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Robaron e incendiaron un merendero que alimenta a más de 70 niños

El espacio “Manos Solidarias”, con más de veinte años de trabajo en el barrio Colinas del Cerro, fue saqueado e incendiado por jóvenes del propio vecindario

El olor a humo todavía se siente en el aire, Claudia camina en silencio por un lugar que suele ser un espacio de encuentro, risas y meriendas compartidas. Sus pasos suenan sobre el piso cubierto de hollín y de tristeza. “Lo que más duele no es solo el robo, sino saber que quienes entraron son los mismos chicos que alguna vez vinieron a comer acá, a tomar una taza de leche. Los mismos que recibieron nuestra ayuda, y que hoy, por el flagelo de la droga, ya no tienen códigos”, reflexiona ante Puntal.

El merendero “Manos Solidarias”, ubicado en Manuel Amuchástegui 1045, en el corazón de Colinas del Cerro, lleva dos décadas sosteniéndose con el esfuerzo de los propios vecinos. Allí, cada lunes, miércoles y viernes, más de setenta niños reciben no solo leche y pan: también contención, apoyo escolar y una sonrisa que pueden valer tanto como un plato de comida.

Pero, el miércoles a la madrugada, ese pequeño bastión de esperanza fue arrasado. Forzaron el portón de hierro, doblaron el caño que servía de traba y entraron al salón principal. Se llevaron la garrafa de 15 kilos con la que cocinaban, las ollas, los vasos, los cubiertos, la multiprocesadora, una cafetera, las tazas, los focos, una estufa de cuarzo y hasta el tacho de basura. “Se lo llevaron todo ahí, cargaron las cosas en el tacho de basura y se fueron. No dejaron nada”, cuenta Claudia, con la voz quebrada.

Como si eso no bastara, los intrusos prendieron fuego dentro del salón. “Prendieron fuego en un rincón, porque no tenían luz. Lo hicieron para ver, pero terminaron arruinando muebles y paredes. El humo lo invadió todo”, relata mientras muestra los restos chamuscados. Los daños materiales son enormes, pero el golpe emocional pesa todavía más.

El comedor ya venía atravesando dificultades: por falta de pago, Ecogas había cortado el suministro, y para reanudarlo necesitan la revisión de un gasista matriculado, algo que el merendero no puede costear. “Mientras tanto cocinábamos con garrafa, y esa garrafa se la llevaron. Es lo que más daño nos hace: sin eso, no podemos ni preparar la leche. Los chicos vienen, y no tengo cómo darles de comer”, lamenta.

Claudia y sus colaboradoras sostienen el espacio con la ayuda de la Tarjeta Activa del gobierno municipal y del Banco de Alimentos, pero la asistencia nunca alcanza. “A veces tenemos 40 chicos, a veces 70. Hay días en los que no alcanza para todos, y tratamos de estirar lo que tenemos”, explica.

Los vecinos comenzaron a llamar a Claudia cuando vieron que algunos jóvenes ofrecían a la venta, en la zona, los mismos objetos robados. “Me avisaron que estaban vendiendo las ollas, los huevos de chocolate que habíamos recibido del Banco de Alimentos… ¡Hasta eso se llevaron! Los íbamos a entregar el martes, junto con un arroz con leche. Todo eso se perdió”, detalla.

Lo más doloroso para ella fue enterarse de que los autores del hecho eran jóvenes conocidos, algunos incluso suelen sentarse a la mesa del merendero. “Uno de ellos estuvo acá hace poco, vino a tomar la leche. Las chicas le sirvieron una taza, como a todos. Y después pasa esto… cuesta entenderlo”, confiesa.

El barrio Colinas del Cerro tiene una historia de esfuerzo: fue un asentamiento que se urbanizó lentamente con ayuda del Gobierno provincial, con viviendas que hoy cuentan con escritura. Sin embargo, como en tantos otros de Córdoba, la pobreza, el desempleo y las adicciones fueron horadando los lazos comunitarios. “El flagelo de la droga es terrible. Es como una enfermedad que destruye familias, y con ellas, todo el tejido del barrio”, dice Claudia.

Su voz combina rabia y resignación. “Es la tercera vez que nos roban. Siempre cuesta volver a empezar, pero esta vez fue peor. Porque no solo se llevaron cosas: nos dejaron sin poder funcionar”, reconoce.

El merendero no solo brinda comida: es también un refugio. En sus paredes hay dibujos de los niños, carteles de cumpleaños, frases de esperanza. Allí los chicos hacen la tarea, comparten meriendas, aprenden a convivir. Es, en definitiva, un espacio donde la comunidad se encuentra y resiste. En contextos de crisis, estos lugares son mucho más que un comedor: son una trinchera frente al olvido.

La pérdida de ese espacio duele como una herida colectiva. Porque detrás de cada olla hay una historia, detrás de cada taza hay un niño que espera. “Me duele pensar en el lunes, cuando vengan los chicos y no tengamos qué darles. Ellos no entienden de robos ni de gas cortado. Solo vienen con la ilusión de su leche y su pan”, dice Claudia, y la emoción le gana por un instante.

La historia de “Manos Solidarias” refleja la fragilidad de cientos de comedores populares y merenderos que funcionan en Córdoba y en todo el país. Espacios autogestionados por vecinas, madres, abuelas, mujeres que sostienen la vida comunitaria con lo poco que tienen.

El robo de un merendero no es un simple hecho delictivo: es un golpe simbólico. Es el reflejo de un quiebre social que deja a los más frágiles sin amparo. Pese a todo, Claudia no pierde la fe: “Vamos a limpiar, a ordenar, a volver a empezar. No tengo otra opción. Por los chicos, por las familias. Porque este merendero es su casa también. No puedo rendirme ahora”, concluye.

El merendero “Manos Solidarias” volverá a abrir, con menos ollas y más cicatrices, pero con la misma convicción de siempre. Porque, como dice Claudia, “cuando todo falta, lo que queda es seguir compartiendo lo poco que tenemos”.