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San José Obrero, patrono de los trabajadores

Por Albina Moreno y  Osvaldo José.

El trabajo y el amor son los dos motores que mueven el mundo. Nuestra vida y la de nuestra familia giran alrededor del trabajo. Es lo que nos permite crecer y multiplicarnos. Multiplicar los panes y los peces. Desarrollar nuestras capacidades. Sacar lo mejor que tenemos adentro. 

En 1955 el Papa Pío XII, rescatando la dimensión cristiana del trabajo instituyó la fiesta de San José Obrero, quien no sólo fue trabajador artesano humilde, sino el modelo de todo trabajador cristiano, que se esforzó durante años, como servidor de la Sagrada Familia, desde una gran intimidad con Dios.  

El 1 de mayo de 1886, Albert Parsons, líder de la organización “Caballeros del Trabajo de Chicago”, dirigió una manifestación de 80 mil trabajadores por las calles de Chicago, solicitando la reducción del horario laboral a ocho horas diarias.

En julio de 1889 se instituyó el “Día Internacional del Trabajador” para perpetuar la memoria de los hechos de mayo de 1886 en Chicago. 

Esta reivindicación fue emprendida primero por obreros norteamericanos e inmediatamente adoptada y promovida por la Asociación Internacional de Trabajadores.

San José durante toda su vida se vio enfrentado a situaciones que lo desbordaban, que no entendía por completo; sin embargo, su actitud lejos de ser soberbia es humilde y reverente.

El trabajo es una dimensión esencial de la existencia humana.

El que trabaja presta sus manos a Dios para que siga adelante con su obra creadora. Es motivo de gozo sentirn que cooperamos en la perfección de la creación, y somos uno con el Creador.

Sabemos del mandato ético y bíblico, eso tan sabio de que “ganarás el pan con el sudor de tu frente”; por esto es importante trabajar con alegría, con esperanzas, porque sea lo que realicemos, responde a una “vocación” y, cuando se quiebra el orden de la vocación, se acaba rompiendo el sueño de Dios sobre el ser humano: se convierte el trabajo en mercancía y la persona en objeto, vacía de sí, no sabe a dónde ir y pierde el horizonte de su vocación a la plena realización.

Aquel que, siendo Dios, se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. 

Esta circunstancia constituye el más elocuente “Evangelio del trabajo”, que manifiesta el fundamento para determinar el valor del trabajo humano.

San José sabe que el trabajo es una gracia, una fuente de posibilidades para decirle sí a Dios Creador. Sabe que la Gloria del Padre consiste en que sus hijos “den fruto abundante”.

A todos nos toca vivir lo adverso de este mundo, envuelto en consumismo, en el hacer, el tener, el placer, para estar a la altura de las circunstancias que se nos proponen; pero en este día es importante mirar nuestra realidad y la de los hermanos, a la luz de San José, quien en vez de lamentarse hizo de su vida cotidiana una oración.

Cambiar la historia también implica cambiar el corazón, la mentalidad, comenzar a ser luz; y seguramente mi pequeña “llama” será, hasta para mi patrón o empleador, un motivo de confianza, de animación, sobre todo en tiempos de crisis y dificultades. Eso seguramente atraerá mejores producciones, ventas y mayor fraternidad.

Debemos animarnos a ser esos San José en medio del trabajo, ser valientes y mantenernos a través del trabajo en una constante presencia de Dios. 

Esto nos ayudará a aceptarnos unos a otros, aceptar a los empleadores y compañeros de trabajo… a no devolver mal por mal, sino a perdonar, a ser generosos, creativos en el amor y desinteresados en la entrega.

En San José se muestra la dignidad del trabajo por más simple que sea, así como el horizonte de santificación en la vida cotidiana para todos los hombres, cada uno según la vocación particular a la cual ha sido llamado. 

Esta visión no niega que debemos redoblar nuestra súplica por todos los que sufren a causa de un trabajo indigno y salarios magros, de toda situación de explotación, y falta de fuentes de trabajo, especialmente para los más jóvenes y para los padres de familia.

No debemos perder la esperanza de que todo cambio es posible, y que el “orar sin desanimarse” es nuestro compromiso diario para completar la obra de Dios, que Él comenzó… 

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