Cuando comenzaba el segundo cuatrimestre del año y en medio de la mayor incertidumbre respecto al plan económico, que acumulaba altas tasas de inflación, una profundización de la recesión y cierto nerviosismo en el mercado cambiario, hizo que muchos productores no se apuren a vender sus granos y esperar. La decisión estaba motivada en la posibilidad de que haya novedades en el crawling peg, que tras la fuerte devaluación de diciembre corrió invariablemente al 2% mensual. Había ciertos sectores que alentaban una nueva devaluación, entendiendo que el fogonazo inflacionario de inicios de la gestión se había comido buena parte de la ventaja cambiaria. Sin embargo, la decisión y la capacidad del Gobierno para sostener invariable su esquema de actualización del tipo de cambio oficial combinado con una baja paulatina de los distintos tipos de dólares a partir de julio, tras algunas tormentas incipientes, hizo que el panorama para quienes se quedaron en granos no terminara de la mejor manera. Eso, claro, comparado con la posibilidad de vender inmediatamente tras la cosecha y con esos pesos invertir en otras opciones en el mercado de valores, en criptomonedas o incluso en opciones más conservadoras y tradicionales como un plazo fijo.
Hasta el plazo fijo le ganó al bolsón de soja este año
Luego de la cosecha, a partir de mayo, hubo una especulación creciente sobre la posibilidad de una devaluación, más allá de que el Gobierno la negara sistemáticamente. De todos modos, ese escenario motivó a muchos a guardar los granos esperando un mejor tipo de cambio, que resultó a la inversa