El Gobierno insiste con las estadísticas laborales que marcan un nivel bajo de desocupación en la Argentina -en torno al 7%- como muestra de que la crisis de la que se habla no es tan significativa como se pretende mostrar.
Una crisis que ajusta por salarios
Mientras el Gobierno destaca que las tasas de desempleo son bajas y se ubican en torno del 7%, el debate debe darse por la calidad de esos puestos de trabajo y el nivel de remuneración que sigue en picada de la mano de la aceleración inflacionaria
Resulta interesante lo que ocurre con el mercado laboral en medio de la fuerte turbulencia económica y, en particular, del acalorado proceso inflacionario que sigue subiendo de nivel mes tras mes y que hasta incluyó ahora un culebrón por el día de publicación del dato de abril, que iba a ser este viernes pero las autoridades del Indec decidieron trasladarlo al próximo lunes para “no interferir” en el calendario electoral de las provincias que eligen gobernador el domingo. Finalmente fue tal el nivel de críticas que el calendario quedó como estaba originalmente y el IPC se conocerá este viernes.
Pero el episodio habilitó un ramillete de derivaciones. Claramente las decisiones de las autoridades del Indec no fueron autónomas. Tuvieron foco en la política y de forma inédita se pensó en que la publicación podía alterar la intención de los votantes, cuando en realidad lo que puede lograr ese cambio es la realidad. Los votantes van a diario al almacen de la esquina, al supermercado, a la farmacia o intentan comprarse vestimenta y observan lo que pasa, más allá de que el dato se publique un día u otro. Es un claro paso atrás en la política que se venía manteniendo con el Indec, que siempre se mantuvo al margen de los enjuagues políticos hasta la intromisión del exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno cuando se intentó confundir a la población con los resultados del Índice de Precios al Consumidor. Como en aquel momento, ahora también se puso el foco en la difusión de los datos y no en solucionar el problema. Como se graficó en aquel momento, se prefirió romper el termómetro y no bajar la fiebre. Este sería un episodio que se podría inscribir en aquella lógica.
El Gobierno parece decidido a no actuar firmemente frente a la inflación. De hecho, el escadaloso nivel inflacionario que dejó la gestión de Mauricio Macri fue duplicado. Y las recetas fueron similares: Precios Justos, controles en las grandes bocas de expendio del AMBA, reuniones con las empresas productoras de alimentos y supermercados, y poco más. Claro, los resultados fueron los mismos: una escalada constante de la inflación.
Y en ese escenario, los que llevan las de perder son aquellos que tienen ingresos fijos porque no hay posibilidades de que sigan el paso de los precios. Entre ellos, están los que trabajan en el sector privado formal, los que lo hacen de manera informal, los que están en el sector público y los monotributistas y trabajadores de casas de familia. En ese universo, no todos tienen las mismas posibilidades. Incluso dentro de los mismos sectores. Entre los empleados privados, hay una gran disparidad.
De hecho, ayer el ministro Sergio Massa anunció un beneficio por el cual quienes ganen menos de $506.230 no pagarán impuesto a las Ganancias. ¿A quién beneficia el anuncio? A una minúscula porción de trabajadores en blanco. Para el resto del universo laboral es una discusión abstracta, que carece de sentido. Para ese segmento, la preocupación pasa por llegar a fin de mes.
De hecho, en los últimos días la economista Milagros Gismondi publicó un gráfico en el que se observa con contundencia cómo sube la porción de trabajadores que están debajo de la línea de la pobreza. Actualmente se estima que el 30% de la masa laboral está en esa condición y se acerca aceleradamente al pico que se dio durante la pandemia.
Es que esta crisis que atraviesa la Argentina es diferente a la que se dio en otros momentos, como durante la década del 90 cuando la variable de ajuste era la fuente laboral. En ese momento los registros computaban los despidos y los desocupados. Ahora, el ajuste se da a través de los ingresos. No hay alta desocupación, pero buena parte de los trabajadores tienen los peores salarios en décadas.
Es por eso que nuevamente la conducción nacional de la CGT quedó a contrapelo y en otra sintonía cuando en el acto que realizó para el Día del Trabajador puso énfasis en la discusión de recortar la jornada laboral. Un debate de los países nórdicos traído de los pelos a la realidad de pobreza de buena parte de los trabajadores argentinos. Definitivamente los dirigentes sindicales perdieron también cualquier tipo de contacto con la realidad de la calle.
Con este estado de cosas no es casual entonces que otro motor central de la economía como es el consumo empiece a perder terreno. Ayer la Came informó otra vez una caída en las ventas minoristas. Las industrias empiezan a sentir el freno de la demanda y también las dificultades para importar insumos. Pero hay un dato que se conoció en los últimos días que vincula las dos puntas: precios y salarios. Si se mide la cantidad de kilos de carne que se puede comprar con un ingreso medio en Argentina, se evidencia un declive constante: a fines de 2022 se podían comprar 66 kilos de carne vacuna al mes, un 30% menos de lo que permitía ese mismo ingreso en 2019 y un 40% menos que en 2018.