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Máquinas de volar en el cielo azul del Aero y en la noche del Carrillo

Crónica urbana sobre el Festival Aéreo, a cargo de Iván Wielikosielek.

En el cielo

Visto desde el cielo por una civilización extraterrestre, el Aero Club debió parecerse ayer a una fabulosa concentración de pájaros metálicos. Y así como los teros se congregan en la llanura o las garzas en los bañados; aquellas inmensas aves con alerones y picos de hélices levantaban vuelo hacia las nubes. 

Y una vez cerca de los silenciosos platillos invisibles, aquellos extraterrestres se habrán dado cuenta que las pájaros eran en realidad anticuadas naves; la más primitiva tecnología aplicada al vuelo del planeta. Como aquel avión de la Segunda Guerra que les pasaba cerca en los años ´40 y ahora vuelve con su estrella blanca sobre el azul del día.

Sin embargo desde la pista del Aero Club, el espectáculo era muy distinto. Aeroplanos del tamaño de ballenas hundiéndose en el océano azul del cielo, haciendo cabriolas como en un acuario con ruido de motores al soleado mediodía del sábado. Y como si se tratara de una estrella que cae a pique, una mujer pide tres deseos.









En la tierra

Con sus gorras blancas y rojas, la gente del Aero Club participa, al igual que los aviones, de dos naturalezas: la terrestre y la aérea. Y para ellos es tan natural caminar interminables plataformas pavimentadas como remontar el vuelo hasta una nube con forma de isla. No así para muchas personas “terrenales” que llegaron al evento para hacer su “bautismo” de vértigo en las alturas.

La cabina que vendía los pasajes anunciaba las tarifas. Paseo en avión monomotor 600 pesos. En helicóptero mil. En avión ejecutivo mil doscientos. Pregunto a los hombres del kiosko y me dicen que en breves se abrirá la ventanilla y no darán abasto. Que hay muchísima gente de la cuidad y alrededores que en este tipo de eventos hace sus primeros vuelos. Que el año pasado vendieron más de mil pasajes. 

Para los menos temerarios están los vuelos virtuales. Para los que necesitan más adrenalina, los saltos en paracaídas.

“Pero mejor hablá con Osvaldo, que es el presidente… Ahí viene”, me dice uno de los vendedores. Con anteojos de sol y gorra, Osvaldo Villanueva tiene pinta de aviador. Como si llevara casco y gafas levantadas en el año catorce.

Le pregunto por el nacimiento del Festival Aéreo. “Es tan viejo como la fundación del Aero Club allá por 1937. Pero en el 2010 tuvimos la suerte de venirnos del viejo barrio acá, a la zona del Aeropuerto. Y entonces los festivales son cada vez más complejos. Allá estábamos apretados por el barrio Carrillo, la ruta y el Campus. En cambio acá tenemos mil ochocientos metros de pavimento y podemos hacer otro tipo de acrobacias. Incluso podemos volar de noche porque hay valisas. Te diría que no hay otro aero club del país con las instalaciones del nuestro”.

Le pregunto, entonces, por las naves propias. “En este momento contamos con cuatro aviones además de una escuela de pilotos privados y otra de piloto comercial… Pero han venido aviones de todos lados. La reliquia es ese de la Segunda Guerra que está en los hangares… Disculpáme que me están llamando… ¡Andá a verlo!”.

Y efectivamente, desde la radio ubicada en la torre de control del aeropuerto convocan al presidente para hablar por altoparlantes. Me dirijo al galpón para apreciar de cerca “la joya” que me indicó el aviador.

Y allí, con sus brazos de alas metálicas abiertas y la cabina en forma de cápsula de vidrio, el avión parece descansar en un sueño de motores dormidos. Un hombre de uniforme beige sube y baja varias veces poniendo la máquina a punto. Luego se va. Quedan un muchacho y una mujer con idéntico uniforme y les pregunto. “Es mi papá, -dice el muchacho- Pero la que va a saber decirte del avión es ella”. 

Y entonces la mujer me explica. “Se trata de un T6; un avión norteamericano para entrenamiento de la Segunda Guerra Mundial. Su dueño es de General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires. Y vino volando desde allá en una hora cincuenta y nueve minutos”. Le agradezco a la mujer.









En el cielo y en la tierra

Cuando salgo al pavimento del aeropuerto, el espectáculo ha cambiado rotundamente. Cientos de personas se agolpan en las gradas y miran con sus largavistas las maniobras en el cielo, la estelas de humo espeso que inscriben trayectorias en el cielo. La ciudad es sobrevolada por aeroplanos y se acorta la distancia entre el cielo y la tierra. 

Pienso que los alienígenas de las naves evanescentes ahora percibirán un hormiguero entre los aviones de la pista; minúsculas formas de vida alrededor de los pájaros metálicos: los humanos.

Cae la tarde y platos voladores invisibles se dirigen al predio del viejo Aero Club. Allí donde ahora está el progreso y antes saludaban a otros aviones que ahora les han dejado cielo y campo libre.

Por eso es que al anochecer suelen divisarse raras luces desde barrio Carrillo. Esas que son materia de estudio de ufólogos y estrellas fugaces para los enamorados que, desde los pastos secos del campo, se juran amor eterno.

Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María.

Mirá la galería de imágenes de lo sucedido ayer en el Festival Aéreo: Postales de la primera jornada del Festival Aéreo

Imágenes: Martín Llampayas


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