Apenas pasaron algunos minutos de las 18 y ya anochece en la ciudad. Y más aún en barrio Belgrano, con sus calles de tierra abrumadas de frío, con su cielo limpio y ligero como un pájaro que construyó un niño con los restos de su risa y con su cárcel rodeada de espera.
A pocos metros del Establecimiento Penitenciario N°5, PUNTAL VILLA MARÍA se encontró con el presidente del Centro Vecinal, Ariel Ranco.
“Este es un barrio tranquilo”, dice. El hombre camina. Sus pasos son tranquilos pero firmes. Niños y jóvenes regresan de las escuelas. Sin embargo, el barrio está prácticamente vacío; es el rostro que se desvanece sobre las veredas de un día del que sólo queda una silueta.
A pocas cuadras, se encuentra el Centro Vecinal. Un canasto desborda de basura. El vecinalista abre la reja y se dirige hacia el salón.
Casi llegando al ingreso del lugar, se observan esquirlas sobre el césped. Los vidrios de la puerta están resquebrajados y reflejan la incertidumbre que se aloja en todos los que trabajan día a día en el espacio.
“No entiendo qué sentido tiene romper y arruinar cosas que son de ellos”, expresa. Es que, a pesar de que Ranco no considera que los daños los hayan realizado gente del barrio, la posibilidad está latente.
“No entiendo cómo pudo haber pasado. ¿Cuál es el sentido?”, insiste y se pregunta. Se interroga. Se calla. Mira. Recorre el sitio con la voz y con las manos. Con el cuerpo. Porque, tal vez, el centro vecinal sea otra habitación o el jardín no sólo de su hogar, sino también de todos los que habitan la zona.
No importa
Impotencia. No es la falta de fuerza o de poder para concretar una cosa. No. No es una incapacidad. No es un sustantivo, ni un verbo ni un adjetivo. Más bien es eso —quizá un animal o un arma— que nos desborda, invade y sumerge porque no hay por qué.
Eso es lo que sintió Ranco. “Me di cuenta el lunes por la mañana cuando pasé por el frente. Estaban abiertas las puertas y me volví porque siempre están cerradas. Fue así que me encontré con la sorpresa de que estaban todos los vidrios de la puerta doble rotos. No entiendo el sentido de lo que pasó. La caja de luz, en el interior, también estaba rota y tirada en el piso, pero ya lo levantamos. Nos da impotencia porque esto se hace todo a pulmón. Incluso hicieron sus necesidades dentro”, expresó.
Por eso
Y añadió: “Esto no va a evitar que sigamos laburando. Al contrario, nos da más ganas de trabajar”.
Por eso no importa. Porque Ariel Ranco no está solo. Hay más de 20 personas que lo acompañan —teniendo en cuenta a los que integran la subcomisión, que son en su mayoría jóvenes—.
Por eso no importa. Porque el Centro Vecinal de barrio Belgrano no es sólo de barrio Belgrano. Porque es de ellos y de aquellos.
Por eso no importa. Porque también hay talleres de folklore y de ritmos latinos. Porque quieren incorporar otro taller de karate y de boxeo. Porque, semanas atrás, durante dos días bandas de rock dejaron que sus guitarras y sus bajos y sus baterías hablen por sí solas.
Por eso no importa. Porque se baila y se canta. Porque se pelea con la voz, con la piel y con la sangre. Porque, ante todo, se juega con el otro: con ese que es uno mismo pero que se aloja en las viviendas de ese pequeño mundo —y por qué no familia— que es cada barrio y con el que se comparten las alegrías y las tristezas.
Al municipio
El vecinalista, por otra parte, le pidió colaboración a la Municipalidad de Villa María para poder terminar con distintos detalles del espacio.
“Nos queda cerrar la parte de arriba del salón, del lado noreste. Son cuatro hileras de ladrillos por el largo. También necesitamos cables. Con la comisión tenemos reflectores; es decir, con la iluminación no hay problema, pero necesitamos una mano para poder terminar con distintos aspectos. Esto es para los chicos y queremos evitar otra situación de este tipo”.
Que sea la última
“Es la primera vez que nos pasa. Ojalá que no pase nunca más, ni a nosotros ni a nadie porque es una pena. Nosotros ponemos a nuestra familia y laburo para el Centro Vecinal. Trabajamos todos juntos para que esto sea de nuestros hijos. Queremos que sea un salón de usos múltiples y que lo pueda usar todo el barrio”, destacó.
Por eso. Que sea la primera. Y la última.
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“Este es un barrio tranquilo”, dice. El hombre camina. Sus pasos son tranquilos pero firmes. Niños y jóvenes regresan de las escuelas. Sin embargo, el barrio está prácticamente vacío; es el rostro que se desvanece sobre las veredas de un día del que sólo queda una silueta.
A pocas cuadras, se encuentra el Centro Vecinal. Un canasto desborda de basura. El vecinalista abre la reja y se dirige hacia el salón.
Casi llegando al ingreso del lugar, se observan esquirlas sobre el césped. Los vidrios de la puerta están resquebrajados y reflejan la incertidumbre que se aloja en todos los que trabajan día a día en el espacio.
“No entiendo qué sentido tiene romper y arruinar cosas que son de ellos”, expresa. Es que, a pesar de que Ranco no considera que los daños los hayan realizado gente del barrio, la posibilidad está latente.
“No entiendo cómo pudo haber pasado. ¿Cuál es el sentido?”, insiste y se pregunta. Se interroga. Se calla. Mira. Recorre el sitio con la voz y con las manos. Con el cuerpo. Porque, tal vez, el centro vecinal sea otra habitación o el jardín no sólo de su hogar, sino también de todos los que habitan la zona.
No importa
Impotencia. No es la falta de fuerza o de poder para concretar una cosa. No. No es una incapacidad. No es un sustantivo, ni un verbo ni un adjetivo. Más bien es eso —quizá un animal o un arma— que nos desborda, invade y sumerge porque no hay por qué.
Eso es lo que sintió Ranco. “Me di cuenta el lunes por la mañana cuando pasé por el frente. Estaban abiertas las puertas y me volví porque siempre están cerradas. Fue así que me encontré con la sorpresa de que estaban todos los vidrios de la puerta doble rotos. No entiendo el sentido de lo que pasó. La caja de luz, en el interior, también estaba rota y tirada en el piso, pero ya lo levantamos. Nos da impotencia porque esto se hace todo a pulmón. Incluso hicieron sus necesidades dentro”, expresó.
Por eso
Y añadió: “Esto no va a evitar que sigamos laburando. Al contrario, nos da más ganas de trabajar”.
Por eso no importa. Porque Ariel Ranco no está solo. Hay más de 20 personas que lo acompañan —teniendo en cuenta a los que integran la subcomisión, que son en su mayoría jóvenes—.
Por eso no importa. Porque el Centro Vecinal de barrio Belgrano no es sólo de barrio Belgrano. Porque es de ellos y de aquellos.
Por eso no importa. Porque también hay talleres de folklore y de ritmos latinos. Porque quieren incorporar otro taller de karate y de boxeo. Porque, semanas atrás, durante dos días bandas de rock dejaron que sus guitarras y sus bajos y sus baterías hablen por sí solas.
Por eso no importa. Porque se baila y se canta. Porque se pelea con la voz, con la piel y con la sangre. Porque, ante todo, se juega con el otro: con ese que es uno mismo pero que se aloja en las viviendas de ese pequeño mundo —y por qué no familia— que es cada barrio y con el que se comparten las alegrías y las tristezas.
Al municipio
El vecinalista, por otra parte, le pidió colaboración a la Municipalidad de Villa María para poder terminar con distintos detalles del espacio.
“Nos queda cerrar la parte de arriba del salón, del lado noreste. Son cuatro hileras de ladrillos por el largo. También necesitamos cables. Con la comisión tenemos reflectores; es decir, con la iluminación no hay problema, pero necesitamos una mano para poder terminar con distintos aspectos. Esto es para los chicos y queremos evitar otra situación de este tipo”.
Que sea la última
“Es la primera vez que nos pasa. Ojalá que no pase nunca más, ni a nosotros ni a nadie porque es una pena. Nosotros ponemos a nuestra familia y laburo para el Centro Vecinal. Trabajamos todos juntos para que esto sea de nuestros hijos. Queremos que sea un salón de usos múltiples y que lo pueda usar todo el barrio”, destacó.
Por eso. Que sea la primera. Y la última.