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El lado B de las fiestas: ¿por qué fin de año es sinónimo de estrés y ansiedad?

Balances personales, demandas sociales y presiones emocionales hacen de las últimas semanas del año un período intenso. El psiquiatra Gustavo Zanlungo (MP 19595 – ME 7227) explica el concepto de “positivismo tóxico” y enumera conductas que ayudan a mantener el equilibrio en esta época

Las últimas semanas del año arrastran una carga simbólica y emocional que superan a cualquier otro mes del calendario. Los denominados “días decembrinos” conforman un período muy particular que va desde las cuatro a las seis últimas semanas del año, en las que se combinan balances personales, demandas afectivas y expectativas sociales y laborales, que tienen impacto directo en nuestra vida cotidiana. Y justamente es esa convergencia la causa por la cuál para muchos, cada fin de año, se torna una etapa difícil de transitar.

Para el doctor Gustavo Zanlungo (MP 19595 – ME 7227), médico psiquiatra y psiquiatra forense, un porcentaje importante de las personas experimenta en esta época del año un aumento significativo de la ansiedad, del nivel de estrés y de la sensación de sobrecarga.

Y gran parte de la causa se sustenta en la brecha entre los recursos internos disponibles y las exigencias externas del contexto

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En diálogo con Salud & Ciencia, el director del Departamento de Salud Mental de la Clínica Villa Dalcar y delegado de la Asociación Argentina de Psiquiatría, sostiene que desde los pioneros del concepto de “estrés” —Walter Cannon y Hans Selye— hasta la actualidad, la estructura neurobiológica que se activa frente a las presiones ambientales sigue siendo la misma.

“Lo que cambió es el entorno psicosocial y el modo en que la vida moderna incrementó la complejidad de esas presiones”, expresa Zanlungo, quien además es magíster en Neurociencias.

Para el profesional, el “estrés actual” ya no es sólo un fenómeno fisiológico, sino que está atravesado por factores cognitivos, sociales y culturales que se potencian especialmente durante el período decembrino.

Los factores que inciden

Uno de los factores más frecuentes es el balance personal de fin de año. Allí aparece un fenómeno definido por la psicología como de autodiscrepancia, representado por la distancia entre el “yo real”, el “yo ideal” y el “yo debería”.

Es decir, lo que somos en realidad, lo que hubiéramos querido lograr y lo que creemos que deberíamos haber sido en roles tan diversos como padre, hijo, pareja, empresario o empleado, entre otros.

Cuando esas expectativas no se cumplen, pueden surgir sentimientos de culpa, tristeza, soledad y frustración. “La autoevaluación es intensa en este período, y eso activa emociones que no siempre sabemos manejar”, apunta el psiquiatra.

A esa tensión interna se le suman factores externos igualmente potentes. Uno de ellos es la presión económica asociada a las fiestas, tales como compras excepcionales, regalos, viajes o gastos que muchas veces exceden la capacidad real del bolsillo de las personas.

Zanlungo entiende que socialmente “existe un mandato de confort” y que, a su vez, ese mandato suele pagarse, literalmente, al mes siguiente, convirtiéndose en un estresor más.

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Fatiga acumulada

Otro factor relevante es la fatiga acumulada del año. Aunque cada pequeña exigencia cotidiana pueda pasar inadvertida durante meses, al llegar a diciembre pareciera que emergen todas juntas.

Así, se enumeran pendientes sin resolver, objetivos sin cerrar y tareas que se intentan completar apuradamente antes del primero de enero. Toda esa carga genera irritabilidad, agotamiento y malestar.

Una variable que probablemente sea la más determinante está representada por las demandas sociales y familiares. La asignación de tareas para la organización de las fiestas, las reuniones con personas a las que no se las ve desde hace un tiempo prudencial, las diferencias de opinión en una misma mesa, los desencuentros y las tensiones latentes -que pueden precipitarse tras unas copas de más o durante una conversación incómoda-, son algunas de las presiones que pueden atentar contra el equilibrio emocional de las personas.

Sobre este punto en particular, Zanlungo subraya que existen ciertas temáticas que deberían tratar de omitirse en la mesa durante los festejos de fin de año y, entre ellas, hace mención especial de temas vinculados a la política (N del R: en una edición futura se abordará en profundidad el concepto de “neuropolítica” y su implicancia). “Muchas veces, arruina celebraciones completas”, sostiene.

Positivismo tóxico

Otro fenómeno que impacta fuertemente durante el mes de diciembre es la denominada “alegría obligatoria” o “positivismo tóxico”, que está ligado a la presión de tener que mostrarse feliz incluso cuando una persona atraviesa un duelo, una pérdida o un período de tristeza normal.

Para el especialista, no se trata de evitar el encuentro —por considerar que la soledad es muy peligrosa para los cuadros depresivos—, pero sí de no forzar emociones ni fingir estados que no se sienten. En este caso, es importante que el entorno acompañe y respete esos momentos, sin imponer agendas ni exigencias de convivencia que aumenten el estrés.

¿Qué sucede en los niños?

Los niños y adolescentes tampoco están ajenos a este escenario, aunque en ellos se suman factores propios de la época.

El uso intensivo de pantallas — abordado por autores como Jonathan Haidt, en su libro “La generación ansiosa”— provoca fragmentación de la atención, insomnio y conductas de uso problemático que afectan su bienestar.

Al respecto, Zanlungo coincide con sus colegas que consideran que entre los 4 y los 12 años debería promoverse una escolaridad primaria sin celulares y con más juego real entre pares, lejos de los riesgos que implica el mundo virtual, que va desde aislamiento social hasta la exposición en redes inseguras.

Consultado respecto a cómo poder transitar de la mejor manera esta época del año, Zanlungo prefiere no hablar de “consejos” pero sí de advertencias útiles para evitar que el estrés decembrino escale.

En ese contexto, enumera la importancia de disminuir las expectativas, hacerlas más realistas, reducir la agenda de compromisos y respetar las horas de sueño.

Además, sugiere controlar los gastos para evitar endeudamientos posteriores y mantenerse cerca de personas que sean un sostén afectivo verdadero. Todo esto, sin obligarse a experimentar una alegría que no siempre coincide con el propio estado emocional. “Cada uno debe acomodar su ritmo, pero lo fundamental es no forzar las emociones, no sobrecargar la agenda y rodearse de quienes realmente acompañan”, sintetizó.

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