Río Cuarto | Arias | Maricel Pabla Angiolini | Juan Carlos Romero

Oscura trama en torno al crimen que desvela a todo Arias

El cadáver del camionero de Casilda Juan Carlos Romero (44) fue hallado a fines de 2017 en el patio de la casa de la acusada, en Arias. Estaba oculto en el pozo de bombeo de agua. Ella negó todo: "No sé cómo llegó hasta ahí"

“Cuando me lo contó no paraba de llorar. Me dijo que Juan Carlos se había muerto de cáncer en un hospital de Rosario. Yo mismo lo lloré junto a mi hijo y la alenté para que viajara al velorio, pero ella me respondió que no quería ir: ya no lo quiero, me dijo”, evocó en la mañana de ayer Débora Angiolini, la hermana de la acusada, frente a los jueces y a los jurados populares de la Cámara Segunda del Crimen de Río Cuarto.

La segunda muerte de Romero no fue una invención. Se corroboró el 7 de diciembre de 2017, cuando la Policía encontró su cadáver oculto en el fondo de un pozo de bombeo de tres metros de profundidad ubicado en el patio de la vivienda de calle San Juan 1234, de Arias.

Angiolini, la mujer de 1.50 de altura que se dedicaba al reparto de garrafas de gas en el pueblo, negó haber tenido relación con el macabro hallazgo. “No sé cómo llegó hasta ahí”, fue la gélida reacción cuando la interrogaron los investigadores.

Dos años y 8 meses después del hecho que sacudió la calma del pueblo ubicado a 197 kilómetros de Río Cuarto, la mujer enfrenta desde la cárcel local la grave acusación por privación ilegítima de la libertad y homicidio calificado por el vínculo, delitos que podrían confinarla a una prisión perpetua.

Desde el monitor de un plasma ubicado en la sala de juzgamiento de Tribunales, la acusada ayer volvió a negar ser la autora del crimen. Más aún, descartó haber tenido alguna relación sentimental con el camionero que en la localidad santafecina de Casilda tenía esposa y cuatro hijos.

Sin embargo, la débil coartada se desmoronó con la primera testigo de la causa, Débora Angiolini, quien reconoció que entre su hermana y Romero había una relación de larga data y, en un valiente testimonio, develó la oscura trama que la acusada habría tejido en contra de su pareja.

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Maricel Angiolini sigue el desarrollo del juicio por teleconferencia, desde la cárcel.

Maricel Angiolini sigue el desarrollo del juicio por teleconferencia, desde la cárcel.

Cuando la testigo caminó frente al estrado, su hermana sonrió por primera y única vez desde la pantalla y la saludó con la mano, emocionada.

La testigo le devolvió el saludo con ternura, aunque luego sus palabras fueron implacables.

Relató que en junio de 2017, desde el almacén que ella tenía a apenas media cuadra de distancia, vio una ambulancia parada frente a la casa de Maricel y no dudó en ir a ver qué sucedía. “Ahí vi que estaba Juan Carlos, acostado y como dormido, sólo podía balbucear cosas que no se entendían. Mi hermana me contó que él tenía un cáncer en los huesos y por eso había llamado a una enfermera para que le colocara un suero”.

Ni la testigo ni la enfermera Ruht Viviana Murúa que declararía después notaron que Romero tuviera el aspecto de un paciente terminal.

Incluso la enfermera dijo que en una ocasión se negó a aplicarle la medicación intravenosa porque Angiolini no tenía una prescripción médica que la respaldara.

Por ese episodio, Angiolini quedó acusada de privación ilegítima de la libertad.

Poco después, la mujer hizo correr en el pueblo la noticia de la muerte de su novio. Pero otra de las familiares de Angiolini, una sobrina, volvió a ver a Romero en la casa de la acusada, a fines de 2017, pocos días antes de que se conociera el crimen. “Mi sobrina fue a entregarle una invitación para la fiesta de egreso y entonces lo vio. Para mí fue una sorpresa tremenda, yo lo tenía por muerto”, dijo.

Días después se produciría el hallazgo que dejó a todos boquiabiertos en Arias.

Hoy la Justicia baraja tres hipótesis sobre el asesinato de Juan Carlos Romero: una es que le suministraron una mezcla de psicofármacos o morfina que le provocó una intoxicación letal; otra es el ahogamiento en el pozo tras ser arrojado en estado de sedación, y la tercera es que sufrió una muerte por asfixia mecánica, mientras se encontraba en estado de somnolencia.

Las tres hipótesis coinciden en que la presunta autora es la mujer que durante largos tramos de la audiencia sollozaba angustiada, desde la pantalla del plasma.

Con distancia y barbijos, volvieron los jurados

Tras largos meses de suspensión, volvieron ayer los juicios por jurados populares a la Justicia riocuartense.

La espaciosa sala de juzgamiento del primer piso del Polo Judicial facilitó que pudiera seguirse a rajatabla el protocolo que procura el distanciamiento y el cuidado entre todas las partes que intervienen en el proceso.

Munidos de barbijos y respetando el espacio entre una y otra persona, estuvieron ayer los tres vocales, Carlos González Castellanos, Emilio Andruet y Pablo Bianchi, y los once jurados populares que asistieron ayer y que se distribuyeron entre la hilera ubicada detrás de los vocales pero también en uno de los laterales de la sala.

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Los jueces, el jurado popular y el fiscal, todos siguieron el juicio munidos de tapabocas.

Los jueces, el jurado popular y el fiscal, todos siguieron el juicio munidos de tapabocas.

Completaban la escena presencial el fiscal de cámara Julio Rivero y el defensor Pablo Demaría. Desde un monitor participaron de la audiencia la acusada, que siguió el juicio en una oficina de la cárcel local, y la abogada querellante, Benavídez, desde su casa.

Los primeros testigos viajaron desde Arias, pero para hoy se prevé que los testimonios que provienen de las localidades de Casilda y de Venado Tuerto sean tomados por videoconferencia.

“Si sólo me hubiera hecho una seña”

La enfermera de Arias Ruht Viviana Murúa fue una de las testigos que ayer complicaron la de por sí delicada situación procesal de Maricel Angiolini.

Ella fue quien le suministró a la víctima, Juan Carlos Romero, el suero y la medicación que le indicó Angiolini, valiéndose de unas recetas que tenían firma y sello de distintos médicos.

La testigo contó que, con ese fin, fue convocada durante 3 o 4 días hasta que se negó a suministrarle una ampolla porque no tenía receta. “Después de ese día no me llamó más”, dijo.

Agregó que la mayor parte del tiempo Romero estaba sedado y tenía los brazos “plagados de moretones”, aparentemente por los pinchazos que le venían aplicando.

La enfermera sostuvo que Angiolini permanecía todo el tiempo vigilante en la habitación y recordó una sola oportunidad en que acompañó a Romero hasta el baño sin la presencia de su pareja. Aunque él no pudo advertirle entonces que algo extraño estaba sucediendo: “Si sólo me hubiera dicho una palabra o me hubiera hecho una seña, a lo mejor todo esto no pasaba”, se lamentó Murúa.