Aquel campeonato fue parte del fuerte impulso de FIFA para expandir el deporte en Asia. La consagración quedó en manos de Brasil, que obtuvo allí su quinta estrella, la última hasta hoy. También fue un Mundial marcado por decisiones arbitrales polémicas que beneficiaron a Corea del Sur, cuyo avance hasta semifinales aún genera debate y fue apuntado en el escándalo FIFA-Gate de 2015.
El torneo también dejó hitos únicos: el gol más rápido en la historia de los mundiales (10,8 segundos de Hakan ükür para Turquía), el último uso del gol de oro, y una asistencia total de 2,7 millones de espectadores, más baja que la habitual por la distancia geográfica con gran parte del público tradicional.
La Selección argentina vivió una de sus campañas más frustrantes: quedó eliminada en la fase de grupos, algo que no sucedía desde 1962. El equipo de Marcelo Bielsa abrió con una victoria 1-0 sobre Nigeria gracias a Gabriel Batistuta, pero la caída frente a Inglaterra complicó el panorama. En el cierre, el 1-1 ante Suecia –gol de Hernán Crespo– no alcanzó para avanzar.
El camino de Brasil hacia el título fue sólido. Superó la zona inicial con tres triunfos, eliminó a Bélgica en octavos, remontó contra Inglaterra en cuartos con una obra maestra de Ronaldinho, venció otra vez a Turquía en semifinales y derrotó 2-0 a Alemania en la final, con un doblete de Ronaldo Nazario. El delantero firmó un Mundial consagratorio: anotó ocho goles y llegó a 14 en total, récord que más tarde rompería Miroslav Klose.
El antecedente de 2002 vuelve al centro de la escena ante un 2026 que ampliará la escala: tres países, más ciudades, más movimientos logísticos y un escenario competitivo sin precedentes. Un formato que podría ser el nuevo estándar de las próximas décadas.