Al fondo del barrio Malvinas hay una esquina sin casas ni ochavas. Y desde su cartel caído como en las encrucijadas del bosque, pareciera anunciar la entrada a un predio abandonado. Y, en efecto, basta con cruzar la última calle asfaltada para abandonar los últimos baldíos de las 400 viviendas y adentrarse definitivamente en El Algarrobal; ese pequeño edén villamariense que la desidia o la ignorancia (y a veces las dos juntas) han convertido en basural o sitio de mala fama con inminente loteo.
La esquina apunta sus flechas hacia el piso o hacia las nubes, como si anunciara una frontera imposible en el mapa nacional de la “realidad”: Tucumán y Neuquén, que jamás se tocan.
Pero acaso, si esa frontera empezara a volverse posible, quizás estaríamos contribuyendo a una evolución interprovincial sin precedentes. Y entonces Córdoba quizás dejara de ser una de las provincias con mayor tasa de “ecocidios” en el mundo y pasara de “asesina serial de montes vírgenes” a guardiana y protectora de árboles y pájaros.
Sí. Hay una esquina al fondo de barrio Malvinas sin casas ni ochavas. Una esquina de cartel caído que, más que a un bosque encantado pareciera anunciar un mundo desencantado.
De momento, parece una esquina del pasado. O acaso del peor de los presentes posibles; este “aquí y ahora” en donde la naturaleza entera está herida de muerte en el planeta.
Y acaso el desafío simbólico, o lo que más profundamente pida la intersección de Tucumán y Neuquén, es volverse una “esquina del futuro”. Esa que anuncie la entrada a una reserva natural y pluricultural ante cuyo nombre ya se escuche el canto de las aves y el viento entre las ramas. Esa que venga a decir que, a pesar de todo, Villa María fue un día la ciudad que cambió el falso progreso de su parque automotor por la verdad inalienable de los parques de la vida. Esa que hizo de un viejo basural con laguna de contención y loteo inminente un “Central Park” al norte de la ciudad. Para que su mapa urbano se vuelva cada vez más verde y desde esa esquina, como una soñada confluencia de dos ríos sumerios al este del Edén, se anuncie la entrada al paraíso.
Comentá esta nota
Pero acaso, si esa frontera empezara a volverse posible, quizás estaríamos contribuyendo a una evolución interprovincial sin precedentes. Y entonces Córdoba quizás dejara de ser una de las provincias con mayor tasa de “ecocidios” en el mundo y pasara de “asesina serial de montes vírgenes” a guardiana y protectora de árboles y pájaros.
Sí. Hay una esquina al fondo de barrio Malvinas sin casas ni ochavas. Una esquina de cartel caído que, más que a un bosque encantado pareciera anunciar un mundo desencantado.
De momento, parece una esquina del pasado. O acaso del peor de los presentes posibles; este “aquí y ahora” en donde la naturaleza entera está herida de muerte en el planeta.
Y acaso el desafío simbólico, o lo que más profundamente pida la intersección de Tucumán y Neuquén, es volverse una “esquina del futuro”. Esa que anuncie la entrada a una reserva natural y pluricultural ante cuyo nombre ya se escuche el canto de las aves y el viento entre las ramas. Esa que venga a decir que, a pesar de todo, Villa María fue un día la ciudad que cambió el falso progreso de su parque automotor por la verdad inalienable de los parques de la vida. Esa que hizo de un viejo basural con laguna de contención y loteo inminente un “Central Park” al norte de la ciudad. Para que su mapa urbano se vuelva cada vez más verde y desde esa esquina, como una soñada confluencia de dos ríos sumerios al este del Edén, se anuncie la entrada al paraíso.