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Se realizó con éxito el simulacro de incidentes en la planta de ACA Bio

Minutos después de las 9 sonó la alarma y, así, comenzaron a arribar las distintas unidades al predio. Hubo múltiples siniestros y participó la totalidad del personal del cuerpo de Bomberos Voluntarios de la ciudad

Es domingo. Son las ocho de la mañana. Una niebla espesa cubre la ciudad y el sol quedará relegado, no sabemos hasta cuándo, bajo esa sábana gris que es el cielo de mayo. Garúa. La visibilidad es casi nula. Desde el taxi, a lo lejos se ve la luz de los semáforos. El tránsito es ínfimo: un colectivo y, más allá, una moto.

ACA Bio está ubicada a la vera de la autopista Córdoba-Rosario, en proximidades de la ruta provincial 2. El predio tiene aproximadamente 30 hectáreas. Son 90 los empleados en relación de dependencia y unos 20, pertenecientes a limpieza y seguridad, son tercerizados. Hay turnos rotativos. Alrededor de 80 están abocados a tareas de ampliación de la obra. Ingresan 200 camiones por día con maíz y alcohol.

En la entrada, dos hombres toman los datos. A unos 100 metros está la administración. En una de las oficinas parecen haber terminado de desayunar: hay café, azúcar, galletas, criollos. 

Al fondo se erigen los silos. Pasan algunos minutos de las 9 y, como estaba previsto, suena la alarma: evacúan la planta y, de a poco, los trabajadores se reúnen en el estacionamiento, próximo a la administración.

Incendio con explosión, otro de cisterna. Persona con paro. Escape de amoníaco con víctima. Rescate en noria. Otro damnificado. Y, por último, rescate en altura con más lesionados. Esos son los siniestros programados.

Se escuchan las sirenas. Bajo la bruma que todavía no cesa, el perfil de las autobombas aparece por la ruta. En la planta, la alarma continúa sonando. Bomberos se preparan: ya con los trajes, se posicionan, coordinan las labores, conversan por handy. Una camioneta se detiene. Desciende, junto a un compañero, el jefe, Gustavo Nicola.

Y tras él, arriban ambulancias y más unidades. Al terminar el simulacro, todos los vehículos se exhibirán en un sector del predio. Y todos los vehículos serán 20. Y delante, se acomodarán todos los servidores públicos. Y todos serán los 150 del cuerpo local más los integrantes de la brigada de ACA Bio (unos 40 más).

Ahora, lo único que se escucha son las voces de los miembros del cuartel y de la empresa que van y vienen, que entretejen directivas en medio del ‘caos’. 

En una zona, algunos elementos están encendidos y el humo es una nube más en la altura. A metros, una cortina de agua, detrás de un alambrado, se activó —forma parte del sistema contra incendios de la organización— y permite apagar cualquier resto (de un objeto) que, por ejemplo en un día de viento, sea desplazado hacia ese flanco, donde se encuentran los tanques de combustible. En ese mismo lugar, dos efectivos (foto) apagan las ‘llamas’ del camión cisterna. Por momentos, otro se suma.

En el otro extremo, una ambulancia traslada a los primeros heridos hacia el “hospital de campaña”, que acaba de montarse en cercanías del ingreso principal. Tiempo después llegarán más lesionados: un desvanecido por amoníaco, otro con luxación de hombro. Alguno será trasladado por un paro cardíaco y varios más por quemaduras en manos, brazos, rostro y torso, por fractura de muñeca y tobillo, por insuficiencia respiratoria y por crisis de ansiedad.

En otro punto está la unidad de comando de incidentes: es un pequeño laboratorio. Allí —donde apenas inició todo se colocaron las antenas sobre el techo del rodado— se encuentra Nicola, acompañado por algunas personas más (entre ellos, varios jóvenes). Las habitaciones parecen diminutas; sin embargo, se ven, al menos unas siete personas. Hay computadoras sobre mesadas. Se dialoga. Se discute. Se organiza.

Son torres. Uno de los momentos más esperados sucede ahí, en la cima de los silos, sobre un puente, donde se hallan los últimos accidentados.

Un brazo enorme se extiende, con lentitud, hacia la cumbre de esas construcciones. Mientras, esa escena es una película: la gente, en silencio, observa con detenimiento. Y espera.

Entretanto, bomberos —con lo que se denominan trajes encapsulados (que pueden ser clase A, B, C o D)— e integrantes de la brigada de ACA Bio trabajan como consecuencia de una pérdida de amoníaco en otro de los espacios.

Un joven camina con una manguera enrollada sobre los hombros. Sus gestos sugieren cansancio, inquietud. Pero él, como los demás, sabe que lo único que importa es el otro.

Mientras un hombre controla, desde el camión, la escalera —ese gran brazo— y busca la mejor ubicación, otros bomberos colocan anclajes artificiales, el carro (dispositivo deslizante) y el cabo (elementos de conexión entre el carro y el arnés de seguridad), entre otros. Está todo listo.

Comienzan a descender las víctimas. En el suelo, los esperan para asistirlos. Cuidadosamente los apoyan en las camillas. Los suben a las ambulancias y los llevan hasta el “hospital de campaña”.

—Condición de planta: segura. Se puede reanudar a las tareas habituales— se oye a través de un micrófono que reverbera en todo el lugar.

Afuera de la unidad de comando, en ronda, Nicola, acompañado por algunos otros integrantes de la institución, evalúan el resultado del simulacro.

Cascos amarillos para los bomberos. Rojos para los suboficiales. Blancos para los oficiales. Tal vez, ésa, sea la única marca distintiva. Porque esos hombres, anónimos para muchos, en sus caras, llevan marcadas, a fuego, lo único que necesitan: una voz. Que les recuerde: Abnegación. Lealtad. Sacrificio.



Franco Gerarduzzi.  Redacción Puntal Villa María

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