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El lado humanista de la neuropsiquiatría

Janus Kremer, reconocido neurólogo, habla de la tecnología al servicio de la medicina, el desarrollo de nuevas drogas y la búsqueda "del lado menos mecánico de la conducta humana"

El Dr. Janus Kremer (MP 19360) completó su secundario en Israel, volvió a la Argentina y cumplió el servicio militar en la época de la Guerra de Malvinas. Terminó su carrera de medicina en cinco años, luego se formó como neurólogo y posteriormente realizó su posgrado en Neurología de la Conducta en la Universidad de Toronto, Canadá. Se especializó en la enfermedad de Alzheimer, alteraciones de la conducta en la enfermedad de Parkinson y en procesos cerebrovasculares.

“Elegí la neurología por mi amor a la filosofía, la literatura y la psiquiatría; en aquellos años la psiquiatría no me convencía como ciencia exacta, me parecía ambigua, lo veía como una ciencia de opinión, ni siquiera como una ciencia social y por eso decidí inclinarme a la neurología”, comienza contando y aclara que su posgrado en neurología hoy es lo que se conoce como neuropsiquiatría. “Me dedico a evaluar las consecuencias conductuales o psiquiátricas cuando hay lesiones cerebrales”.

Volvió de Canadá en 1996 y fundó en el Hospital Privado, el primer centro del interior del país dedicado a alzhéimer y neurología conductual. Hoy dirige el Instituto Kremer y el Centro de Neurociencias del Sanatorio Morra en Córdoba con un cuerpo de profesionales interdisciplinario de salud abordando al paciente desde la prevención y desarrollando ensayos terapéuticos con nuevas drogas para párkinson y alzhéimer.

¿En qué tecnologías y ramas de la investigación están basando su trabajo?

-La neuropsiquiatría se complejizó a lo largo de estos años e incorporamos muchísima tecnología pero además un mejor manejo de la información teórica.

En los últimos dos años empecé a buscar el lado filosófico de todo esto y junto con un grupo de estudiosos del conocimiento como filósofos, religiosos, matemáticos, físicos y astrónomos estamos tratando de buscar el lado humanista, o el lado no tan mecánico de las conductas humanas, tratando de buscar la anatomía del alma en otras palabras.

¿Tiene alguna relación con cómo vivieron nuestras generaciones previas?

-Eso se relaciona con la epigenética, eso que nos traslada a nuestros abuelos. Cada cosa que vive una persona va modificando las proteínas del cuerpo por lo que se modifican los genes, eso se llama epigenética, ahí entra la historia ancestral, pero también cada uno de nosotros con nuestras propias vivencias va modificando su carga genética actual.

¿Cómo analizan el modo de vida de las personas?

-Eso se ubica en el primer capítulo, en donde está la prevención, un área que hemos desarrollado hace 10 años con una evaluación de los estilos de vida. Vimos cómo modificando determinados estilos de vida en cuanto a la alimentación, el estado de ánimo, la actividad física, la actividad intelectual y lo social y/o espiritual, se logran resultados positivos. Con estudios que realizamos en Israel, Reino Unido, Estados Unidos y Argentina, hemos demostrado que teniendo una vida espiritual, no me refiero a religiosa, junto con todos los otros hábitos, se puede prorrogar la aparición de alzhéimer o mejorar los síntomas en un 35% cosa que ningún otro medicamento ha logrado.

Dr. Janus Kremer | Neurólogo

¿Analizan los efectos de alguna otra terapia?

-Estamos trabajando con yoga, mindfulness y meditación trascendental, y vemos que pueden ayudar a estos cinco pilares de bienestar que mencioné antes. Mindfulness es algo que está cobrando efecto, porque básicamente pretende sacarse un poco las cargas, las armaduras y cosas que cargamos durante el día para tratar de ir a lo trascendental, más que nada en este período de la historia en que estamos sometidos a tanta tecnología, que es maravillosa pero nos anula. El simple hecho de caminar consciente de cada paso y de cada respiración que das ya es sanador de por sí, ya es un acto de mindfulness; no se trata de pensar en nada, sino de vaciar la cabeza.

Entonces el objetivo es un cerebro sano…

-Así es, hemos acuñado hace dos años el concepto de estética cerebral; no se trata solo de ser lindo por fuera, sino de tener la capacidad de transmitir esa belleza, esa gracia de estar vivos y estar en un buen estado mental, emocional y espiritual. Por eso nuestro objetivo es trabajar para generar las condiciones físicas del cerebro para poder tener esa estética.

En todos estos años de experiencia, ¿cómo cambió la evolución de un paciente con alguna de estas patologías?

-No creía que iba a poder ver los cambios que hoy veo, no solo de resultados, sino de los resultados que recibo en mi celular. La tecnología ha cambiado todo maravillosamente, antes de la pandemia estaba en Nueva York y atendí a un paciente que tuvo un problema, desde el subte, manejé el caso desde mi celular como si estuviera en el consultorio. Dentro del espanto que fue el Covid, nos dio el beneficio de la medicina virtual.

Cuando comencé hacíamos el diagnóstico tarde, el viejo chiste de ‘me agarró el alemán’, esta pasado de moda porque hoy hacemos diagnósticos 10 años antes de que aparezca la pérdida de memoria, lo hacemos con otros síntomas, antes era de aproximación ahora lo hacemos con una certeza del 97%. Realmente estamos viviendo el futuro hoy.

Los avances se ven también en los tratamientos

-Por supuesto, las drogas nuevas que probamos evalúan cómo algunas sustancias van directamente a atacar las proteínas malignas que afectan la enfermedad de alzhéimer y estas mismas estarán disponibles en un año o dos, realmente estamos viviendo una ciencia ficción maravillosa, pero insisto, de nada sirve eso si no le aplicas el lado humanista, el personalizado, el amor al paciente, que nada tiene que ver con la tecnología.

¿Cómo logra trasmitir eso a los jóvenes profesionales, porque tal vez en la academia no lo encuentran?

-Me lleva entre cinco y siete años formar a un profesional. De la gente que formo, se queda conmigo el 5% el otro 95 se va perdiendo a lo largo de la formación o porque no tienen paciencia, o porque yo no les tengo paciencia y no les veo esa condición humana.

El Dr. Kremer es la segunda generación de médicos en su familia, sus abuelos se salvaron de los campos de concentración y escaparon de la Segunda Guerra Mundial, de ahí nace su madre, neuropediatra y científica genética, sus hermanas son, una psiquiatra infanto juvenil y otra Dra. en educación. “Para mí es muy difícil separar mi vida de mi profesión, tengo un hijo de 14 que traté de educar como un individuo libre, me siento con la misma o más energía que hace años, me sigo sintiendo joven pero ahora tengo el poder de la experiencia. Como objetivo quisiera llevar el Instituto al plano internacional y expandir el lado humanista de la neuropsiquiatría”.

Por Fernanda Bireni