Opinión | opinión | Philip-Roth |

Acerca de Philip Roth

Por Ricardo Sánchez

Tenía 17 años cuando cayó en mis manos 'El lamento de Portnoy', para ser precisos los 17 años de un adolescente en fuga de finales de la década del 60 del siglo pasado. 

Sabrán entender por qué me detengo en la precisión de la fecha si les digo, a los que no la han leído, que la novela tiene un protagonista que, con absolutos detalles y curioso humor, cuenta sus alegrías y tristezas en la cama.

Acaso leída hoy –el último contacto que tuve con esa novela fue su versión cinematográfica, que causó revuelo y que estuvo prohibida a comienzos de los años 70– no sea para tanto, pero entonces…

La novela retrata a un hombre profundamente antisocial, habitado por toda clase de pensamientos inaceptables y poseído por sensaciones peligrosas, opiniones desagradables, quejas despiadadas, sentimientos siniestros y, cómo no, acosado por la implacable presencia de la lujuria. 

Es un largo monólogo en el que el protagonista se lamenta ante un supuesto psiquiatra de todas las humillaciones de su vida que le han conducido hasta su bloqueada situación, se lamenta de unos padres excesivamente protectores, y lábiles como ejemplos, y de su obsesión por el sexo.

En el libro hay muchas páginas dedicadas a la masturbación adolescente, especialmente divertidas si se las lee con la distancia que da el tiempo, pero intranquilizadoras para aquel adolescente que todavía no se había beneficiado de la explosión del amor libre, que empezaba a desarrollarse.

Leí algunas más, todas es imposible, de las novelas posteriores de Roth. Varias de ellas me parecieron literariamente superiores, digo “Pastoral americana”, “La mancha humana” (espantosamente llevada al cine), “Patrimonio”, “Elegía” y “Némesis”. 

Pero ninguna como aquélla me produjo ese cosquilleo que produce leer algo que interpela e inquieta tu presente: y que se transforma, se transformó entonces, en un acicate para seguir leyendo.

Ricardo Sánchez

Comentá esta nota

Noticias Relacionadas