís “empecemos a hacer lugar” porque sabemos que son diez o doce familias.

-¿Al merendero vienen sólamente bolivianos de barrio Las Playas?

-No, vienen de todos los barrios circundantes. Sobre todo de Villa Albertina, que está mucho más allá, junto con las quintas y los cortaderos a orillas de la ruta. La comunidad está postergada, a trasmano de todo. Y necesita mucho de todos nosotros. Creo que la comunidad boliviana es la que menos voz tiene. Porque la voz de los chicos bolivianos no está en el Parlamento de los Niños; ese que han inventado para los chicos del centro, me digo ¿quién le da voz y participación a esos nenes y sus familias? ¿Quién escucha lo que le pasa a esa otra niñez?

-¿Cómo está el cupo diario de chicos en el merendero?

-Hoy tenemos un promedio de 38 a 40 chicos por día, pero también podés tener a 52 como ayer. En el 2002 teníamos entre cien y ciento veinte, pero logramos reducir el número. Sin embargo, ahora ese número está volviendo a subir.

-¿Podríamos decir que es debido a la crisis? 

-Sí, debido a la coyuntura económica por la que estamos pasando. Las familias siguen siendo tan numerosas como antes. Sólo que un albañil o un changarín del mercado, que son los oficios más comunes acá, siguen ganando lo mismo. Y esa plata ya no les alcanza ni para cubrir la mitad de los gastos de antes. Por si esto fuera poco, en los últimos tiempos se han sumado factores climatológicos. 

-¿Qué significa?

-Que te llvan 20 días seguidos,  para esta gente que trabaja en las quintas, los ladrillos, de albañiles o pintor, es la ruina; una pérdida irreparable de trabajo y de dinero. Ellos necesitan que los acompañe el tiempo.

Mapa de la pobreza en Villa María

-¿Cómo son los turnos del merendero?


-El primer turno es a las 18 con los chicos que salen del primario. Y el segundo es a las 18.50 con el grupo del secundario, que es el menos numeroso. En cuanto a los alimentos, son todas donaciones. La fábrica Noal nos da una bolsa de 25 kilos de leche en polvo por mes, y las panaderías del barrio los bizcochos. También tenemos una articulación con Cáritas.

-¿De qué se trata esa articulación?

 -Ellos nos traen todos los días una fruta para que los chicos se lleven a su casa y una vez a la semana le dan un yogur. Además, las familias se llevan siempre lo que sobra cada día. En estos días hay una cola tremenda de gente esperando el pan que se ha quedado en la mesa. Y yo me pregunto cada día: “¿cómo hacemos para repartir entre veinte familias ese poquito?”.

-Hay muchos merenderos como este en la ciudad, ¿no? 

-Hay una docena. Tenés el de la Parroquia de Lourdes en barrio Ameghino, el “San José Obrero” en barrio Botta, el “Caritas Felices” en La Calera, “Protegidos de María” en el San Martín, el de barrio Los Olmos… El mapa de los merenderos es el mapa de la pobreza en Vila María. Después está “Cáritas” del centro, pero es una institución parroquial, no de intervención en el territorio como nosotros.

-Decías que aprovechás la hora de la merienda para trabajar distintos aspectos educativos...

-Una de las cosas más importantes es hacer que los chicos desarrollen la creatividad y la fantasía. Porque en el sector social en el que viven, la realidad lo ocupa todo. Y lo primero que se pierde en cada infancia es la fantasía. Porque hay que salir a laburar temprano o hay que cuidar a los hermanos más chiquitos mientras los padres trabajan… 

-¿Y acá?

-Acá vas a observar que cuando los chicos llegan, se liberan. Las dos o tres horas que pasan en el merendero son de ellos y de nadie más. Durante ese rato no tienen otra obligación que la de jugar. Y somos nosotros, los grandes, quienes cuidamos de ellos. Quizás la infancia de esos chicos sean esas tres horas que pasan acá, donde se pueden olvidar de todo.

La división de los panes

-Además de trabajadora social, estás en la parte educativa del Banco Credicoop ¿Cuál es el vínculo?


-Muchas de las banderas que levantamos en el movimiento cooperativo es la misma que levantamos acá. Y una de esas banderas es la de la solidaridad. Todos somos solidarios en algún momento del día, ya sea repartiendo la leche, cuidando un nene, sirviendo el pan... Somos todos voluntarios y muchas veces el voluntariado pesa porque se transforma en filosofía de vida.

-¿Por qué decís una “filosofía de vida”?

-Porque en un momento llega a ser tu vida entera. Para nosotras no hay sábados ni domingos ni vacaciones. Todos los días te llaman, te llegan paquetes de donaciones a tu casa o gente del barrio con problemas. Y estamos acá todas las tardes de nuestras vidas, desde las cinco de la tarde a las ocho o las nueve de la noche. Y a veces, desde mucho más temprano porque llega una bolsa de ropa o porque tenemos que salir a buscar a la ciudad las cosas. Al pan hay que buscarlo todos los días. Damos la merienda todo el año menos el domingo, con nuestras alegrías y tristezas...

-¿Cuáles son esas alegrías y esas tristezas?

-Estar cada día junto al que más lo necesita es una alegría. Pienso que cuando deja de dolerte el dolor del otro, hay algo en tu humanidad que se ha perdido. Mi alegría es ver que muchos chicos que pasaron por acá hoy estudian, trabajan o están cambiando su situación. Las tristezas, en cambio, son muchas. Te diría que demasiadas. 

-¿Cuáles?

-No son sólo las zapatillas colgadas en los cables... Yo todavía me acuerdo de Tamara Córdoba escribiendo en un pizarrón “La violencia nos mata a todos”... Ella era chiquita cuando le saqué esa foto. Y cada vez que la veo algo se me cae… Por suerte sus hermanitas están viniendo y de algún lado saco fuerzas para seguir... O eso creo...

Y Liliana sonríe. Hoy el pan que sobró no fue mucho. Pero ella lo dividió en partes iguales entre las familias que esperaban. Hubiera querido multiplicarlo, como hizo Jesús. Pero a veces, dividir es igual que multiplicar. Pura matemática de los cielos que se aprende acá, en los merenderos de la Tierra.



Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María

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