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Napoleón, el vértigo y el silencio de Schiaretti

Milei avanza a toda velocidad. En la Justicia y en el arco político parece impuesta la actitud de dejar hacer. El schiarettismo no se escandaliza por los superpoderes pero sí por las retenciones

Argentina termina el 2023 envuelta en el vértigo que Javier Milei le imprimió en apenas 20 días de gestión. La cantidad y la profundidad de las reformas que lanzó, a través del mega DNU y la ley ómnibus, no sólo apuntan a redefinir la dinámica y las relaciones de la economía, sino que están pensadas para diseminarse hacia toda la sociedad. Con la inmediatez de una guerra relámpago, el Presidente abarcó todos los frentes a la vez.

Y lo hizo a pesar de que formal e institucionalmente es un mandatario débil, con una escasa tropa legislativa. En los hechos, ha preferido ignorar esa debilidad, hacer como si no existiera. Milei se asienta en su 56 por ciento y actúa como si la gente sólo hubiera votado para el Ejecutivo y como si el Legislativo fuera una rémora que hay que soportar pero, a la vez, reducirla casi a la inexistencia.

Su pretensión de gobernar con superpoderes casi ilimitados, que condenaría al Congreso a la intrascendencia, es motivo, como mínimo, de inquietud:si Milei es capaz de avanzar como lo está haciendo ahora, con la fuerza legislativa más acotada desde la vuelta de la democracia, ¿hasta dónde podría llegar si tuviera la suma del poder público?

El Presidente no es sólo un desborde de desregulaciones, sino que de sus dos iniciativas principales se desprende un sesgo de autoritarismo que pretende supeditar a los otros poderes y a los demás actores sociales a la voluntad de una sola persona y de su equipo de gobierno. Existe, detrás de esa concepción, una intención de reconfigurar a la sociedad, que ya no surgiría de una dinámica multidireccional sino que sería la consecuencia de una voluntad en un solo sentido: se hace lo que dice el Gobierno. Extraño y contradictorio para quienes se autoperciben liberales y libertarios.

El proyecto de Milei requiere de dos condiciones: la complicidad -voluntaria o no- de la oposición y el acompañamiento de la gente, a la que se le pide, como diría Tato Bores, sufrir hoy para estar mejor mañana.

El jefe de Estado le imprime velocidad a sus reformas porque parece haber asumido que la aceptación popular que necesita es volátil y, además, empieza a diluirse. “Desde su asunción, Javier Milei perdió más de un punto de imagen positiva por día y hoy tiene un 55% de imagen negativa. Es la pérdida de diferencial positivo más acelerada de la que tengamos registro”, dice en sus conclusiones la encuesta que la consultora Zuban Córdoba y Asociados publicó este fin de semana. Tal vez esa pérdida sea consecuencia directa de otro dato: el 72% de los argentinos cree que al ajuste feroz de Milei y Luis Caputo no lo está pagando la famosa casta sino la gente.

Cuando el marco conceptual y discursivo empieza a colapsar, la imagen de un dirigente político inicia un proceso descendente.

De ahí que Milei apueste a la velocidad:primero, porque cree que es el método y, segundo, porque es probable que si no consigue los superpoderes ahora se le escapen definitivamente.

El DNU de corte imperial y el proyecto de ley ómnibus, que totalizan más de 1.000 artículos, profundizaron la confusión y el aturdimiento que la oposición ya traía de arrastre desde la elección. Lo que era Juntos por el Cambio se debate entre acompañar ciegamente y poner algún límite, mientras que el peronismo, o Unión por la Patria, no sale de su desconcierto. Sin conducción, sin discurso y sin rumbo, sólo atina a ensayar algún tibio movimiento de resistencia. No mucho más.

¿Qué pasa en el resto del arco político e institucional? Parece haberse impuesto una voluntad de dejar hacer. No ha habido indicios de una actitud firme para contener los desbordes de Milei.

Mientras el gobierno libertario avanza a todo galope, la Corte Suprema, cansina y morosa, dijo que sí, que va a analizar el DNU pero no tan rápido:primero están las vacaciones, el merecido descanso después de un año arduo, y ya después será tiempo de adentrarse en los 366 artículos del megadecreto que, mientras tanto, rigen.

En la política también parece haberse instalado la aceptación. Rodrigo de Loredo, por ejemplo, fue uno de los que impusieron un dique discursivo y cuestionó las tendencias napoleónicas de Milei. Pero, por lo demás, en la configuración económica del país para los próximos años, se mostró entusiastamente de acuerdo.

El peronismo cordobés es un caso aparte. En la Cámara Baja los diputados que responden a JuanSchiaretti y al gobernador Martín Llaryora, yNatalia de la Sota, que tiene juego propio, pasaron a integrar un nuevo y ecléctico bloque que se llama Hacemos Coalición Federal y que contiene a expresiones tan disímiles como el cordobesismo, Miguel Ángel Pichetto, Ricardo López Murphy, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y el socialismo santafesino. Es más un revuelto que una bancada. ¿Tendrán una postura única ante el paquete de leyes de Milei?Ese será el primer desafío de esa nueva conformación que pareció gestarse más para conseguir lugares en las comisiones que por afinidad política.

Pero, con respecto al peronismo cordobés específicamente, hasta ahora sólo Natalia de la Sota, que en la campaña se expresó a favor de Sergio Massa, se pronunció con contundencia sobre los superpoderes que desea Milei:“Un decretazo se autoimpone facultades concernientes al Congreso de la Nación. En una Argentina de remate todo queda en manos del más fuerte. Las pymes, la industria y la producción nacional, los trabajadores y los jubilados, en total desprotección. ¿Quién piensa en los más humildes?”, posteó la hija del exgobernador.

El schiarettismo, en cambio, no se muestra particularmente escandalizado por los aires napoleónicos que le preocupan a De Loredo. Al menos, públicamente no ha planteado nada en ese sentido.

Schiaretti, cuando gobernaba Córdoba, tenía el tuit precoz. Fue un aguerrido y constante crítico de Massa durante la campaña y diariamente remarcaba el desastre de un modelo económico atravesado por la inflación. Incluso llegó a violar la veda electoral para cuestionar al ministro y candidato.

Ahora, el exgobernador ha dejado de frecuentar Twitter, renombrada X por el amado Elon Musk de Milei. En su último posteo, del 16 de diciembre, la pateó afuera: expresó sus condolencias al pueblo de Kuwait por el fallecimiento de su emir.

Carlos Gutiérrez, principal espada de Schiaretti en el Congreso, tampoco ha vuelto a tuitear. Su última vez fue el 7 de diciembre, cuando volvió a jurar como diputado.

Milei pretende dejar al Congreso como parte del decorado hasta el fin de su mandato pero el schiarettismo no parece haber reparado en ese detalle. Se contradice así con aquella autodefinición del propio exgobernador, que presentaba a su espacio como“el peronismo republicano” que respetaba a rajatabla, entre otros valores, la división de poderes. ¿O será que el republicanismo es una cualidad que sólo aparece ocasionalmente, de acuerdo a si gobierna un aliado o un adversario?

En sus últimas apariciones públicas, el schiarettismo, que alguna vez llegó a disputarle al kirchnerismo el concepto de lo que debe entenderse por progresismo, apareció consustanciado e identificado con el sentido profundo de las reformas de Milei. Sólo se indignó ante la permanencia de las retenciones al campo, su aliado estratégico desde finales de los 90. No parecen interpelarlo los superpoderes, ni la inflación llevada al borde de la híper, ni la erosión del poder adquisitivo, ni el dudoso método de imponer una reforma laboral por decreto, ni ninguna de las desregulaciones aplicadas de un día para el otro, pero sí los derechos de exportación que deberán afrontar quienes se beneficiaron con el salto del dólar oficial de 350 a 800 pesos.

Tal vez se deba a que, en los hechos, el schiarettismo cogobierna. Osvaldo Giordano, desde Anses, les congeló los haberes a los jubilados nacionales con una inflación mensual del 30%; Franco Mogetta, hasta el 9 de diciembre cultor de un discurso que pedía a gritos federalismo, arregló los subsidios para el transporte del AMBA y les aplicó un congelamiento a las empresas del interior; y Daniel Tillard, expresidente delBancor, dirige el Banco Nación que se encamina a ser privatizado.

El silencio de Schiaretti puede tener una explicación adicional y complementaria: la situación de Córdoba. Desde que asumió, Martín Llaryora tuvo que lidiar con unas finanzas en rojo, que están lejos de aquel ahorro de 932 millones de dólares que anunció el ahora exgobernador días antes de irse. Su sucesor debió pagar en silencio el costo político de imponer, a las apuradas y quebrantando un acuerdo con los gremios, una ley que les saca 3.300 millones de pesos mensuales a los maestros, los médicos, las enfermeras y los policías para poder pagar las jubilaciones. ¿No se dijo durante la campaña presidencial que Córdoba era un paraíso administrado admirablemente, un oasis de civilidad dentro del caos argentino?

Schiaretti dejó el poder con altos índices de imagen positiva, superiores incluso a los de Milei en su mejor momento. Al parecer, no sólo Massa había puesto en marcha el defenestrado “Plan Llegar”.