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Adriana Romero, la villamariense coleccionista de vajilla antigua

Nació en Formosa, pero llegó a Córdoba hace más de 30 años, en Villa María reside desde el 2008 y cuenta con un hobbie inusual que la acompaña desde su niñez. Entre sus tesoros conserva un servicio de té del año 1890

Apasionados. Los coleccionistas de objetos perduran en el tiempo y rompen con todo tipo de moda o marea del momento.

Por lo general no es de un día para el otro ni mucho menos, el amor se va prolongando con el tiempo y a medida que pasa el mismo, el crecimiento del sentimiento hacia esa búsqueda permanente se hace cada vez más atrapante.

De estampillas, autos, monedas, figuritas, corbatas, vestidos y lapiceras, son algunos de los apasionados más populares.

En Villa María reside una apasionada por la vajilla antigua que cuenta con miles de piezas de distintas partes del mundo.

Adriana Romero Grau nació en Formosa, llegó a Córdoba hace 30 años y desde el 2008 reside en la ciudad. Comparte la pasión con su hija, Lara, y entre sus tesoros tiene un servicio de té de 1890 que heredó de su abuela.

“Desde niña me gustaba abrir el aparador de mi abuela y entablábamos entretenidas conversaciones acerca de lo que allí guardaba, sin pensar que con los años el mundo de la vajilla se convertiría en una pasión. La curiosidad funcionó siempre como motor para indagar en la historia de lo que uno atesora”, dice Adriana, que además es profesora de música y enseña inglés.

-¿Cuando nace puntualmente la pasión por la vajilla?

-Cuando nacen mis hijos (Lara y Joaquín) mi abuela me obsequia como recuerdo un platito de té y una copita de cristal de bacarat, lo sentí como una herencia desde el corazón. Del mismo modo, cada pieza que he ido adquiriendo guarda una historia. No hay nada que no tenga algo que contar.

Romero Grau puntualiza que: “La vajilla describe un contexto social e histórico, nos remonta a algún viaje, a una película, a una novela. Ese es el fundamento más interesante de las piezas que poseo”.

-¿Cómo ha sido el recorrido o el camino para llegar a todo lo que tiene?

-Se dice que la belleza no está en las cosas sino en los ojos de quien las mira, y así lo creo. Escojo las piezas simplemente teniendo en cuenta lo que me gusta. A lo largo de los años fui recorriendo mercadillos de antigüedades, anticuarios y museos de distintas ciudades, investigando sobre su procedencia, sobre sus sellos y usos que se le daba a la vajilla según las épocas. Es un descubrimiento constante.

-¿Cómo describiría su colección?

-Mi colección de vajilla está muy ligada a nuestra cotidianeidad familiar puesto que es algo que está para ser usado y disfrutado en el día a día. No existe no usar algo porque pueda romperse. Como familia disfrutamos mucho del arte de la mesa. Cada ocasión de reunirnos en torno a ella es una oportunidad de crear mesas especiales.

-¿Conoce otros apasionados por la vajilla como es su caso?

-Particularmente no conozco quien coleccione vajilla aunque si he conocido a una gran coleccionista de otras índoles con quien pude compartir anécdotas propias del coleccionista.

-¿Cómo realiza la búsqueda?

-Cada día me sorprendo de piezas que han llegado a mí sin haberlas buscado. Poseo más de cincuenta juegos incompletos de vajilla antigua. Encontrar los faltantes supone un desafío constante e interesante. Una colección nunca está completa, siempre hay algo nuevo que llama la atención o que puede sumarse a la existente. Uno nunca sabe cuál va a ser el siguiente hallazgo. Sin duda las piezas más preciadas que tengo son las más antiguas porque son las que han sobrevivido al paso del tiempo.

Adriana puntualiza que: “Loza inglesa azul cobalto, diseño Golden Moon”.

-¿Cómo es la sensación de compartir esta pasión con su hija?

-Tal como dice el dicho, el fruto nunca cae lejos del árbol. Tenemos buenísimos recuerdos de lo divertido que era concebir y crear nuevas mesas entre las dos, mezclando vajilla encontrada en los mercados con otras más especiales y sofisticadas. Hoy, puedo decir que mi hija es mi compañera perfecta a la hora de descubrir tesoros. A todos los que coleccionamos algo nos gusta compartirla con otros. Está en mis proyectos a corto plazo crear momentos para compartir y transmitir lo que llevo aprendido de mi colección a más personas”.

Para finalizar, Romero Grau sostuvo: “Más allá del valor económico de una colección de esta índole existe el factor emotivo que cada pieza cuenta. Una colección puede convertirse en una pasión de por vida, transmitirse y disfrutarla con todo lo que ello implica. El entusiasmo por mi colección es un camino de ida que jamás deja de sorprenderme”.

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