Con el 78,5 por ciento que acumuló en los últimos 12 meses, Argentina se ubicó sexta en el ranking mundial de inflación. Casi a la par de Turquía, en agosto sólo fue superada por economías como las de Zimbawe, Líbano o Sudán, que traspasaron decididamente el 100%. Igual, si la suba de precios sigue al ritmo actual, en el escalón del 7% mensual, a fin de año el país ingresará en ese selecto, pero oprobioso grupo de los tres dígitos.
Sergio Massa, que acaba de regresar de Estados Unidos, consiguió el respaldo del Tesoro y el Fondo Monetario. Además, agobiado por la urgencia, logró que el Central acumulara 2.150 millones de dólares sólo en lo que va de septiembre a fuerza de soltarle a la soja 200 pesos por dólar. Así se alejó de uno de los precipicios. Pero el precipicio que más vértigo produce sigue siendo el de la inflación, que pone a prueba los límites sociales.
El presupuesto que el ministro de Economía preparó para el 2023 proyecta una inflación del 60 por ciento. Pero será un 60% que se asentará sobre el 95, 100 o 105% que deje como herencia el ejercicio actual. Es decir, una calamidad. Sin embargo, el Gobierno no parece decidido a encarar ninguna política que corte abruptamente la desconcertante escalada de precios.
Massa es político, no técnico. Y llegó adonde está con la idea de incrementar su caudal político y sus índices de imagen ¿Cómo podría lograrlo? Frenar la inflación, principal preocupación hoy de los argentinos, sería la vía más directa. O tal vez la única. Porque necesita resultados. No le alcanzará con el argumento de que evitó un mal mayor porque la consideración de una gestión no se construye sobre una posibilidad no concretada, sino sobre la realidad fáctica.
La amenaza que se cierne sobre Massa son los precios. Septiembre tampoco daría tregua. Y todavía falta el impacto de las tarifas.
Una inflación del 100 por ciento difícilmente genere un oficialismo competitivo en una elección. La mitad de ese índice arrastró a Mauricio Macri a la derrota. Y el Frente de Todos no sería la excepción.
Pero el oficialismo cree que hay una alternativa. La política también se construye con alquimias y con la lectura de las debilidades de los adversarios. La posibilidad de supervivencia de un oficialismo frágil se encuentra en la multiplicación de opciones en la oposición. De ahí que el Gobierno nacional, a pesar de sus propias desmentidas, esté analizando desactivar las primarias abiertas y obligatorias para 2023. Porque sin las Paso, Juntos por el Cambio, que se retuerce en su propia crisis de egos, no encontraría una instancia externa para solucionar sus tensiones internas.
La especulación del Frente de Todos es esa: tal vez, sin primarias, Cambiemos quede imposibilitado de construir una alternativa única y se transforme en múltiple. Y así, una fuerza política agobiada como el Frente de Todos podría encontrar allí una chance, aunque sea ínfima. Un caudal de 20 o 25% puede ser escaso o suficiente de acuerdo a cuántos puntos consiga el principal competidor.
La anulación de las Paso -o al menos la suspensión- requiere de un trámite legislativo. Y ahí fue donde ingresó en los últimos días como protagonista el schiarettismo, que expresó públicamente que su postura histórica ha sido de rechazo a las primarias obligatorias. De hecho, en Córdoba no existen. Argumentó que son un “gastadero de plata” y que obligan a toda la población a participar de una instancia partidaria.
Si el oficialismo avanza y lleva la cuestión al recinto, los tres diputados schiarettistas -Carlos Gutiérrez, Ignacio García Aresca y Natalia de la Sota- y la senadora Alejandra Vigo votarán por la eliminación de las Paso.
El radicalismo, a través de diputados como Mario Negri y Rodrigo de Loredo, salió rápidamente a acusar al schiarettismo de ser funcional a las maniobras non sanctas del kirchnerismo.
Al peronismo cordobés lo encrespa cualquier insinuación de ese tipo. Pero, en este caso, las críticas no son descabelladas. Con una salvedad: si eliminar las Paso es una pretensión del kirchnerismo, también es una acción potencialmente beneficiosa para Schiaretti que, obviamente, actúa por conveniencia propia.
El gobernador viene de una serie de hechos políticamente negativos y costosos: el asesinato de Blas Correas a manos de la Policía o las muertes de cinco bebés en el Neonatal que derivaron en la detención de una enfermera y en renuncias de funcionarios, entre ellos, el exministro Diego Cardozo.
En el plano político el episodio que impactó en el schiarettismo ocurrió hace siete días en Marcos Juárez. Allí, en el sudeste provincial, estaba todo listo para el festejo y para el lanzamiento nacional del gobernador. Pero apareció, en cambio, una derrota aplastante. Lo que iban a ser 5 puntos a favor fueron 17 en contra. No debe haber demasiados antecedentes de encuestas que se equivoquen por 22 puntos.
El schiarettismo cometió en esa elección errores llamativos, rayanos con el amateurismo. El más notorio fue que provincializó a cuenta una elección que suele nacionalizarse. Ansioso, buscó capitalizar antes de tiempo y después le resultó imposible desentenderse de un resultado al que se había pegado por su propia voluntad.
Para tratar de salir del paso, el gobernador declaró: “Se dio la lógica”. Así, planteó que un Gobierno con alta imagen positiva como el de Pedro Dellarossa en Marcos Juárez siempre tiende a ser ratificado. Buscó con esa frase proyectar el resultado municipal al que vendrá en la provincia en 2023. Si una gestión tiene elevada aprobación, el oficialismo suele imponerse, aunque el candidato sea otro. Subtitulado: Hacemos por Córdoba debería ganar y Martín Llaryora convertirse en gobernador.
Pero, después de la derrota, en el PJ cordobés parecieron activarse algunas alertas. Se escucharon versiones de cambios de Gabinete para oxigenar la gestión. Uno de los mencionados para ser ministro fue Juan Manuel Llamosas, una versión que fue desmentida tanto desde el schiarettismo como desde el llamosismo.
No sólo hubo versiones. Además el schiarettismo empezó ostensiblemente a moverse; la derrota lo obligó a reconfigurarse. En el plano provincial resurgió la versión de que se eliminará la prohibición de reelección indefinida de los intendentes. Por otro lado, en el orden nacional se pronunció en contra de las Paso.
Ese debate sobre los mecanismos electorales cumplió la función de cambiar la agenda que se había enfocado en la derrota de Marcos Juárez pero, sobre todo, encierra para Schiaretti una oportunidad en el plano nacional. Porque su intención manifiesta apunta a generar para 2023 una opción electoral que se salga de la grieta. Y ese armado se conformaría principalmente con dirigentes radicales y del Pro. Pero si Juntos por el Cambio se ordena a través de las Paso, entonces, no habría casi elementos libres para aliarse con Schiaretti. De ahí que necesita que esa fuerza opositora no encuentre dispositivos que la mantengan unida.
Hay un segundo hecho que ocurrió también en las últimas horas y que para Schiaretti significa un alivio. En el proyecto de presupuesto que confeccionó Massa aparecen garantizados los fondos para las cajas de jubilaciones de 13 provincias; entre ellas, Córdoba. Las partidas contemplan un nada despreciable aumento del 78%. Massa conoce las sensibilidades de los gobernadores y se aseguró el voto de esas 13 jurisdicciones.
Schiaretti, en un año electoral, despeja el único frente financiero que podría complicarlo y, también desde el Congreso, puede contribuir a desarticular esas primarias que, a esta altura, son para él una complicación más.