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"El tiempo es una ilusión"

Einstein habló de la relatividad del paso de las horas, quizás sin darse cuenta que el mejor ejemplo estaba en los estadios

La semana pasada los "seriefilos netflixeros" inundaron las redes sociales hablando de Dark. La pro-ducción alemana dejará su huella dentro de la ciencia ficción con una historia atrapante, personajes oscuros y un excelente nivel técnico (por ejemplo la fotografía). La clave de su éxito pasó -principalmente- por el gran abordaje que hizo sobre los viajes en el tiempo, un tema bastante reiterado dentro del género.

El tiempo ha sido uno de los conceptos más estudiados y trabaja-dos en la historia de la humanidad. Ese devenir inalterable ha desvelado a teóricos y personas comunes por igual. Albert Einstein, considerado una de las mentes más brillantes de la humanidad, dijo que el tiempo era una ilusión. En términos simples, el físico alemán se refería a que no es exacto, sino relativo. Varía según quien lo percibe.

Sin entrar en discusiones físicas de alto vuelo, el fútbol ofrece claros ejemplos sobre la relatividad del tiempo. Desde el profesional hasta el que se juega en el campito.

Muestra de esto es lo que ocurre en los últimos cinco minutos de un partido que está 1 a 0. Cuando se cumplen los 40´ del segundo tiempo, inmediatamente se activan dos procesos distintos. Los simpatizantes del equipo que va ganando ven que los segundos se hacen eternos, mientras que los hinchas de la escuadra que va abajo en el marcador ven como se escurren sin ningún tipo de media-ción. Para ellos, el segundero corre más rápido que Usain Bolt en los 100 metros.

Los minutos son exactamente los mismos, pero las percepciones son distintas. Cada hinchada sufre su propia angustia y por eso ve el paso del tiempo de manera diferente.

Una situación similar se da con los simpatizantes imparciales. Hay gente que se sienta a ver partidos de fútbol sin que haya nada que los una particularmente con alguno de los equipos. Son personas que tienen ganas de ver el encuentro como si fuera un espectáculo. El efecto temporal actúa allí de la misma manera que en una obra de teatro o una película. Si lo que se ve es atractivo, el tiempo se va más rápido, pero si lo que surge del campo de juego es un bodrio, el evento se hace eterno.

Esos 0 a 0 en los que los equipos no llegan a los arcos y todo se hace a ritmo cansino generan un efecto de cámara lenta en el cronómetro. Por el contrario, en los encuentros vertiginosos da la impresión que el tiempo se escapa muy rápido. El simpatizante se queda con sabor a poco porque le parece que duró menos de 90 minutos.

Si el tiempo se percibe de mane-ras tan distintas cuando existen re-glas claras sobre cuanto duran los encuentros, ésto se hace aún más irregular en los duelos informales. En el campito no hay alguien con un cronómetro que diga cuando se termina el partido. A veces se utiliza -al estilo de otros deportes- un límite de goles para saber quién es el vencedor. Gana el que llega primero a 10, por citar un caso.

Otros deciden tomar como ejemplo a las civilizaciones más antiguas y que sea el sol el que determine el final. Se juega hasta que se haga de noche. Este criterio genera discusiones muy fuertes. Resulta difícil determinar cuándo efectivamente "se hace de noche". ¿Quién puede decir, de manera categórica, cuando se termina el día?Se trata, en definitiva, de una cuestión de percepción.

La extensión de esos encuentros en cuanto al tiempo es impredecible. La manera en la que se cuantifica su paso varía mucho. Si se trata de chicos que están entretenidos, pueden pasar horas jugando y sentir que las agujas no se movieron -o para hacerlo más actual, que los números en el celular no cambiaron-.

Está deformación del tiempo se multiplica en la era "gamer". La duración de un partido en las plata-formas virtuales es infinitamente menor que en los campos de juego reales. Si hablamos de alguien medio fanático, de esos que no se levantan de la pantalla ni para ir al baño, se puede completar una temporada europea en una tarde. Cuarentena de por medio, se puede incluso recorrer el tiempo entre mundiales.

Si el tiempo es una ilusión y de-pende generalmente del que lo percibe, el fútbol es un ejemplo claro de eso. No hace falta más que mirar las caras de los hinchas cuando en el último minuto de un partido reñido, cae un centro al área. Con los ojos llenos de angustia -al estilo de Jonas kahnwald cuando sale de la bendita cueva de Winden- los simpatizantes de ambos equipos ven caer la bola cómo si se utilizara el efecto de cámara lenta del celular. Esas milésimas corren lento como el goteó de una grieta en una represa. Todo parece detenido hasta que la pe-lota es conectada por un jugador. Allí la presa se rompe y los segundos se van rápido como el agua.

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